El título de este post es la traducción de “not the best agreement in the world, but an agreement for a better world”. Así resumía en twitter Ida Auken, ministra de medio ambiente de Dinamarca, las sensaciones en torno a “The future we want”, el documento final de la esperada conferencia celebrada entre el 20 y 22 de junio en la megápolis brasileña, veinte años después de los acuerdos de Río que cambiaron la agenda política de numerosos países.
Efectivamente, sensaciones agridulces…, grandes expectativas depositadas en la cumbre, que una vez más han acabado en la frustración de una parte importante de la sociedad civil. El documento final reconoce en su articulado que no se han cumplido los principales objetivos que se fijaron hace veinte años en materias tan importantes como la erradicación de la pobreza o la lucha contra el cambio climático, y expresa por ello su “grave preocupación”, pero no acaba de establecer mecanismos solventes para mejorar las perspectivas en un futuro cercano.
De hecho, al leer el documento final de la cumbre todo suena demasiado familiar, lo que indica que las expectativas no han cambiado en las dos últimas décadas: los objetivos son sustancialmente los mismos porque, la verdad, no se ha avanzado como se esperaba. Todo ello queda reflejado en la propia redacción del texto: en la versión original (en inglés, 53 páginas y casi 25.000 palabras) “we will” es utilizado cinco veces y “must” solo tres. Sin embargo, se utilizan con profusión términos como “apoyamos”, “reafirmamos” o “instamos encarecidamente”, para referirse a la práctica totalidad de los asuntos clave que harían cambiar el modelo de desarrollo; y “reconocemos” para dar cuenta del fracaso en los objetivos que se habían comprometido en las dos últimas décadas, incluidos buena parte de los “Objetivos del Milenio”. Desde este punto de vista, decepcionante (pero ¿qué cumbre de las dos últimas décadas no lo ha sido?).
Sin embargo, el documento final de Río+20 también tiene su lado positivo:
- Primero, porque se reconoce sin ambages el fracaso institucional y político que supone el incumplimiento de los principales objetivos y planes que emanaron hace veinte años de la Cumbre de Río, lo que esperamos que por fin despierte conciencias y active tanto a los políticos como a buena parte de la sociedad civil.
- Segundo, porque se reafirman los compromisos que, en materia de medio ambiente y erradicación de la pobreza, se han firmado en los últimos años con el propósito de alcanzar un modelo de desarrollo más sostenible.
- Tercero, porque se refuerzan institucional y financieramente programas tan relevantes como el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente).
- Cuarto, porque se apoya la “economía verde” como el mejor instrumento para generar riqueza y empleo de calidad a escala global, sirviendo como la palanca más eficaz para el desarrollo sostenible.
- Quinto, porque se recalca que el acceso a la información, la educación y la “participación amplia” del público son parte fundamental del desarrollo, como antítesis de la postura actual de muchas de las sociedades del “primer mundo”, adormecidas e indolentes ante el aluvión de problemas que cada día vierten los medios de comunicación.
- Y, por último, porque al menos se activa un grupo de trabajo de alto nivel, bajo los auspicios de la Asamblea General, encargado de formular nuevos objetivos para el desarrollo sostenible.
El documento final repasa la totalidad de los temas que preocupan a lo largo de sus 283 artículos: la generación de empleo y riqueza, la erradicación de la pobreza, la seguridad alimentaria, la energía, el cambio climático y los desastres naturales, el agua, los océanos, y las grandes ciudades del futuro (se calcula que en 2050 dos tercios de los más de 9.000 millones de personas que habitarán la Tierra, vivirá en ciudades).
Aún a falta de compromisos vinculantes que generarían un entorno de seguridad y predictibilidad muy deseable para el sector empresarial, las tendencias que se apuntan en el documento generarán grandes oportunidades en los próximos años. Por destacar solo las perspectivas más relevantes para una empresa como Ferrovial, “the future we want” pasará necesariamente por el desarrollo de redes de transporte más eficientes, intermodales, de menores emisiones, donde las tecnologías de la información cobrarán un papel muy relevante. Las megápolis del futuro también necesitarán de estas tecnologías para hacerse más eficientes en términos económicos y energéticos, sin menoscabo de la calidad de los servicios que se prestan a los ciudadanos: el concepto “Smartcity” en estado puro. El abastecimiento de agua potable será otro de los grandes retos tecnológicos y empresariales a escala planetaria; más aún en un contexto en el que el cambio global cambiará radicalmente la distribución y la disponibilidad de este recurso, afectando a una gran parte de la población mundial. Gobiernos, empresas y otras instituciones han comprometido en Río+20 $513 billones para financiar éstas y otras líneas de actuación que serán claves para un futuro más sostenible.
Por último, los más curiosos estarán encantados de echar un vistazo a los compromisos voluntarios que han firmado diversos países e instituciones en el Río+20 voluntary commitment website. A través de ellos, uno se hace verdaderamente a la idea de qué gobiernos tienen una visión más clara de los retos que tendrán que enfrentar en las próximas décadas; éstos son, en esencia, los más afectados por el cambio climático (sobre todo los estados insulares), y los tradicionalmente más avanzados en estos asuntos (Japón, Finlandia, Holanda…, países por otra parte en la cima de la competitividad. ¿Tendrá algo que ver?)
En resumen, nada nuevo bajo el Sol después de la tan esperada cumbre de Río+20. Aun así, dejaremos pasar algún tiempo para ver qué efectos produce: el verdadero impacto de estos acuerdos no se puede valorar objetivamente hasta pasados algunos meses, o años…
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