Ruinas de las termas de Caracalla, en Roma.
Historia

¿Y si el edificio que marcaba el ritmo en la antigua Roma eran unas termas?

11 de octubre de 2024

Una de las 124 cartas que Lucio Anneo Séneca escribió a su amigo Lucilio comenzaba con una queja por el ruido que el filósofo y político romano sufría en su vivienda. El motivo estaba claro: vivía cerca de unos baños. A través de sus ventanas, se colaban los sonidos de los chapuzones en las piscinas, los gritos de quienes practicaban deportes de equipo, los cánticos de los vendedores y hasta los reclamos de los depiladores (que, escribió Séneca, solo eran superados cuando estos hacían chillar a otros).

Esta carta, escrita en el siglo I d.C., confirma lo que reflejan muchas otras fuentes históricas: que las termas eran unos de los edificios más frecuentados de la antigua Roma. No eran solo un lugar donde bañarse, practicar deporte y cuidar de la salud, sino también un sitio de estudio, descanso y socialización. Y esto se reflejaba en la arquitectura.

Los complejos más grandes y lujosos, como las termas de Caracalla, fueron construidos para impresionar. Tenían multitud de edificios de varias plantas revestidos de mármol y obras de arte, así como complejos sistemas para abastecer y climatizar piscinas a diferentes temperaturas. Se estima que el recinto de las termas de Caracalla podía acoger a cerca de 2000 personas a la vez, y que sus horarios marcaron durante siglos el ritmo de la antigua Roma.

Baños, gimnasios y jardines

Para los romanos, el del baño era uno de los momentos centrales del día. Un censo realizado en el siglo IV d.C. contabilizó un total de 856 baños públicos (a los que habría que sumar todos los que se construían dentro de las viviendas privadas de las familias más adineradas). Uno de los recintos que mejor representaba este interés por los baños fue el de las termas de Caracalla.

Estas fueron construidas a lo largo de cinco años e inauguradas en el 216 por el emperador Caracalla. Su objetivo era que fuesen utilizadas por el pueblo, por lo que su entrada era libre y su coste, bajo – algunos registros de la época indican que acceder tenía un coste similar al de un vaso de vino o una hogaza de pan.

Una vez dentro del recinto, los ciudadanos podían acceder a varias piscinas, baños termales, salas de masajes, saunas, gimnasios y campos para practicar deportes. Había también espacio para salas de depilación y de enfermería, perfumerías, peluquerías, jardines, tiendas de alimentos o bibliotecas.

Diferentes documentos escritos – algunos más optimistas que la larga queja de Séneca a Lucilio – describen un lugar lleno de actividad, en el que se reunían desde malabaristas hasta músicos y poetas para entretener a las personas que se bañaban, hacían deporte o simplemente debatían sobre aspectos del día a día de la ciudad.

Termas de Caracalla

Pintura de las termas de Caracalla realizada en el siglo XIX. Wikimedia Commons.

La arquitectura de las termas de Caracalla

Las termas de Caracalla – cuyo recinto y sus restos todavía pueden visitarse hoy – son un gran ejemplo de cómo la arquitectura romana se centraba en la funcionalidad. El recinto, de unas 11 hectáreas, tenía una planta simétrica y se organizaba a partir de un eje central alrededor del cual se disponían las diferentes salas.

La propia arquitectura favorecía que los visitantes pasasen por orden por las tres estancias más importantes de cualquier recinto termal romano: el frigidarium, el tepidarium y el caldarium. Es decir, las salas de agua fría, templada y caliente. A continuación, podían acceder a otros recintos que completaban la experiencia del baño, como las piscinas interiores y exteriores o las saunas.

Reconstrucción de las termas de Caracalla, en Roma

Reconstrucción de las termas de Caracalla, en Roma. QS Supplies.

 

Para abastecer esta instalación en el centro de Roma fue necesario realizar grandes obras de ingeniería. El agua se traía de manantiales ubicados fuera de la ciudad a través de los acueductos Aqua Antoniniana y Aqua Marcia, e iba a parar a una enorme cisterna. Esta se comunicaba con un sistema de tuberías y túneles que se extendía por todo el recinto y que servía tanto para abastecer como para desaguar las piscinas.

El agua del tepidarium y el caldarium se calentaba en grandes hornos. Para llevar el calor a las diferentes salas, las termas contaban con el hipocausto, una sucesión de túneles y salas subterráneas por donde circulaba el aire caliente. Detrás de estos sistemas había, también, trabajo humano: el pueblo romano hacía recaer en los esclavos las tareas de mantener activos los sistemas de suministro y desagüe y los fuegos de los hornos.

Una ventana al pasado

Las termas de Caracalla fueron, junto a las de Diocleciano, las más complejas y lujosas de toda Roma. Los testimonios escritos describen enormes columnas y pavimentos de mármol, grandes bóvedas y cúpulas, vistosos mosaicos, imponentes estatuas y decoraciones muy cuidadas. Los restos que aún pueden encontrarse hoy en Roma ayudan a imaginar el esplendor pasado de sus edificios.

Restos de las termas de Caracalla

Restos de las termas de Caracalla. Giulio Gabrieli (Unsplash).

Las termas de Caracalla dejaron de funcionar en el año 537, pero aún se conservan la planta de los edificios, buena parte de las paredes, fragmentos de mosaicos y diferentes objetos. Algunas bañeras de mármol fueron trasladadas al centro de la ciudad para ser convertidas en fuentes. Hoy, los restos de las Termas de Caracalla conforman uno de los ejemplos mejor conservados de los baños termales que, hace siglos, marcaron el ritmo y el estilo de vida de la antigua Roma.

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