Lo que la arquitectura tradicional tiene que decir de la eficiencia energética
20 de julio de 2017
Tan ajetreado es nuestro presente que cuando tenemos un problema por delante no nos detenemos a pensar si otro lo resolvió antes. Así, cuando se nos pide «proyectar un edificio para minimizar pérdidas energéticas» vamos corriendo a un prontuario del siglo XIX, aunque el problema se resolviera en el X.
Nos ha costado lo nuestro, pero finalmente nos hemos dado cuenta —a costa de la atmósfera— de que la arquitectura de las últimas décadas, en su estandarización, se ha alejado mucho de la adaptación al medio. No se puede construir el mismo tipo de edificio en todo el mundo y esperar que sea eficiente y sostenible y, sin embargo, no hemos hecho otra cosa en los últimos 100 años.
Igual deberíamos detenernos un instante, echar la vista hacia la arquitectura tradicional y preguntarnos por qué aquella gente no necesitaba aparatos de climatización. Incluso podemos ponerle la etiqueta de arquitectura bioclimática para que resulte más atractivo (#ArquitecturaBioclimática, cuando lo compartimos en Twitter).
La estandarización es barata, pero su coste es muy elevado
La expresión «como churros» viene a cuento cuando hacemos ese gesto de mirar para atrás y observamos el momento, allá por el XIX, en que todos los edificios europeos empezaron a construirse del mismo modo. Aunque rápidos de hacer y asequibles para el bolsillo, los churros tienen un coste calórico que pocos pueden permitirse en el largo plazo.
Algo similar ocurrió con los edificios que se construyeron en masa en condiciones de alta deficiencia ambiental cuando la contaminación no suponía un problema. El 56% de nuestro parque inmobiliario se construyó mucho antes de que existiese ningún tipo de regulación energética, y el 39% bajo la norma NBE-CT-79 —que ahora consideramos trasnochada cuando hablamos de eficiencia energética.
Como consecuencia, incluso cuando el último de los vehículos de combustión se aparque para siempre en favor del vehículo eléctrico, nuestros edificios seguirán emitiendo gases de efecto invernadero durante décadas. Ese es el coste de la construcción asequible.
Construir en la nieve y en la arena del desierto
Poco hay más nítido que el contraste entre el más y el menos, o viceversa, de modo que empecemos por dos hábitats extremos del planeta: el ecuador y el polo norte. En este último, aunque viviendo ahora en gran número en pisos, se encuentran los inuit.
El dibujo superior corresponde a una región situada en el paralelo 65 norte y, por lo tanto, acostumbrada a las nieves espesas incluso durante los veranos más cálidos. Al menos así era durante el XIX, cuando los inuits levantaban sus iglús en una atmósfera por debajo del punto de congelación y sobre unas nieves a 0ºC. La pregunta que muchos nos hicimos en nuestra infancia fue, ¿y cómo consiguen sobrevivir ahí dentro, incluso resguardados del viento?
En contra de las suposiciones occidentales, las paredes interiores del iglú no están a 0ºC, sino cerca de los 2ºC. Y choca saber que el aire en contacto con la piel ronda los 16ºC (290K). Esto permitía a los pueblos del norte refugiarse en su interior y pasar una noche con temperaturas similares a las madrugadas frescas de verano de un clima mediterráneo.
Lo lograban, en parte, recubriendo el interior del iglú —formado este por bloques muy compactos de nieve— con una funda interior que hacía de aislante. Rara vez era necesario usar energía para calefactar la estancia. (¡Chúpate esa, construcción moderna!)
En el otro lado del espectro está la vivienda del desierto ecuatorial sometida a altas temperaturas en las horas de sol —y con más horas de sol que ningún otro lugar del globo—, como la vivienda tuareg. Está formada por poco menos que lonas colocadas de modo que evitan tanto el sol como el paso del aire caliente y, en especial, la arena llevada por el viento.
Cualquiera que se haya colocado debajo de un toldo (o bajo un árbol frondoso) percibe de inmediato una bajada drástica de las temperaturas, seguida de una bajada aún mayor de la sensación térmica. Algo que se consigue en la zona más cálida del mundo haciendo uso de simples alfombras. En occidente, para esto necesitamos un equipo de aire acondicionado.
Pero junto a las mismas arenas cálidas de los tuareg, la población sedentaria de civilizaciones anteriores a la nuestra construía con gruesos muros. La pregunta que suele surgir es: ¿No se cocían ahí dentro sin aparatos de aire acondicionado? Y claro, la respuesta es que no, o habrían construido de otro modo.
El pueblo que habitaba esta y otras ciudades fortificadas usaban abultados muros no solo para protegerse de los enemigos. Los muros pesados, densos y gruesos tienen una elevada masa térmica y, aunque absorben mucho el calor del exterior que liberan al interior, lo hacen a una velocidad muy lenta. En ciclos de 24 horas con desfases de unas 12, aproximadamente. De modo que para cuando el sol dejaba de dar en la fachada de la vivienda y esta se empieza a enfriar, el muro interior comienza a radiar calentando el aire frío, protegiendo así a los habitantes del frío de la noche. Por la mañana, cuando el muro ya no tiene calor, el sol empieza a calentarlo de nuevo.
