¿Qué tienen que ver una base fantasma, la vida en Marte y un trineo eólico?
10 de mayo de 2019
Desde el pasado 12 de febrero, Manuel Olivera ha ido recuperando, poco a poco, su rutina. Durante los dos meses anteriores, su vida no tuvo nada que ver con la oficina de Ferrovial en la que ahora pasa ocho horas al día. Sus jornadas transcurrían bajo un sol que no se ponía nunca. A temperaturas máximas de 20 grados negativos. Y a los mandos de un Trineo de Viento que ha hecho historia en la exploración e investigación antártica española.
“Lo mejor de volver a la rutina es comprobar que puedes volver a la rutina. Porque cuando te vas a la Antártida dos meses se te olvida por completo tu vida anterior. No sabes ni lo que hacías ni qué has dejado atrás”. Ya en Madrid, Manuel Olivera repasa su tercera expedición a bordo de este vehículo polar ideado por el explorador Ramón Larramendi. 53 días y 2.538 kilómetros sobre el continente helado cargados de aventura y ciencia.
Liofilizar una fabada asturiana
Afrontar una misión de cerca de dos meses en la Antártida requiere mucho entrenamiento. Pero, sobre todo, mucha preparación logística. Las semanas antes de salir de Madrid fueron frenéticas para el equipo formado por Olivera, Larramendi, Hilo Moreno e Ignacio Oficialdegui. “Lo llevamos bien, aunque surgieron cosas de última hora que piensas que van a ser fáciles, pero se complican. Por ejemplo, los liofilizados”, recuerda Olivera.
“Se los encargamos a un amigo que ha participado en expediciones anteriores. Ahora ha montado una empresa de liofilizados para navegantes. Éramos su prueba piloto. No nos entregó la comida hasta el mismo día que nos íbamos”. Eso sí, la espera y la tensión parece que merecieron la pena a juzgar por el menú. 10 platos diferentes incluyendo fabada asturiana, lentejas con chorizo o bacalao con patatas.
La preparación logística no terminó en Madrid. El equipo estuvo casi una semana en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, con los últimos preparativos. “Sobre todo, coser y pegar logos de última hora de los espónsores y comprar comida como arroz, galletas o azúcar”. Después llegó el traslado a la base rusa en la Antártida de Novolazárevskaya, donde la indisposición de Hilo Moreno les dio tres días más de margen para prepararse. “A mí me dio cierto alivio. Me resultaba estresante pensar que en una hora íbamos a pasar de cero grados a menos 25”, explica Olivera.
Una blanca Navidad (de verdad)
En pocos días, los menos 25 se convirtieron en calor. O, al menos, en la temperatura máxima de la que disfrutaba la expedición en el exterior. Aunque no tienen los registros oficiales de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), los 40 bajo cero se superaron varias veces durante los 53 días de la misión. “Lo más duro, para mí, es ese frío intenso y constante. El cuerpo se adapta, pero es duro, tienes que estar alerta, controlando que no sufran las extremidades”.
Aun así, tuvieron varios episodios de congelación leves. Durante los primeros días, por pequeños descuidos, sufrieron quemaduras en las mejillas o la nariz. “Basta que se te quede un trozo de piel desprotegido para que se te congele”, señala Olivera. Él fue el único de la expedición que tuvo problemas mayores, aunque no graves. “En las yemas de seis dedos de mis manos tuve congelaciones de primer grado. Me pasó el 29 de enero, poco antes de acabar la expedición. A partir de ahí fui muy cuidadoso y precavido, evitando ciertas tareas. El problema de tener la congelación es que vaya a más porque tengas que seguir expuesto al frío”.
A lo largo de toda la expedición, el equipo mantuvo una rutina constante. Turnos de nueve horas en equipos de dos a los mandos del trineo. Chequeo constante de ropa y temperatura. Comidas calóricas y regulares. Descansos de seis horas. Una rutina que casi no se interrumpió, ni siquiera cuando llegó el momento de celebrar la Navidad.
“El día de Nochebuena acabamos la jornada de dos turnos de nueve horas. Entre derretir agua y caldear la tienda, cuando nos pusimos a cenar ya era día 25”, recuerda el ingeniero de Ferrovial. “El menú fueron espaguetis con salchichas, pero nos lo tomamos como una cena especial. Nos pusimos unos gorritos de Papá Noel. Tomamos un poco de ron gran reserva que nos habían regalado. Y nos fumamos un puro entre todos que nos costó acabar. También sacamos un arbolito de mentira que medía 30 centímetros y pusimos villancicos”.
150 kilos de peso científico
El gran objetivo de la misión Antártida Inexplorada 2018-2019 era demostrar la viabilidad del trineo de viento como vehículo científico. Para ello, el equipo fue responsable del manejo de 150 kilos de aparatos con los que tomar mediciones para un total de 11 experimentos diferentes. Todavía no existen datos oficiales y pasarán meses e incluso años hasta las primeras publicaciones.
“De momento tenemos información extraoficial. Por ejemplo, sabemos que los datos que hemos recopilado para AEMET, que se iban a usar para recalibrar los modelos climáticos, no los van a tomar con mucha seriedad porque parece que no hemos utilizado bien los sensores”, explica Manuel Olivera. Además, desarrollaron dos experimentos para la Agencia Espacial Europea (ESA). Uno de ellos sirvió para comprobar, con éxito, que la red de satélites de geoposicionamiento Galileo funciona en la Antártida con precisiones de un metro.
