innovation improves efficiency
Eficiencia operativa

Por qué la innovación mejora la efectividad

“El sentido común no es más que un depósito de prejuicios establecidos en la mente antes de cumplir dieciocho años.”

Albert Einstein

05 de abril de 2016

El sentido común está sobrevalorado

En su libro «Everything is obvious: How common sense fails us», el sociólogo de la Universidad de Columbia Duncan J. Watts dedica más de 300 páginas a investigar a fondo las verdades y los mitos que rodean al famoso «sentido común».

Watts explica que el «sentido común» se basa en el pensamiento instintivo, un razonamiento natural basado en la intuición y la experiencia. Este tipo de pensamiento suele ser automático, lo cual es muy útil para ahorrar energía mental, pero da pie a cometer errores con facilidad, en la medida que no profundiza en los detalles.

La tesis que defiende Watts es que el sentido común está sobrevalorado y que a menudo se convierte en una excusa para justificar la pereza mental y en una forma de expresar el desprecio hacia el pensamiento crítico y el enfoque científico.

Para Watts, aprender a pensar consiste precisamente en aprender a cuestionarse nuestros propios instintos acerca de cómo funcionan las cosas, testando nuestras teorías con observaciones y experimentos serios. En palabras del autor, «deberíamos confiar menos en nuestro sentido común, y más en lo que podemos medir».

Si quieres profundizar más en las tesis de Watts, te recomiendo esta fantástica reseña que publica Amalio Rey en su blog.

La intuición nos engaña

Como explica este artículo de Fernando del Álamo, durante la Segunda Guerra Mundial había abierto un debate sobre el tipo de mejoras que debían llevarse a cabo en los aviones de combate. Por una parte, existía la posibilidad de aumentar las cualidades del aparato – poniendo, por ejemplo, cañones más eficaces o protecciones más gruesas – a cambio de reducir ligeramente la seguridad estructural del avión. Por otra parte, estaba la opción de introducir cambios que no modificaran la estructura, lo que limitaba considerablemente la amplitud de las posibles mejoras.

Aunque armar y blindar mejor los aviones habría evitado cientos de derribos, los pilotos no querían ni oír hablar de ello, ya que se negaban en redondo a que la estructura de los aviones se modificara, por miedo a que dicha estructura se rompiera durante el vuelo. Los datos, sin embargo, hablaban por sí solos de la falta de fundamento de estos temores, ya que el número de aviones perdidos en combate era del orden de uno cada veinte salidas mientras que las pérdidas por problemas estructurales eran anecdóticas, menores de uno cada cien mil.

A pesar de que la intuición de los pilotos desaconsejaba aligerar las estructuras, la realidad es que hacerlo habría permitido introducir otras mejoras que habrían contribuido, con seguridad, a reducir significativamente el número de derribos sin un aumento de riesgo significativo para las estructuras de los aparatos.

La efectividad crece fuera de la zona de confort

También durante la Segunda Guerra Mundial, pidieron al matemático judío Abraham Wald que estudiara la localización de los impactos de fuego enemigo en el casco de los aviones que regresaban, con el fin de que hiciera recomendaciones sobre qué partes de los aviones reforzar para mejorar las probabilidades de supervivencia. Para sorpresa de sus superiores, Wald recomendó blindar las partes que no mostraban daños.

La lógica de aquel matemático era que los agujeros que veía en los aviones que habían sobrevivido indicaban lugares donde un avión podía recibir impactos y resistir. Por consiguiente, concluyó, los aviones que habían caído probablemente habían recibido impactos precisamente en los lugares donde los aviones que habían regresado habían tenido la suerte de no haber sido alcanzados.

La capacidad de Wald para evitar el pensamiento automático y «salir fuera de la caja» para observar el problema desde una nueva perspectiva, le permitió llegar a conclusiones inusuales pero cargadas de sentido. Como diría Duncan J. Watts, «todo es obvio una vez que conoces la respuesta».

Conclusión

Ahora que sabemos que el sentido común y la intuición son en gran parte estratagemas que utiliza nuestro cerebro para ahorrar energía, es importante que nos planteemos la necesidad de salir proactiva y regularmente de la zona de confort delimitada por nuestros esquemas mentales.

El día a día, la presión constante, los imprevistos, el flujo incesante de información… Todo parece conspirar para que sigamos actuando como autómatas, escudándonos en el sentido común y la intuición, sin cuestionarnos si lo que hacemos sigue siendo la mejor opción o si habría formas más eficaces y eficientes de lograr los mismos o mejores resultados.

Innovar es, ante todo, una actitud y consiste precisamente en eso, en salir proactivamente de nuestro pensamiento automático y contemplar la realidad desde perspectivas inusuales. Cuestionar nuestras creencias de manera habitual abre la mente a nuevas posibilidades y permite ver, escuchar y sentir cosas que antes nos pasaban desapercibidas.

La práctica habitual del pensamiento crítico y dejar de confiar en lo que creemos para pasar a confiar en lo que sabemos – fruto de la experimentación y de los datos – cambia significativamente nuestra percepción de la realidad. Y cuando la percepción cambia, también cambia la información que recibimos y, con ella, cambian las decisiones que tomamos.

Los resultados distintos rara vez son consecuencia de seguir haciendo las cosas de siempre, del mismo modo que la innovación y la efectividad rara vez son fruto del azar. Cuando innovar se convierte en un hábito, la generación de nuevas y mejores soluciones de valor, cada vez más efectivas, también se convierte en un hábito. Así es como la innovación mejora la efectividad.

 

2016 José Miguel Bolívar – Algunos derechos reservados

This work is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0 International License.

1 comentario

  • Mario

    06 de abril de 2016

    Totalmente de acuerdo. Muy buen artículo

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