Los juegos de construcción a base de bloques son un icono cultural de varias generaciones que han ido evolucionando desde que se popularizaran con las primeras piezas de Lego a mediados del siglo XX. A partir de la idea de los bloques originales de madera la empresa danesa encontró la forma de fabricar de forma masiva piezas de un material resistente y colorido, apto para todas las edades. Desde entonces han sido miles las series de juguetes con todo tipo de diseños que se han puesto a la venta. Hace poco se calculaba que se habían fabricado ya más de 600.000 millones de piezas de Lego desde que llegaron por primera vez a las jugueterías.
Aunque los fans de Lego construyen hoy en día naves espaciales, cuarteles generales de superhéroes o escenas propias El Señor de los Anillos, los edificios como tales siguen estando entre los favoritos. Al principio se construían a partir de las piezas básicas, combinando bloques de todos los tamaños y colores y buscando las soluciones más ingeniosas. Pero su evolución ha sido espectacular.
Para atraer el público aficionado a este tipo de construcciones más técnicas se lanzó hace algunos años una línea llamada Lego Architecture en la que se han ido publicando sets específicos de edificios y monumentos emblemáticos de todo el mundo, desde el Capitolio de los Estados Unidos al skyline de Shangái o la mismísima Gran Muralla China. Adicionalmente, en colaboración con importantes studios de arquitectura, se publicó un kit llamado Lego Architecture Studio, con piezas especiales de color blanco y manuales con técnicas y consejos específicos para los amantes de la arquitectura.
El poder de la imaginación
Pero además de elegir el «camino fácil» gracias a estos kits especiales y temáticos hay quien todavía prefiere dejar volar su imaginación y «construir a la vieja usanza», combinando piezas de todo tipo con mucho ingenio e infinita paciencia. Es el caso de Christophe Pujaletplaa, un aficionado que lleva desde 2010 construyendo una ciudad imaginaria y documentando sus progresos, ideas y sensaciones.
Esta ciudad imaginada se llama simplemente Microville: mi ciudad en Lego y nació el día en que su creador se reencontró con los bloques de lego de su infancia. Se propuso construir con ellos una gran ciudad, bien planificada, sin prisas pero sin pausas. Comenzó haciendo algunos cálculos: a escala 1:1000 cada milímetro de Lego equivaldría a un metro real; los ladrillos típicos de 4 x 2 x 1 serían más o menos de 30 x 15 x 10 metros, como un edificio pequeño. La ciudad tendría un estilo que sería una combinación de varias ciudades reales: la imaginó como «una ciudad con una zona de negocios como las de los Estados Unidos, salpicada de rascacielos soviéticos y rodeada por los suburbios de Corea del Norte».
En las páginas en las que va dejando las fotografías de Microville se pueden ver todos esos progresos: edificios, rascacielos, líneas de metro… No falta de nada. La construcción comenzó preparando la superficie plana con 16 placas grises cuadradas de unos 40 cm de lado; en 2014 ya eran 35 y ocupaban más de 5 metros cuadrados, 6 al año siguiente y un total de 7 m² en 2017, cuando la expuso en la Maker Faire (una feria para makers o aficionados a la construcción de todo tipo de artilugios, inventos y construcciones). Hoy en día se ve intrincada y un poco laberíntica.
Planificar una ciudad de este tipo no es trivial: depende del presupuesto para comprar piezas –que no son precisamente baratas– o de encontrarlas en mercadillos de segunda mano, y de que luego encajen con los estilos y edificios que se tienen en mente. En Microville se acabaron combinando de forma natural arquitectura brutalista y postmodernista, con toques de deconstruccionismo. Al principio había un exceso de colores chillones, que luego se fueron unificando en algo más natural según llegaron piezas de colores en tonos grises, negros, azules, traslúcidos y verdes caqui. Su creador derribó y reconstruyó muchos edificios –y especialmente sus techos– dependiendo de la disponibilidad de las piezas y los colores en cada momento.
Al principio Microville era básicamente una suma de calles y edificios, pero pronto se añadieron líneas de metro, llamadas A, B y C, con sus estaciones. Algunas de las líneas se cuelan entre los rascacielos, con trenes de 6 vagones. En la ciudad no había muchos espacios verdes, pero llegaron finalmente en 2016, junto con algunas piscinas. Organizar la ciudad no era fácil pero su creador empezó a utilizar un sistema de numeración de los barrios mediante placas de colores. Los edificios y calles están catalogados y documentados en algunas de las fotos, indicando la fuente de inspiración.
También empezaron a aparecer edificios emblemáticos inspirados por construcciones reales: Rascacielos como el MetLife de Nueva York, la Torre Cepsa del CTBA de Madrid o la Torre Sears de Chicago. La mezcla es extraña pero a la vez fascinante, con toques según las zonas que recuerdan a Toulusse, Buenos Aires, Pyongyang, París, Moscú, y Barcelona (el Paseo de Gracia).
Muchas de las calles y avenidas de la ciudad merecían también un nombre, así que surgieron denominaciones genéricas como Avenida de la República o Avenida de la Libertad para las vías principales. Probablemente Microville nunca esté terminada, pero a día de hoy cuenta con su Ayuntamiento, un edificio de la Televisión nacional y un emblemático Gran Hotel. En los últimos años han aparecido hasta cuatro estaciones de tren, un Palacio de justicia, un Museo de arte contemporáneo, el Senado y –cómo no– varios centros comerciales. Una gigantesca labor por amor al arte, el urbanismo, la arquitectura y los juegos de construcciones.
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