La era del transporte flotante y sus implicaciones para las grandes urbes
17 de octubre de 2018
Las formas de moverse por las ciudades están en constante evolución. Las tendencias actuales pasan por el alquiler frente a la propiedad y en la variedad de formas de recorrer pequeñas y medias distancias. Gracias a esto han surgido todo tipo de «ingenios mecánicos» más allá de coches, motos y bicicletas, así como nueva fórmulas de contratarlos. Es un futuro interesante y que presenta muchos retos para las ciudades.
Los responsables de Cittymapper, una de las apps más populares para planificar cómo moverse por las grandes ciudades han acuñado un término para todas estas nuevas formas de movilidad: el sugerente nombre de «transporte flotante». A diferencia de los tradicionales, estos servicios no tienen paradas fijas ni infraestructura y pueden encarnarse en todo tipo de vehículos, siempre disponibles los lugares en los que la gente los necesita.
Hacer la lista completa de estos nuevos medios de transporte sería casi imposible: dejando aparte el coche en propiedad están:
- Coches que se alquilan por tiempo (carsharing)
- Bicicletas de préstamo o alquiler
- Motocicletas eléctricas
- Patinetes eléctricos
- Segways
- Hoverboards, monociclos, skates y similares
Muchos de estos medios de transporte –casi todos son eléctricos o híbridos– reducen las emisiones contaminantes y los ruidos, contribuyendo a mejorar las ciudades. Pero en la convivencia con coches, autobuses, metro y peatones también surgen los problemas: ¿Por dónde circulan estos vehículos? ¿Dónde se estacionan? ¿Es conveniente que compartan las aceras para peatones?.
Curiosamente lo que parecía un futuro idílico se ha convertido en un dolor de cabeza para quienes inventan y promueven estas alternativas, por no hablar de quienes las utilizan: regulaciones urbanas, conflictos con sectores ya establecidos (como el del taxi), vandalismo… Parece que el futuro era más complicado de lo que parecía.
Movilidad vinculada a los móviles y las apps
El transporte flotante comparte varias característica comunes. Una de ellas es que está vinculado casi siempre a los teléfonos móviles y a las apps con los que se accede a cada servicio. El móvil sirve para ubicar en el mapa los coches eléctricos, motos o bicicletas; también para desbloquearlos y ponerlos en marcha. Y además son la forma de pago más natural, vinculados a una tarjeta de crédito – aunque en algunos casos como los de BiciMad se necesitan tarjetas especiales o combinadas con el resto de transportes de la ciudad. Además, las empresas se encargan de que quienes hacen uso de estos servicios estén perfectamente identificados, tengan contratos claros, los permisos apropiados (como el carnet de conducir) y los seguros en regla.
Aparte de eso estas redes de transporte suelen proporcionar su información a las empresas que desarrollan apps de movilidad, de modo que los usuarios puedan consultar directamente desde las apps de Google, Citymapper y similares las diversas formas de completar una ruta – sin tener que abrir cinco o diez apps distintas para consultar la disponibilidad en cada servicio cuando se quiere ir a algún lugar. En este sentido las tendencias de las ciudades inteligentes apuntan hacia los datos abiertos, que en el caso de los medios gestionados por administraciones públicas es casi universal hoy en día.
Normativas que han de solucionarse
Desde que había gente que caminaba mientras otros iban a caballo siempre ha existido cierto un conflicto en el uso de las vías públicas. En el Siglo XXI a veces puede llegar a parecer un «todos contra todos» difícil de conciliar: conductores de coches contra ciclistas en las calzadas; ciclistas contra peatones (en el carril bici) y peatones contra ciclistas (en las aceras); vehículos turísticos como Segways y tándems contra todos los demás… ¿A quién pertenece la calzada, la acera, el carril bici, los parques? No hay que tomárselo a broma: incluso hay peatones que se sienten avasallados por los cada vez más numerosos runners, y éstos a su vez por normas como la Ley de Seguridad Ciudadana hasta el punto de que la Dirección General de Tráfico tuvo que salir al paso y aclarar que no multaría a los corredores por exceder ningún limite de velocidad al usar el espacio en las aceras para hacer deporte.
La reciente irrupción de los patinetes eléctricos y otros vehículos de nueva generación es un ejemplo perfecto de las implicaciones de esta difícil convivencia. Para empezar, las normas y ordenanzas de movilidad varían de unas ciudades a otras y además son bastante cambiantes con el tiempo y las «modas». Aunque estos patinetes se califican técnicamente como «vehículos de movilidad personal» hay varios tipos y no es lo mismo un patinete que un Segway, un hoverboard o un monociclo. En general se diferencian por su velocidad máxima, peso y un factor de peligrosidad (entre otro).
