La actividad diaria está llena de contradicciones. No tenemos más que pensar unos minutos y ver lo que pasa a nuestro alrededor y pensar de que modo haríamos las cosas. Seguramente, de manera diferente, sin duda, aunque sólo sea por dejar nuestra impronta.
Desde el punto de vista de negocios pasa algo parecido. Las cosas se vienen haciendo «siempre» de la misma manera con lo que cambiar hábitos es tremendamente complicado, amén de que como los resultados siempre son a posteriori, poca gente se arriesga a dar un paso adelante y tomar la iniciativa.
En otras ocasiones, esta transformación o cambio supone una inversión que no siempre se está dispuesto a asumir con lo que las cosas terminan haciéndose de la misma eterna manera. La sostenibilidad o reducción de CO2 es una necesidad o por qué no decirlo, una imposición. La calidad… no se improvisa. De alguna manera es otra imposición si como organización se quiere sobrevivir. Sin calidad no hay futuro.
Todo esto cuesta dinero. La pregunta es… ¿están las organizaciones dispuestas a asumir este sobrecoste? ¿Valoran los clientes este esfuerzo y están dispuestos a pagar este plus? ¿Están los Gobiernos dispuestos a apoyar de alguna manera visible a las compañías que se esfuerzan cada día en conseguir esto?
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