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Infraestructuras

Déficit e Infraestructuras: vidas paralelas de Plutarco

06 de septiembre de 2011

Lucio Mestrio Plutarco (46 – 120 AD) escribió a finales del Siglo I sus “Vidas Paralelas”, una serie de biografías de hombres famosos ordenadas en tándem (un griego y un romano) para iluminar mediante comparación sus virtudes y defectos morales. La lista incluye pares de héroes míticos como Teseo (fundador de Atenas) y Rómulo (fundador de Roma); y de personajes históricos como Alejandro Magno y Julio César.

En nuestros días, podemos comparar de la misma manera asuntos contemporáneos. Supongo que si Plutarco fuera nuestro coetáneo y dedicara su tiempo al mundo de las infraestructuras, bien hubiera podido elegir como tándem para sus “debates paralelos” la comparación entre las discusiones que rodean al problema del déficit público con las que versan sobre cómo desarrollar infraestructuras públicas (también tengo la certeza de que si se hubiera dedicado a esto, dentro de dos mil años sería un perfecto desconocido).

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El debate político-económico más caliente en estos días en Estados Unidos es el de cómo resolver el problema del déficit público y el colosal endeudamiento al que conduce. Todas los políticos parecen coincidir en la necesidad de encontrar una política económica sostenible en el largo plazo capaz de sacar al país de la crisis creando puestos de trabajo y mejorando la economía, y a la vez evitando el círculo vicioso del crecimiento interminable del déficit y la deuda pública.

Donde las partes se muestran en desacuerdo es en cómo alcanzar ese objetivo. Algunos se centran en los ingresos pidiendo subidas de impuestos, argumentando que los fondos así conseguidos retornarán a la economía a través de programas gubernamentales que mejorarán la creación de empleo y el crecimiento económico, lo que a su vez permitirá en el largo plazo reducir el déficit y la deuda pública. Otros se fijan más en el lado del gasto pidiendo recortes inmediatos, que ven como la única vía cierta para resolver los problemas de déficit y deuda. Este enfoque podría tener un impacto social y económico negativo en el corto plazo al obligar a reducir los programas gubernamentales, pero los campeones de la austeridad insisten en que hay mucho gasto público innecesario e ineficiente que se puede evitar o reducir, y que esa iniciativa no tendría un impacto social negativo sino justo lo contrario. En otras palabras, su argumento es que se puede alcanzar mejor el objetivo de recuperación económica a largo plazo con menos gasto. Ambas posiciones se apoyan en argumentos bien elaborados, y probablemente ambas tengan razón en cierta medida.

Lo sorprendente cuando uno compara estas discusiones con las que rodean al debate sobre el desarrollo de infraestructuras es que en el segundo caso sólo parece hablarse de cómo aumentar los recursos y no de cómo invertirlos de manera más eficiente. Este año he participado en cuatro foros y conferencias diferentes sobre infraestructuras de transporte en los Estados Unidos. Cuando se discute públicamente cómo resolver el problema de la congestión y los retos del transporte, los argumentos que se esgrimen giran en torno a cómo conseguir los recursos financieros necesarios para invertir en infraestructuras a todos los niveles. Se plantean alternativas como la subida de impuestos sobre los combustibles o sobre los vehículos, implantar un sistema de tasas por uso de la infraestructura pública, crear nuevas herramientas financieras y dotar mejor las ya existentes, utilizar los recursos de fondos de pensiones e inversores privados, etc. Todo centrado en cómo aumentar los fondos, sólo cuenta éste lado de la moneda.

No recuerdo más de uno o dos conferenciantes que abiertamente hayan desarrollado ideas de cómo mejorar la eficiencia en el gasto (en otras palabras, cómo hacer más con menos) y aun así resolver el problema de la congestión y el transporte. Está generalmente admitido como una verdad incuestionable que la única forma de reducir el gasto en infraestructuras es evitar o retrasar la construcción de nuevos y necesarios proyectos.

¿No hay otras alternativas para desarrollar infraestructuras de modo más eficiente? Esta pregunta merece por lo menos la misma atención que la de cómo encontrar los fondos que no aparecen. Algunos estamos convencidos de que existen formas más eficientes de desarrollar infraestructuras y de resolver los problemas de congestión. Y eso no tiene porqué querer decir que las administraciones públicas van a recibir un Kia en lugar del Mercedes que esperaban. El hecho es que cuando los intereses están adecuadamente alineados; cuando los incentivos de todas las partes miran al mismo objetivo final común –resolver el problema de la congestión prestando un servicio de alta calidad a los usuarios–; cuando los contratos de infraestructuras están más orientados a asegurar el cumplimiento de esos objetivos que a definir de una manera prescriptiva cómo llegar a ellos; los proyectos pueden alcanzar esos mismos objetivos con la misma o mejor calidad y menor gasto.

Como ejemplo, Allen Consulting Group desarrolló en 2007 un análisis para la Universidad de Melbourne comparando la eficiencia de varios métodos de desarrollar infraestructuras utilizando una muestra de 54 proyectos, algunos desarrollados como colaboraciones público – privadas (PPPs), y otros siguiendo el método tradicional “diseño-concurso-construcción” (DBB). Encontraron ventajas muy significativas a favor de los PPPs: desviaciones de coste medio del 1% frente a un 15% con procedimientos DBB, y adelantos medios del plazo de construcción del 3,4% en PPPs frente a retrasos medios del 23% en proyectos tradicionales.

Aumentar los fondos públicos con mecanismos eficientes que limiten el impacto en el presupuesto –como por ejemplo hace el programa TIFIA en EEUU- es ciertamente una condición sine qua non para resolver el problema de las infraestructuras de transporte. Pero sería irresponsable verlo como la única solución. Tiene que venir acompañada de iniciativas que reduzcan el gasto y al mismo tiempo permitan alcanzar los mismos objetivos de solución del problema de la congestión y del transporte.

Volviendo a Plutarco, es fascinante ver cómo desarrolla la comparación entre las vidas de Teseo y Rómulo: “Teseo según su propia voluntad y sin verse obligado a ello (…) se consagró espontáneamente a grandes empresas; mientras que Rómulo, entre el temor de la esclavitud presente y el castigo que le amenazaba, haciéndose valiente por miedo, se vio precisado –como dice Platón- a arrojarse a cosas grandes por evitar el peligro extremo”.

 

¡Cuánto mejor no sería resolver el problema de las infraestructuras públicas a la manera de Teseo, en lugar de tener que esperar hasta no tener más opción que hacerlo a la de Rómulo!

1 comentario

  • Jesús Valbuena

    03 de noviembre de 2011

    Muy interesante, Nicolás. Sin duda vivimos en la era de "A y B", en lugar de "A o B": cómo desarrollar infraestructuras a la vez que se reduce la deuda pública, cómo se invierte de manera más eficiente, cómo, en definitiva, se consigue hacer más con menos recursos.

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