Aunque con algunos de estos vehículos se puede circular por las calzadas –dependiendo del tipo de calle y de si es de un solo sentido o doble, con varios carriles, etcétera– el «efecto avasallador» de coches y autobuses hace que quienes usan estos nuevos artilugios tiendan a usar la acera. Entonces entran en conflicto con los peatones, que ven cómo sigilosos patinetes de hasta 25 kg «pasan volando» a 20 km/h justo a su lado. Más o menos como ha sucedido durante mucho tiempo con las bicicletas – que por su parte también tienen conflictos en sus carriles dedicados con patinetes, skates, Segways y demás. El sentido común recomienda al compartir la acera que el límite de velocidad sea el del «paso al caminar de una persona», pero no todo el mundo lo respeta.
Demasiados aparatos para tan poca acera
Otro punto de fricción es el del aparcamiento. Al igual que en algunas ciudades hay quien se queja de la «invasión de las terrazas de los bares» porque reducen el espacio a las aceras para pasear, cada vez hay más vehículos flotantes aparcados en las aceras. A las motos y ciclomotores que se pueden aparcar siempre que no molesten y dejen una distancia de paso suficiente se han unido las bicicletas que, a diferencia de las de servicios como Bicing en Barcelona o BiciMad en Madrid no tienen bases propias y se pueden dejar en cualquier lugar.
El diario británico The Telegraph usaba para este problema con las bicis y motocicletas eléctricas la dicotomía entre «futuro del transporte» o «más basura en la ciudad». Diversas capitales del mundo se han enfrentado al mismo problema: como esas bicicletas sólo llevan un GPS, no hay aparcabicis suficientes en las calles y mucha gente no las aparca de forma responsable donde no molesten. Así que acaban abandonadas en cualquier lugar, vandalizadas o apiladas como si fueran chatarra – pasándole el problema al siguiente que la quiera usar. Montañas de bicicletas: amarillas, rojas, azules… Son tan baratas que pasan de ser cientos a miles en pocos meses: las llaman el Uber de las bicis chinas. El color varía, pero el problema acaba siendo el mismo.
Soluciones para todos los gustos
Ninguna de estas situaciones tiene una solución fácil, probada y definitiva, pero las empresas y entidades que gestionan el transporte flotante han aprendido de la experiencia en otras ciudades y además la tecnología siempre ayuda.
Además de planificar las ciudades con mejores carriles bici que puedan usar todo tipo de usuarios de medios de transporte alternativos –incluyendo los patinetes eléctricos– muchas iniciativas buscan ampliar las plazas de aparcamiento específicos para bicicletas. Algunos son aparcamientos urbanos reconvertidos para bicicletas, como los de Don Cicleto en Madrid, Barcelona, Zaragoza y Sevilla. En Japón una empresa llamada Giken tiene aparcamientos robotizados subterráneos que bajan las bicis hasta 11 metros bajo la superficie para dejar la acera libre a los peatones. Idealmente los nuevos aparcabicis también van equipados con enchufes o cargadores eléctricos. En algunas ciudades incluso se ha planteado intercambiar el espacio que ocupa una plaza de coche para que hasta ocho bicicletas puedan aparcar frente a cada supermercado – beneficiando así tanto al comercio de cercanía como a la seguridad de las propias bicis y también al tráfico.
Quienes gestionan el transporte flotante también han aprendido mucho en todos estos años: los datos amasados acerca de los puntos donde comienzan y finalizan los trayectos permiten planificar mejor ciertas actuaciones, con camiones y operarios para llevar las bicis del centro a la periferia (o al contrario) según la hora del día, para evitar que falten o que las bases estén llenas. El vandalismo se ha reducido con cámaras de videovigilancia y mejores sistemas antirrobo. En cuanto al carsharing las zonas de circulación se van ampliando con el paso del tiempo y muchos ya llegan a zonas como los aeropuertos cercanos a las ciudades, una necesidad importante para quienes usan el coche por trabajo.
Una forma técnica de solucionar algunos de estos problemas incluye permitir las reservas con antelación de modo que sea más fácil encontrar un coche, motocicleta o bici cuando se necesita. También juegan un papel importante las tarifas standby que como en el caso de los coches eléctricos Zity permiten mantenerlos en una tarifa reducida en caso de que haya que hacer varias paradas en una ruta o se quiera asegurar que esté disponible para la vuelta tras aparcarlo en algún lugar durante un rato.
Cada ciudad tiene sus peculiares características y unas soluciones se adaptan mejores que otras. Pero lo que parece claro es que el transporte flotante ha llegado para quedarse y la planificación urbana de las ciudades del futuro, y la adaptación de las actuales, habrá de tenerlo muy en cuenta.
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