El COVID-19 nos ha cogido desprevenidos a todos. Si echamos la vista atrás, hace exactamente un año el mundo era completamente diferente: desde el ámbito laboral a las relaciones personales pasando incluso por el mero hecho de ir en transporte público. Y esto, en mayor o menor medida, ha afectado no solo a la salud física, sino también a la salud mental y emocional.
Por ello, podemos afirmar que la pandemia simplemente ha acentuado un problema que ya existía. Prueba de ello son los datos sobre salud mental anteriores a la pandemia, donde según el INE, eran los siguientes:
- El 30% de las bajas laborales estaban causadas por estrés.
- Los trabajadores estresados veían reducido en un 60% su rendimiento.
- El 59% de los empleados sufría algún tipo de estrés en el trabajo.
- Más de 90 días era la media de baja por motivos psicológicos.
Actualmente, los trastornos depresivos y por ansiedad han aumentado su incidencia exponencialmente debido al COVID 19. Es evidente que la pandemia ha sido un tsunami que ha traído a nuestras vidas una serie de circunstancias estresoras nuevas que se suman a las que ya existían antes y que ya de por sí nos causaban estrés. Vivir estos nuevos estresores, es decir, situaciones con capacidad para generar alteración psicológica por desgaste, ha aumentado los riesgos de desarrollar algún tipo de enfermedad psicológica. La frecuencia, duración e intensidad de dichos estresores son factores que pueden aumentar la posibilidad de trastorno psicológico.
Una nueva situación: miedo, adaptación y superación
Si bien la capacidad de adaptación y flexibilidad cognitiva del ser humano es excepcional y admirable, no podemos negar que el miedo, la incertidumbre y otros tantos factores estresantes hacen nuestro día a día mucho más complejo y aumenta nuestra fragilidad.
La OMS habla incluso de fatiga pandémica. 1 de cada 3 personas en el mundo padece ansiedad o estrés, mecanismo que se activa cuando la persona carece de recursos para afrontar situaciones que le superan. La tensión física y emocional causa fatiga, más cansancio, agotamiento y emociones negativas y desagradables. En este punto es importante saber que la sobrecarga psicológica depende más de nuestra percepción de las amenazas que de las propias amenazas en sí. De ahí la importancia de dotar a las personas de recursos de afrontamiento ante las mismas.
Veamos cuáles son los principales estresores con mayor impacto:
- Fallecimiento de un familiar
- Miedo al contagio o a contagiar a un familiar
- Miedo al contagio propio
- Familiares contagiados o sospecha de contagio conviviendo en casa
- Familiares contagiados ingresados
- Confinamiento forzoso
- Problemas económicos y laborales
- Miedo al futuro, economía, salud y trabajo
- Teletrabajar en entornos no adecuados
El impacto del COVID-19 en los trabajadores
¿Qué impacto ha causado el COVID 19 en los trabajadores? El nivel de afectación ha dependido de diferentes factores, como puede ser el nivel de exposición a diferentes estresores, así como su duración e intensidad. También ha influido la diferente capacidad de afrontar estos estresores: cada individuo responde de distintas formas o soluciona los problemas de diferentes maneras según su personalidad, flexibilidad cognitiva, locus de control interno, etc.
Por ello, los trastornos psicológicos que se han observado con más frecuencia por el COVID-19 son:
- Trastornos adaptativos: Se trata de reacciones psicológicas surgidas ante una dificultad de adaptación a los cambios que el COVID 19 ha provocado en nuestra vida y se producen ante los estresores más crónicos y que perduran más en el tiempo, como por ejemplo una mala adaptación al trabajo en remoto
- Trastornos por estrés agudo o por estrés post traumático: Surgen cuando nos exponemos a un estresor muy agudo y de tal intensidad que aunque el estresor ocurra una sola vez, es tan intenso ya nos puede generar el trastorno. Sería el ejemplo de los sanitarios.
- Trastornos del estado de ánimo: Provocando falta de atención y concentración, de apetito, tristeza, apatía o anhedonia, que consiste en una falta de reactividad ante estímulos habitualmente placenteros, desaparición o disminución muy acusada de la capacidad de disfrutar de cosas de las que antes sí disfrutaba (amigos, aficiones…)
En el entorno laboral, existen cuestionarios específicos de screening psicológico que nos dicen si el empleado es sensible y tiene riesgo de padecer un trastorno psicológico diagnosticado, pero además podemos detectar si un empleado presenta alteraciones psicológicas observando sus conductas. Algunos ejemplos de estos comportamientos serían:
- Aumento de la irritabilidad
- Aislamiento social repentino con pérdida de interés en los otros
- Disminución del interés por las actividades cotidianas, responsabilidades y aficiones con un aumento de la apatía
- Cambios en los hábitos del sueño
- Cambios en las costumbres de alimentación
- Problemas de concentración y atención
- Dificultades para recordar acontecimientos a corto plazo
- Aumento de la sensibilidad sensorial (intolerancia al ruido o a la luz)
- Aparición de estados de nerviosismo
Nuevos estresores, nuevas soluciones
¿Y cómo podemos proceder ante estas situaciones? En primer lugar, habría que acudir al servicio de apoyo psicológico de la empresa. Si no lo hubiera, a los servicios médicos, y en su defecto a los servicios de salud. Por supuesto, la prevención es fundamental, por lo que la empresa debe dotar al empleado de las herramientas y recursos necesarios para cuidar su bienestar emocional (formaciones, talleres, cápsulas informativas etc) así como enseñar técnicas sencillas de afrontamiento.
Por supuesto, mantener unos hábitos personales saludables protectores de la salud es fundamental. Además de técnicas psicológicas que nos ayuden a vivir mejor y aumenten nuestro autoconocimiento y competencias emocionales, mantener un buen estado físico, practicar deporte y aprovechar sus efectos protectores sobre nuestra salud emocional y física, evitar la sobreinformación y buscar apoyos en amigos y familiares son grandes aliados para mantener cuerpo y mente sanos y saludables.
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