Su labor también puede contribuir a futuras misiones a Marte. “El proyecto SOLID se trata de un brazo robótico para el análisis de la existencia de vida en la superficie del planeta rojo. Un brazo para el rover que va testeando el terreno y analizando si existen restos biológicos”. Es decir, un instrumento para detectar vida en Marte. De momento, en sus pruebas en la nieve, sirvió para encontrar microorganismos antárticos. Algo que, seguramente, será de utilidad para el Centro de Astrobiología del Instituto Nacional de Técnicas Aeroespaciales (INTA), asociado al NASA Astrobiology Institute.
La ciencia y la tecnología también han sido claves en el éxito de la expedición. La AEMET enviaba todos los días un boletín de previsiones a dos días vista. Previsiones con un 95% de acierto. Las tecnologías de comunicación les permitieron mantener contacto diario con la jefa de prensa del proyecto y encargada de la difusión de la misión, Rosa M. Tristán. E incluso acceder a servicios de telemedicina.
Edificios fantasmas que se desplazan por el hielo
La ruta del Trineo de Viento tenía dos puntos clave marcados en rojo en el mapa. Plateau Station, una base americana abandonada hace 50 años, y el domo Fuji, que marcaba el inicio del retorno. “Llegamos a la base Plateau en el turno en que conducíamos Ramón y yo. Fue muy emocionante. Vimos la antena más alta en el horizonte y pudimos corregir nuestro rumbo”, recuerda Olivera. El equipo tenía las coordenadas originales, pero la base se había movido 3 kilómetros. Al estar construida sobre la planicie antártica, el edificio se mueve al mismo tiempo que el hielo fluye hacia la costa. “Al cabo de 50 años han sido 3 kilómetros, unos 60 metros al año”.
Con Ramón Larramendi a los mandos, el trineo se acercó al campo de antenas de la base. Pero allí no había ningún edificio. “Nada emergía sobre la nieve. Solo vimos unos palos y unas huellas viejas en una dirección”. Al final de esas huellas, una claraboya de plástico sobresalía a menos de un palmo de la superficie. El resto estaba sepultado bajo la nieve. “Cavando alrededor acabamos encontrando una tapa de madera, la forzamos y se metió Ignacio a explorar. Ni siquiera sabíamos si se podía respirar allí dentro”, resalta Olivera.
Pero sí se podía. En el interior encontraron un habitáculo rectangular de 200 metros cuadrados con un pasillo central y habitaciones dispuestas a cada lado. La base fue ocupada durante cuatro temporadas de 12 meses por cuatro soldados, cuatro científicos y un jefe, un capitán médico del ejército estadounidense. “En enero de 1969 se marcharon. Pero parece que pensaban que iban a volver. Estaba todo listo. Las camas con las sábanas limpias preparadas. Mucha comida y cacharros para cocinar. No hubo una mudanza”.
Tras abandonar la base fantasma, los días antes de alcanzar el Domo Fuji fueron de mucha expectación. “Y preocupación porque igual no llegábamos. A 10 días vista lo vimos negro. Estuvimos varios días parados por completo. Pero luego llegaron vientos favorables”, explica Manuel Olivera. Al final no llegaron, exactamente, ni a la cumbre del domo Fuji ni a la base japonesa, se quedaron como a unos 25 kilómetros. “Ya no había nadie en la estación japonesa. El aliciente era llegar a un sitio agradable, con personas y ciertas comodidades. Pero pasar por otro sitio como la base Plateau no nos motivaba”.
Los días finales fueron de calma tensa. De cansancio y de pocas palabras. “Aun sabiendo que vas a terminar y que las cosas van bien, los últimos días se hacen duros. Solo descuentas el tiempo que queda para volver y ver a los tuyos”. Y eso que habían logrado recuperar uno de los hornillos que se les habían estropeado y que casi acaban con la misión de forma anticipada. En la Antártida, un simple hornillo significa comida, bebida y calefacción.
Una ducha dos meses después
Al llegar de nuevo a la base Novolazárevskaya y poner fin a la expedición, cambian las prioridades del equipo. “Lo primero que hice fue irme a los inodoros de la base a sentarme en una taza por primera vez en 50 y tantos días. Se echa mucho de menos, por la comodidad y el frío. Luego fuimos a comer y después me eché una siesta tan larga que, cuando me desperté, todos se habían duchado y perdí el turno”, recuerda Manuel Olivera. Después de 52 días sin lavarse, una semana más de retraso hasta el hotel de Ciudad del Cabo tampoco marca la diferencia.
“Con tanto frío no hay olores, no sudas, no es desagradable. El problema fue que en Ciudad del Cabo sufren muchísima sequía y hay cortes de agua. En nuestro hotel salía un chorrito de nada. Así que hasta mi casa en Madrid no me duché en condiciones”. Aunque regresaron el 12 de febrero, la misión no parece haber terminado. Después han llegado reuniones varias, como la que mantuvieron con el ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque, quien se mostró interesado en incorporar el trineo de viento al programa antártico español; y muchas conferencias de divulgación.
Y, poco a poco, la vuelta a la rutina. Al menos para algunos. “Hilo se va ya de guía a Groenlandia. Es su trabajo”. Manuel Olivera no se plantea su retorno a tierras polares en los próximos años, aunque sí seguirá implicado en el proyecto. “He sacado muchas conclusiones para seguir mejorando el vehículo. Tengo una familia y un trabajo, y no me puedo ir todos los años. Pero seguiré echando una mano”.
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