Innovación

¿Y si un tren a 1.200 km por hora dijese más de la evolución de la humanidad que otros descubrimientos?

12 de enero de 2017

A los humanos nos apasiona movernos. Y la velocidad. Gateamos antes de hablar, y desde que aparecimos parece que no hemos hecho otra cosa que pasearnos por todas las esquinas del planeta, cada vez a mayor velocidad. Incluso cuando las fotografías satelitales nos demostraron lo pequeña que era la Tierra seguimos poniendo nuestra tecnología al límite.

Quizá pensaba en esto George Edwards cuando en 1958 se presentó ante la Royal Aeronautical Society y aseguró delante de todos sus miembros que el progreso del hombre podía medirse de manera última por la velocidad máxima alcanzada por el ciudadano medio. Algo relevante en vista de que el Hyperloop, un tren bala enfundado en un tubo al vacío y que alcanzará los 1.200 km/h, pronto aspira a ser uno de los transportes del futuro.

¿Cómo se mide lo avanzados que somos tecnológicamente?

Al mirar atrás y ver cómo nos golpeábamos los europeos entre nosotros en diversos momentos de la historia, es fácil aseverar «Hoy día estamos más civilizados, somos más cívicos, o hemos evolucionado más». Sin embargo es muy complicado obtener un dato objetivo para asegurar que tenemos razón en eso.

¿Contabilizamos la evolución humana en función de sus descubrimientos, del número de patentes, de los bits en Wikipedia? ¿O lo hacemos acaso con el número de leyes que generamos en nuestra burocracia? ¿Cómo evitar hacer trampas con cualquier método, o equivocarse? Es obvio que necesitamos algún tipo de sistema objetivo, igualitario y medible.

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Consumo estimado en tres tipos de civilizaciones según la escala Kardashev. Fuente: Kardashev.

Bajo estas demandas fue como Nicolái Semiónovich Kardashov estableció el grado de evolución tecnológica en función de cuánta energía se consume, diferenciando tres tipos de civilizaciones:

  • las que explotan su planeta,
  • las que explotan su sistema solar,
  • y las que explotan toda una galaxia.

Un sistema que plantea algunas críticas. Por ejemplo, si abandonásemos las fuentes de energía verdes pero quemásemos diez veces más carbón que ahora, apareceríamos en la escala como más evolucionados, algo difícil de justificar. Además, esta cantidad no está bien repartida entre todos. Hoy en día sabemos que gran parte del mundo vive con pobreza energética mientras que una pequeña parte tiene abundancia de energía, por lo que no nos sirve como indicador real, estando este un poco por debajo.

La escala de George Edwards, sin embargo, ya incluía en su propia definición una coletilla para que este problema no le afectase, dejando claro que la velocidad registrada era la del ciudadano medio. Es decir, que si un grupo de multimillonarios deciden salir todos los fines de semana al espacio eso no afectará a la medida de cómo de evolucionados tecnológicamente estamos.

¿A qué velocidad nos hemos movido hasta ahora, y cómo nos ha afectado?

George Edwards era inglés, y por tanto estaba acostumbrado a establecer las magnitudes del modo más enrevesado posible. Cuanto más complicado, mejor. En lugar de usar una unidad universal, o al menos las unidades imperiales de velocidad como el nudo o la milla por hora, usó para denotar el avance técnico de la humanidad «la distancia que una persona pudiera recorrer normalmente en un día de 12 horas». Distancia que obstaculizó más si cabe estableciéndola en millas náuticas. Me tomaré la licencia de hablar en kilómetros.

Durante casi toda nuestra historia, la distancia máxima fue la que una persona podía imprimir a sus piernas, unos 32 km al día. Con el uso del caballo doblamos esa capacidad, pasando a 64 km, y volvimos casi a doblarla (120 km) cuando aprendimos a pavimentar el firme de una manera adecuada y a gestionar la frescura de los caballos. Así, un caballero inglés (las señoritas iban en coche, cosas de aquella época) podía cabalgar 12 horas seguidas cambiando de caballo en los albores de la Revolución Industrial.

