Ciudades que florecen gracias a las bibliotecas de cosas
18 de diciembre de 2024
Un taladro que se utilizó tras una mudanza, una máquina de coser que solo se enchufa cuando se rompe una prenda y una tienda de campaña que hace años que no va de camping. De acuerdo con la Fundación Ellen McArthur, el 80 % de los utensilios que tenemos en casa solo se utiliza una vez al mes. Algunos, incluso una vez cada varios años.
Ciudades como Berlín, Nueva York, Bruselas o Barcelona cuentan desde hace años con bibliotecas de cosas llenas de estos objetos que solo utilizamos puntualmente. Su objetivo es fomentar la reutilización y la economía circular, pero por el camino se han convertido también en centros que favorecen la cohesión social y la transformación de las ciudades.
A través de las bibliotecas de cosas, se organizan talleres de reciclaje, cursos para aprender a utilizar las herramientas y hasta laboratorios de ideas y reuniones de vecinos. En Buffalo (Estados Unidos), los vecinos toman prestados cada año los rastrillos, las palas y los guantes de su biblioteca de cosas para plantar árboles y plantas y mejorar los espacios verdes de la ciudad.
Una nueva generación de bibliotecas
¿Por qué podemos pedir prestado un libro y no una máquina de coser? A partir de una idea tan sencilla como esta, nació en 2010 Leila Berlin, considerada la primera biblioteca de cosas de Europa. Abrió sus puertas en la calle Kastanienallee de la capital alemana, en la que sigue abierta 14 años después.
Esta iniciativa sigue la tradición de las bibliotecas de herramientas profesionales, habituales en Estados Unidos y Reino Unido (la primera se inauguró en Michigan, Estados Unidos, en 1943). Sin embargo, tienen una filosofía diferente que va más allá del simple préstamo de herramientas y que busca reducir la presión que nuestro consumo tiene en el planeta.
Un chico sostiene una máquina de coser en una biblioteca de cosas. Hackney Council (Flickr)
En esta nueva generación de bibliotecas de cosas puede encontrarse de todo, desde heladeras hasta rodillos y brochas, pasando por esquís, taladros o maletas. Entre sus objetivos está favorecer el ahorro económico y de recursos, así como concienciar a la población sobre la necesidad de cambiar una cultura de consumo lineal por otra basada en la economía circular.
“Al tomar prestado, puedes ahorrar dinero y espacio en tu casa, desarrollar nuevas habilidades que requieren un equipo demasiado caro, aumentar el sentido de comunidad y adoptar prácticas de economía circular fomentando una cultura basada en compartir. Evitas la compra de productos que apenas tendrán uso, reduciendo la extracción de recursos y la acumulación de residuos en los vertederos”, explican desde la biblioteca de cosas de Nicosia, en Chipre.
Manifiesto a favor de la reparación durante un evento. Cristal Palace Library (Flickr).
Estas iniciativas pueden tener un gran impacto en las ciudades. Tal y como explican desde la Fundación Ellen McArthur, estas están detrás del 75 % del consumo de recursos naturales, de la producción del 50 % de los residuos y de entre el 60 y el 80 % de las emisiones de gases de efecto invernadero.
“Implementar la economía circular en las ciudades puede traer enormes beneficios económicos, sociales y ambientales”, explican desde la fundación. “Puede crear ciudades habitables con mejor calidad del aire, menor contaminación y mejores interacciones sociales. Ciudades resilientes, que reducen la dependencia de las materias primas al mantener los productos en uso y al equilibrar la producción local con las cadenas de suministro globales”.
Los números de la economía circular
En 12 meses, entre 2022 y 2023, la red Library of Things de Reino Unido prestó un total de 10 065 objetos a 6982 personas. Al evitar la fabricación y la compra de nuevos objetos, se ahorró la emisión de unas 124 toneladas de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera. Y, al fomentar que sus dueños no los tirasen al contenedor, se evitó que 64 toneladas de basura acabasen en los vertederos. Según los cálculos de The Library of Things, estos gestos tuvieron a su vez un impacto en el bolsillo de los ciudadanos: en total, se ahorraron 326.000 libras esterlinas.
Se estima que, hasta la fecha, esta red de bibliotecas de cosas ha prestado casi 20.000 objetos a unas 11.400 personas, favoreciendo el ahorro de más de 640.000 libras esterlinas. En otros lugares, el impacto es también cultural: en Tournevie, una biblioteca de cosas de Bruselas, se organizan talleres de formación para utilizar todo tipo de herramientas, aprender a trabajar materiales como la madera y arreglar aparatos electrónicos, por ejemplo.
Dos ciudadanos utilizan una máquina de coser en una librería de cosas en Reino Unido. Crystal Palace Library of Things (Flickr)
En Estados Unidos, algunos de los números que dejan las liberarías de cosas tienen un impacto directo en la imagen de las ciudades. Una iniciativa de Buffalo que cuenta con el apoyo logístico de la biblioteca de herramientas de la localidad, ha contribuido a plantar más de 1600 árboles en diferentes parques y calles desde 2014.
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Algunas bibliotecas dan forma también a interesantes experimentos. Un ejemplo lo encontramos en The Plant Library del Serge Hill Project. Este proyecto nació en 2021 para investigar el poder de la jardinería para mejorar la salud y el bienestar de las personas y para favorecer la inclusión en las comunidades. Tiene su base en Bedmond (Reino Unido) y da la bienvenida a su recinto a todos aquellos interesados en la botánica y la jardinería.
Una gran proporción del terreno la ocupa la biblioteca de plantas, que tiene más de 1500 variedades diferentes y que sirve como un catálogo interactivo que se puede recorrer y estudiar desde todos los ángulos. “Es un emocionante experimento en curso”, señalan los creadores de esta biblioteca viva.
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