Diseño e ingeniería

El conflicto robot-humano: quizá no estemos preparados para la revolución

14 de agosto de 2017

Un mundo dominado por máquinas que esclavizan a los humanos como fuente de energía. Un sistema robótico que adquiere consciencia propia y decide destruir todo vestigio de la raza humana. Un planeta que se enfrenta a la rebelión de las máquinas, que no aceptan la humillación a las que las somete la especie humana. La ciencia ficción nos ha dado argumentos de sobra para creer que el conflicto humano-máquina acabará mal. ¿Tiene razón? ¿Es hora de destruir nuestros smartphones y luchar por un mundo sin tecnología?

A medida que la robotización del mundo se hace más real, crece el debate alrededor de cómo nuestra sociedad va a adaptarse a la revolución de las máquinas. Algunas de las cuestiones que se plantean son realmente novedosas, pero otras no es la primera vez que surgen. También en la Inglaterra de finales del siglo XVIII, en una incipiente sociedad industrial, algunos trabajadores se rebelaron, furiosos, contra los telares automáticos porque les quitaban el trabajo.

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Luditas destrozando un telar / Wikimedia Commons

La clave está en el empleo

Los movimientos luditas de hace 250 años fueron quizá la expresión más violenta del rechazo de los humanos a las máquinas. Pero los telares automáticos no han sido la única innovación que supuso un desafío para el mercado laboral. Las teleoperadoras, indispensables para las comunicaciones hace 60 años, han desaparecido. La lechera y el aguador hace ya tiempo que dejaron su sitio a supermercados e instalaciones de agua corriente. Y hace varias décadas que el pregonero municipal colgó la campana en favor de otros métodos de comunicación menos ruidosos.

Todos han sido cambios pequeños en un lento caminar hacia un mundo dominado por las máquinas y la inteligencia artificial, del que los robots serán su máximo exponente. ¿Estamos preparados para esa revolución? O, mejor, ¿hemos estado alguna vez preparados para alguna revolución?

Un ya famoso estudio de la Universidad de Oxford, publicado en 2013, señala que alrededor del año 2030, en Estados Unidos, casi la mitad de los trabajos serán realizados por robots. «Nuestro modelo predice que la mayoría de los trabajadores de los transportes y las ocupaciones de logística, la mayor parte de los trabajadores administrativos y los empleados de los sectores de producción, están en riesgo”, señalan sus autores, Carl Frey y Michael Osborne.

No se trata de ponerse apocalípticos, pero estas predicciones no parecen descabelladas. Sobre todo, si tomamos en cuenta el trabajo tal como hoy lo conocemos, sin considerar empleos del futuro que hoy no podemos imaginarnos. Según el National Bureau of Economic Research, una organización pública de Estados Unidos, la introducción de métodos robotizados en las fábricas ha destruido casi 700.000 empleos en el país desde 1990.

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Fábrica de coches robotizada / iStock

El reemplazo está en marcha

Los robots ya están reemplazando a los trabajadores, y no reconocerlo sería mirar hacia otro lado. Siempre tomando como referencia Estados Unidos, el último informe de la Robotic Industries Association señala que, en el primer trimestre de 2017, las industrias americanas adquirieron casi 10.000 robots, un 28% más que el año pasado. Además, indica  que las empresas están utilizando, cada vez más, estos robots para incrementar la productividad sin recurrir a mano de obra (humana) barata en países en vías de desarrollo.

Las previsiones más agoreras sobre el impacto de los robots en el trabajo se centran en China o el sudeste asiático“A medida que las máquinas van no solo aprendiendo a hacer más cosas, sino que además las van haciendo cada vez mejor, mucho mejor que las personas y a un coste más bajo, pensar que va a haber más empleo del tipo que hoy conocemos es simplemente absurdo. Si restringimos empleo a lo que hoy conocemos como empleo, olvídalo: habrá mucho menos. Sin embargo, lo que tenemos que pensar es que vamos hacia un mundo en el que muchas personas harán cosas que hoy no consideraríamos empleo, pero lo serán”, señala Enrique Dans, profesor de innovación en IE Business School, en un artículo reciente publicado en El País.