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Locomotora Caprotti: Fuente: Wikipedia

Con la Revolución Industrial llegó el ferrocarril, que alcanzó gracias a la fuerza del vapor los 820 km por jornada. Las grandes calderas de las locomotoras no necesitaban descansar, y los turnos de los maquinistas hacían que tan solo fuese necesario un primer vagón de carbón para que el tren se moviese durante todo el día.

Hacia 1940 se abrió el avión al público general, con distancias de hasta 2.000 km. Lejos de establecer ahí el límite por el aire, la aeronáutica añadió los motores a reacción (8.800 km) y pasó a los supersónicos. Sin embargo, pronto estos desaparecieron del mapa, dando a aviones como los Boeing una distancia cercana a los 11.000 km cada 12 horas.

Por primera vez en décadas, estamos en las vísperas de un sistema de transporte a 1.200 km/h para la población general, el Hyperloop. Esto elevará la distancia de Sir George Edwards (fue nombrado caballero al servicio de Inglaterra) a casi 15.000 km. Sin duda una cantidad mesurable y comparativa, que es precisamente lo que Kardashov estaba buscando.

Lo que traerá el Hyperloop

De momento, traerá aires más limpios gracias a su propulsión. El Hyperloop es un sistema de lanzamiento similar al del tren en su concepción física, pero en el que la cabina de pasajeros avanza a través de un tubo. Algún crítico ha surgido comparando los conductos de la serie Futurama con el Hyperloop. Y en líneas generales tienen razón, ya que en el tubo se genera un vacío que evita la fuerza de rozamiento del aire, ahorrando muchísima energía en el avance y permitiendo alcanzar velocidades nunca antes vistas para el transporte por tierra.

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Tubos de vacío de Futurama en el que se observa cómo los personajes avanzan por ellos. Fuente: Myfuturama.

Las comparaciones con la serie de animación acaban ahí, y es muy posible que el Hyperloop sea tan estudiado dentro de dos siglos como lo son los ferrocarriles hoy día. Según Elon Musk, inventor del Hyperloop, este es «una nueva manera de mover gente y objetos a velocidades de aerolínea por el precio de un billete de autobús». Y es ahí donde está la magia, en el coste al pasajero.

La historia, empezando probablemente por los romanos, nos ha demostrado que en el momento en que permites a las personas moverse a una velocidad mayor a la que lo hacían antes, los sistemas económicos empiezan a bullir, el dinero a circular y la ciencia despega como no lo había hecho antes. Pon a la gente en marcha (literalmente) y tendrás una sociedad próspera.

El Hyperloop se dio a conocer en 2012, se convirtió en un bombardeo de ideas global a lo largo de 2014, y ya ha tenido su primera prueba de éxito en 2016. Probablemente acabe abriendo las puertas a los pasajeros en nuestro país en 2019 aunque hay expertos que todavía no creen que esto se vaya a cumplir. En menos de una década puede cambiar la vida de este país, uniendo con un puente de 30 minutos Madrid y Barcelona, y hacer lo mismo en cientos de rutas por todo el mundo. La tecnología ya está lista, probada, y es asequible. Ahora los problemas son más burocráticos que técnicos.


Wanderers, del inglés nómadas. Corto de Erik Wernquist, voz de Carl Sagan

Parece que romper la barrera de los 1.000 km/h para los ciudadanos de a pie nos acerca más a aquella barrera que marcó Carl Sagan hace tiempo en la atmósfera superior, aludiendo a nuestro espíritu explorador, errante y nómada. Una velocidad con la que George Edwards estaría más que orgulloso, que situaría nuestra civilización hacia delante en los esquemas de Kardashev y a la que Elon Musk parece entregado en cuerpo y alma con SpaceX.

Lo que comentaba: a los humanos nos apasiona movernos.

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