La informática se adentra en una nueva era. Los límites de la física empiezan a cuestionar la vigencia de la ley que proclamó en 1965 Gordon E. Moore, uno de los fundadores del gigante norteamericano de los chips Intel. La realidad todavía no le ha quitado la razón, aunque ahora la capacidad de procesamiento tarde en duplicarse entre tres y cuatro años frente a los dos que pronosticó entonces (tras revisar su apuesta inicial, que era de uno sólo). Pero los fabricantes de semiconductores son conscientes de que el modelo se agota, y el estancamiento cuando no declive en las ventas de PC y portátiles han hecho saltar las alarmas. Es lo que faltaba en un entorno ya suficientemente convulso por la explosión de las nuevas aplicaciones del Internet de las Cosas y la Inteligencia Artificial, la reducción de la escala de los dispositivos móviles y la incipiente conectividad 5G, que inyectará datos en tiempo real a la Realidad Virtual y Aumentada.
Dos tecnologías aparecen en el horizonte con capacidad para dar el relevo y proyectar la computación hacia nuevas dimensiones inexploradas a lo largo de unas cuantas décadas más: la computación cuántica y los chips neuromórficos. Si nos atenemos a las expectativas que se están generando en torno a la primera de ellas, se diría que estamos a punto de abandonar un estadio de desarrollo más propio de la prehistoria. Newsweek ha sentenciado que es tan diferente a la informática tradicional «como un ábaco a un MacBook». La National Review cae en una visión distópica: «No nos engañemos, la competición por el ordenador cuántico es la nueva carrera armamentística. El país que desarrolle uno antes tendrá la capacidad de mutilar ejércitos y derribar la economía global». ¿Una locura? Como demostró allá por 1990 el profesor del MIT Peter Shor, la computación cuántica será capaz de romper cualquier algoritmo RSA, el tipo de construcción sobre el que se apoya la moderna criptografía. De modo que los primeros en dominar esta tecnología tendrán durante un tiempo capacidad para operar sin que el resto disponga de herramientas para hacerles frente. Al menos en teoría.
El experto en gestión de datos Bernard Marr, que ha explicado en Forbes seis usos potenciales de la computación cuántica, habla en primer lugar, en efecto, de la seguridad online, cuya cara amarga es que, en paralelo al aumento de protección, «las actuales tácticas de encriptación de datos se volverán obsoletas» y por consiguiente serán fácilmente atacables. Otras aplicaciones posibles según Marr tienen que ver con la gestión del tráfico (atención gestores de infraestructuras), la predicción meteorológica, la elaboración de fármacos o la inteligencia artificial. En última instancia, sostiene, lograremos abordar cada problema de manera completa de una sola vez, lo cual acabará transformándolo todo, desde el ámbito financiero hasta la seguridad nacional.
Lo verdaderamente fascinante de la computación cuántica es la «alienígena», a decir de algunos, base teórica sobre la que se asienta. Los bits cuánticos (conocidos como qubits) son una unidad de información básica análoga a los ceros y unos de los transistores comunes de hoy. La diferencia es que pueden representar un 0, un 1… o ambos a la vez. Al ser capaces realizar varias operaciones al mismo tiempo su potencial de cálculo alcanza una dimensión desconocida. Además existe la posibilidad de que su actividad se superponga, lo que lleva el mundo de la informática a un terreno completamente nuevo. De hecho, la industria está enfrascada en la tarea de obtener la máxima capacidad de cálculo y conectarla a la industria y al mercado de consumo. Están apareciendo ya las primeras estimaciones serias de negocio, como la del informe Quantum Computing Market Size 2024, que vaticina para ese año unos ingresos de 8.450 millones de dólares por la venta de productos y servicios y una inversión de fondos estatales de 2.250 millones.
En cuanto a los chips neuromórficos, imitan el modo en que nuestras neuronas se comunican. Lo hacen de una forma mucho más sofisticada que el modelo de tiempo sincronizado de las CPU tradicionales, son capaces de trabajar en paralelo y se activan con ráfagas de corriente eléctrica sólo cuando surge la necesidad. Por si fuera poco, estos chips , necesitan mucho menos energía para procesar algoritmos de inteligencia artificial. Soluciones como Nengo ya están posibilitando crear esos algoritmos y aplicarlos en ámbitos como los sistemas de visión y habla, control de movimiento y operación de robots. De este modo, empiezan a vislumbrarse opciones como la de vivir rodeados de sistemas inteligentes como Siri de Apple o Alexa de Amazon escuchando nuestra conversación, interpretando nuestros gestos e interactuando de forma autónoma con el objetivo de anticipar nuestras necesidades.
Moore puede descansar tranquilo.
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