Dans es de los que defiende un cambio social para adaptarse a una nueva realidad en la que los robots hagan el trabajo duro y los humanos se centren en hacer aquellas actividades productivas con las que más disfrutan y mejor se les dan. “Cada vez veo más pruebas de que nos dirigimos hacia un modelo en el que la renta básica incondicional será un elemento central, y lo veo venir tanto desde ideologías que buscan una redistribución de la riqueza más justa como desde los más liberales”.

La batalla real se da en la ética

Más allá de las conocidas leyes de la robótica de Isaac Asimov y del impacto concreto de los robots en los puestos de trabajo, el debate se centra también en cuestiones éticas y legales que giran alrededor de una compleja pregunta: ¿hasta qué punto podemos considerar a las máquinas como nuestros iguales?

Depende. “Una máquina no llegará a tener conciencia de lo que está haciendo, podrá jugar al ajedrez pero no sabrá que está jugando, no sabrá lo que es competir ni tendrá el sentimiento de que está compitiendo con el hombre para derrotarlo”, explica el director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC, Ramón López de Mántaras, en un artículo publicado por EFE. “Hay motivaciones e intenciones que dudo mucho que vayan a tener”.

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Sin embargo, otros expertos, como los que sostienen la Iniciativa 2045, creen que la inteligencia y la robótica evolucionarán tanto que, dentro de aproximadamente tres décadas, podremos transmitir nuestra propia consciencia humana a máquinas super-avanzadas que superen en todo las habilidades del hombre, difuminando la frontera entre humanos y robots.

La pregunta sobre las motivaciones e intenciones de la inteligencia artificial tiene muchas matices éticos, sobre todo a la hora de discutir hasta qué punto vamos a confiar en ella. ¿Cómo actuaría un robot en el caso de tener que decidir entre la vida de diferentes grupos de humanos? ¿Cómo determinaría lo que es daño o sus diferentes niveles? ¿Se podrán realmente llegar a programar estas cosas?

El futuro: apocalíptico o de color de rosa

Demasiadas preguntas para que nadie tenga la respuesta. Todo lo que tenemos son predicciones, más o menos agoreras, y ese imperturbable sentimiento, quizá un poco alentado por Hollywood, de que, al final, todo acabará saliendo bien.

En la actualidad, las predicciones sobre las relaciones robot-humano se concentran en dos grandes grupos con multitud de matices. Unos, optimistas, auguran un futuro feliz para el hombre, en el que las máquinas nos liberen del trabajo duro y podamos dedicarnos al ocio y la creatividad. Otros, pesimistas, aseguran que la revolución industrial actual no tiene precedente y no somos conscientes de los desafíos que tenemos delante.

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Los más optimistas, como los editores de la influyente The Economist, proponen un gran pacto social para crear una sociedad más feliz. En ella, los trabajadores aceptarían cambios de trabajo y formación tecnológica constante, mientras el Estado garantiza una renta básica y prestaciones sociales que deberían estar sostenidas por una especie de impuesto sobre los robots trabajadores.

Muchos expertos, de los pesimistas, coinciden con esta visión, pero la ven irrealizable. Para ellos, ante la inacción de los estados, las máquinas acabarán reemplazando por completo a los seres humanos en algunos sectores. En este mundo con menos empleos, no habrá dinero ni confianza en el mercado para consumir los productos producidos. Así, pronostican una sociedad masivamente robotizada con altas tasas de desempleo y deflación.

No será Neo, ni los replicantes, ni Terminator, ni siquiera Wall-E el que marque nuestro futuro. Una vez más, parece que la pelota está en el tejado del ser humano. La tecnología está ahí y sigue avanzando a un ritmo trepidante. Todo depende de cómo seamos capaces de adaptarla a nuestro mundo. Confiemos en que sea en nuestro beneficio.

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