Llama la atención de que ninguna de las viviendas mencionadas necesite una estufa o un aparato de aire acondicionado. Y hay más ejemplos, por supuesto. Uno (o varios) por cada región del mundo. ¿Cuántos de estos ejemplos se siguen en nuestra construcción? Ninguno, por supuesto. Somos sociedades avanzadas, por favor, nosotros usamos climatización.
¿Por qué usamos nosotros climatización?
Arriba hemos mostrado varios ejemplos notablemente extremos. La mayoría de los españoles no tiene que soportar un aire a -30ºC o 45ºC durante más de unos pocos minutos al año. Más, quizá, si viajamos al exótico interior del fondo del congelador. Pero es que, para más inri, el grueso de la población mundial se asienta junto a grandes masas de agua (mares y océanos) que suavizan y amortiguan las temperaturas extremas. Es decir, que lo tenemos mucho más fácil que los tuaregs o los inuit. Entonces, ¿por qué usamos nosotros climatización?
Básicamente porque hemos estandarizado tanto los edificios que aplicamos el mismo diseño en todo el mundo. Este diseño es óptimo para un par de franjas junto a los trópicos de Cáncer y Capricornio durante algunas épocas del año, y bastante poco eficiente para el resto del año y el resto del globo. Usamos el mismo diseño arquitectónico como se usa una llave maestra en muchas puertas: funciona en todas igual de mal, menos en unas pocas.
Para cada zona habitada habría que diseñar un tipo diferente de construcción. Casi para cada valle, aunque los valles de alrededor tengan un diseño similar y muy poca variación. El problema, por supuesto, es el coste de diseñar y construir viviendas así, incluso aunque estas tuviesen la forma de las actuales.
En el diagrama superior (del proyecto IA Ekotrope de la NASA) se muestra el coste energético de uso en base al coste energético de la construcción en base a varios parámetros y para viviendas con forma de octaedro:
Aunque dispersa, la nube de puntos (una vivienda por punto) muestra que a mayor coste energético inicial (viviendas más preparadas para una zona específica), menos coste energético durante décadas. Nuestras viviendas se encuentran a la izquierda de la gráfica, donde está el círculo naranja. Son asequibles, pero su Annual Utility Cost es elevadísimo debido a la climatización.
¿Cómo deberíamos construir en España?
No hace falta salir al mundo para volverse loco tratando de edificar de cara al clima. La pluralidad cultural de la que podemos sentirnos orgullosos tiene buena parte de sus raíces en la temperatura, aunque si fuese por la forma de los edificios no nos enteraríamos de las diferencias culturales y climáticas del norte, sur, mar, océano, desierto, interior o montaña, entre otros. Los edificios actuales son iguales.
Sí, es cierto que se usan diferentes tipos de acabados (distintos espesores y grosores, distintas ventanas, oh, mira, una chimenea, etc), pero la forma de los edificios es en esencia la misma.
En el norte montañoso y frío, donde el viento, las lluvias o las nieves son frecuentes, es necesario conservar el calor en la vivienda. Hay multitud de modos tradicionales de hacerlo: una masa verde en el tejado, una capa de nieve, o simplemente una masa de tierra, muros de madera maciza (troncos), o edificios rodeados de un manto de árboles altos y densos como pinos, entre otros. En lugar de eso, se construyen pisos con ladrillos, y es necesario poner la calefacción.
En los desiertos cálidos y secos, de los que en nuestro tenemos unos pocos, se hace necesario refrescar la vivienda. Podríamos tener una construcción como la de Ait Ben Hadu, incluso en altos y delgados edificios de viviendas en forma de «u» orientados al sureste-sur-oeste. Sin embargo, usamos el mismo ladrillo y el mismo tono y color que en el norte, forzando a las máquinas de frío a trabajar buena parte del verano.
En los climas templados y parcialmente húmedos, las viviendas deberían quedar cubiertas de manera permanente con un tejado (aunque sea un falso tejado separando pisos) que evite el sol de meses cálidos llegue a la fachada cuando está alto pero que permitiese al sol bajo de meses fríos llegar a ella. En su lugar, usamos toldos, pero solo en las ventanas, y tenemos que instalar tanto calor como frío, pagar ambos y emitir CO2 todo el año como si fuese no tuviese coste.
En climas cálidos y húmedos son necesarias calles estrechas cuyos edificios blancos reflejen el sol y arrojen sombra unos sobre otros para refrescar la ciudad. O fuentes públicas y vegetación que refresque el ambiente. Pero, siguiendo la normativa, la nueva edificación viste ladrillo, y separamos los edificios con calles anchas.
Como excusa, aludimos a que «es que siempre se ha construido así». Y, por supuesto, no es verdad. Invertimos mucho tiempo en el diseño de edificios para su construcción, pero lo cierto es que usamos y reutilizamos un prontuario genérico con adaptaciones mínimas según zonas sin tener en cuenta la sabiduría tradicional que desembocó en la cultura arquitectónica de la zona tiempo ha.
Cierto es que viviendas con un diseño óptimo para el clima son más caras que las viviendas «normativas», pero la diferencia entre pagar una hipoteca algo más abultada y tener que costear año tras año el calefactar o enfriar la vivienda no es mucha. Y la hipoteca, eventualmente, termina por desaparecer pasado un tiempo —poco, esperamos—. El clima, sin embargo, es más testarudo que los bancos. Igual deberíamos empezar a adaptarnos a él, ¿no?
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