Trabajar en la crisis del ébola ha sido técnicamente muy interesante y a nivel personal y humano está siendo la experiencia más agotadora y complicada de mi carrera. Lo que me mantiene en ello, el lado más positivo, es ver cómo lo que hacemos tiene un impacto y que poco a poco el número de enfermos está llegando a cero.
Desde el mismo momento que la epidemia de ébola fue declarada en marzo de 2014 en Guinea y, sobre todo, tras la pérdida de control de los casos de Sierra Leona y Liberia en julio de 2014, quedó patente que la forma de gestionar esta crisis iba a tener que ser diferente a todas las anteriores.
Las estrategias utilizadas en brotes previos de esta enfermedad en República Democrática del Congo o Uganda se intentaron aplicar de la misma forma que se había hecho en estas ocasiones pero la realidad es que con una situación de casos dispersa, multifocal y transnacional la principal línea de actuación (el confinamiento del brote y la gestión en interno) no era posible. El ébola había pasado de ser una emergencia de corte exclusivamente médico a convertirse en una crisis con muchas más aristas.
En este brote, los contagios de personal sanitario se convirtieron rápidamente en un quebradero de cabeza para los tres países. En anteriores crisis, los contagios de personal sanitario habían sido solo un indicador del inicio de la epidemia y nunca iban más allá de las semanas antes del inicio de aislamiento de enfermos. Pero en esta ocasión, los sanitarios tenían una prevalencia de infección significativamente más alta que la de la media de la población y, a su vez, se convertían en una fuente de contagio para todos los pacientes que acudían a las estructuras de salud.
Esta situación hizo necesario prestar atención a un problema estructural del país, la falta de conocimientos y de aplicación de “precauciones estándar de control y prevención de infecciones” (PCI), así como la falta total de formación para aplicar la versión específica de estas precauciones en caso de ébola. Por ello dirigimos el esfuerzo a formar a los profesionales sanitarios en riesgo y así intentar frenar este frente de la infección. Sin embargo, nos encontramos una dificultad añadida: la deficiencia en infraestructuras sanitarias del país frenaba de forma radical cualquier intento de aplicar estos conocimientos. Así, Acción contra el Hambre ha trabajado de forma incansable desde diciembre de 2014 para generalizar una estrategia integral de PCI y mejorar las infraestructuras de agua, saneamiento e higiene en el país.
Y es que los principios básicos del control y prevención necesitan ir acompañados de elementos básicos de infraestructuras. En situaciones en las que ni hospitales, ni centros de salud, ni mucho menos los dispensarios tienen asegurado un caudal de agua, cualquier práctica de desinfección está abocada al fracaso. Hasta el gesto más simple, como el lavado de manos de pacientes y personal con solución clorada, se convierte en una dificultad inabordable ya que supone gastos y gestiones adicionales como, en el mejor de los casos, tener que pagar por bidones de agua. Así mismo, en estructuras de salud donde no hay letrinas se hace muy difícil hablar de control del riesgo biológico. En un país en el que la gestión de residuos en general, y de deshechos bio-médicos en particular, es como poco incorrecta cualquier esfuerzo en la contención no solo del ébola sino de cualquier enfermedad infecciosa es vano.
Es por ello que pusimos el énfasis en la rehabilitación y mejora de los sistemas de aprovisionamiento de agua existentes en hospitales, como el Hospital Nacional Universitario Ignace Deen, y en la creación de puntos de agua seguros en centros de salud y dispensarios. También se construyeron y rehabilitaron los bloques de letrinas de muchas estructuras de salud y se puso en marcha una iniciativa para la mejora de la gestión de deshechos a nivel nacional, basada en la dotación de incineradores o fosas mejoradas de incineración y almacenamiento de residuos para los dispensarios con menor afluencia de pacientes, así como la formación de todo el personal en técnicas de triaje (técnicas para diagnosticar) y la destrucción de residuos médicos.
Y no paramos ahí. Dimos además soporte de urgencia a diferentes instituciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o Médicos Sin Fronteras (MSF) en la búsqueda de soluciones técnicas para asegurar el saneamiento en las zonas de aislamiento provisional de enfermos. Un ejemplo es el diseño de un sistema de contención de las excretas a partir de inodoros portátiles que ha sido incluido en el kit de respuesta Ébola de MSF y que ya se ha utilizado en el Hospital Nacional de Donka, el principal del país, y en el mayor y más moderno centro de tratamiento de enfermos de ébola del país, el CTE de Nongo.
Todos estos esfuerzos han mejorado la capacidad del personal sanitario para protegerse y proteger a sus pacientes de un contagio de ébola al tiempo que han aumentado la resiliencia* y la capacidad de los guineanos para hacer frente a este brote y a futuros brotes de esta enfermedad en los próximos años.
*Resiliencia: la resiliencia, o capacidad de una persona, un hogar, una comunidad, un país o una región de convivir, adaptarse o recuperarse rápidamente de crisis y presiones, es un concepto que engloba cinco conceptos clave: adaptación, resistencia, transformación, preparación y recuperación. La última epidemia de cólera ha puesto de manifiesto que la respuesta al problema no podía ser exclusivamente médica. Por eso Acción contra el hambre, con el apoyo de financiadores públicos, empresas privadas y ciudadanos, ha optado por un enfoque holístico e integrado que sume a los aspectos médicos refuerzos desde las infraestructuras de agua y saneamiento, promoción de la higiene. Nuestra organización ha trabajado también en los aspectos antropológicos y culturales que se han revelado clave en la última crisis para contener la epidemia.
Sobre Acción Contra el Hambre y Ferrovial
Ferrovial y Acción contra el Hambre han llevado a cabo distintas colaboraciones en los últimos años. Las más recientes, han sido el apoyo económico de la compañía y de sus empleados al trabajo de esta organización en Nepal tras el terremoto; y la mejora del acceso al agua potable y saneamiento a personas afectadas por el conflicto armado interno en el Departamento de Córdoba (Colombia).
A través de este último proyecto, enmarcado en el programa de Infraestructuras Sociales, se mejoraron las condiciones de acceso a infraestructuras de agua y saneamiento a 1.331 personas de 4 comunidades distintas.
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