El mundo está en constante cambio, evolucionando a un ritmo casi exponencial, y nosotros no podemos ni debemos ser ajenos a este cambio. Las nuevas tecnologías, la necesidad de mantener la competitividad y, por supuesto, este último año la crisis de la COVID-19, tienen su impacto en las relaciones en el trabajo y en la cultura de las organizaciones. Ahora más que nunca nos damos cuenta de que el futuro es impredeciblemente disruptivo y que la resiliencia y la innovación son competencias que deben imperar en nuestra organización. Y somos nosotros, las personas que integramos las diferentes compañías, las que tenemos que cimentar estas competencias tan relevantes para nuestro futuro.
Nuestra responsabilidad primera debe ser siempre ocuparnos del bienestar de nuestros equipos poniendo el foco en la persona, ocupándonos de abordar aspectos directamente vinculados con el entorno laboral, junto con aspectos vinculados a circunstancias individuales. Debemos promover la seguridad, la salud y en bienestar en todos los niveles. Garantizamos entornos físicos de trabajo saludables y sostenibles, trabajamos para evitar riesgos psicosociales, participamos en la comunidad para mejorar la salud de los empleados y de sus familias, y facilitamos a las personas recursos de salud física y emocional dentro y fuera de sus puestos de trabajo.
Para mí es evidente que en entornos en los que es difícil estar o trabajar, jamás se podrá progresar ni crecer, lo que supone una desventaja competitiva y un claro problema a solucionar.
La evolución de la prevención de riesgos laborales
En los últimos años ha habido una clara evolución de un concepto que va más allá de lo que es el “entorno físico”. Pasamos de la prevención de riesgos laborales a un concepto más amplio que percibe el entorno laboral como un elemento de mejora de la salud integral de cada persona y, en consecuencia, de la organización, las familias y la comunidad.
Buscamos la realización en nuestra vida profesional y disfrutar con aquello que hacemos o con los resultados que obtenemos. Queremos sentirnos bien en nuestro entorno profesional.
Sea cual sea la interpretación que cada uno le demos a nuestro trabajo, es innegable la influencia que tiene en nuestras vidas. En consecuencia, debemos atender a la necesidad de trabajar en la línea de velar por el bienestar (a todos los niveles) de las personas que integramos nuestra organización, pues además de tener impacto positivo en nosotros mismos, también afecta a la empresa y sus resultados.
Todos debemos ser líderes
Por eso me atrevo a afirmar que la salud de una empresa es la salud de todos y cada uno de los que la integramos.
En esto todos debemos ser líderes en nuestras respectivas áreas de responsabilidad y entorno, y, en mi opinión, un buen líder siempre ha de tener presente la fuerza del ejemplo, los valores que definen a la organización y la promoción continua de nuevas iniciativas y soluciones para el desarrollo de la seguridad, la salud y el bienestar de la gente con la que trabaja. Cuidar el talento, colaborar en el desarrollo de los equipos e implementar una cultura innovadora y colaborativa son ingredientes fundamentales para mantener la compañía saludable, aumentar la confianza y descubrir nuevas oportunidades de crecimiento personal y empresarial.
Como líder, es fundamental tener los objetivos claros a corto, medio y largo plazo en cuanto a seguridad, salud y bienestar. Ser humilde y conseguir que aquéllos con los que trabajas saquen lo mejor de sí mismos. Cuidarnos nos prepara para el mundo actual. Por eso, yo elijo invertir en seguridad, salud y bienestar.
Estoy convencido de que apostar por la salud y el bienestar va a medir el grado de éxito que juntos podemos alcanzar en nuestra empresa.
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