Una noche como otra cualquiera, tu reloj te despierta. Son las tres de la mañana, pero en tu smartwatch no aparece la hora. En su lugar, el programa médico muestra una llamada del hospital, que coges en tu móvil. Al otro lado habla un médico: «Tómese dos aspirinas y espere a la ambulancia». ¿Qué ambulancia?, piensas mientras procesas la información y vas en busca de las aspirinas.
Apenas te las has tomado, llaman a la puerta y una ambulancia te lleva directamente al hospital. «Ha estado a punto de sufrir un infarto —confirma el médico de guardia tras leer todos los datos que tu reloj ha ido tomando mientras dormías—, pero se ha evitado con éxito. Descanse aquí lo que queda de noche, mañana podrá irse.»
Ciudades que son flujos compuestos por datos
Si hoy día no vemos este tipo de actuaciones médicas no es porque la tecnología que las soporta no exista. Medidores de ritmo cardíaco imbuidos en relojes y conectados al IoT mediante nuestro móvil, teleavisos o procesadores en la nube que detecten anomalías cardíacas, son tecnologías viables hoy día.
Aunque todos nos sentiríamos más tranquilos si nuestros seres queridos tuviesen una asistencia médica 24×7, el Internet de las Cosas tardará un tiempo en penetrar en las ciudades y en llegar en entornos cruciales de nuestras vidas. De momento, el Internet de los objetos conectados se usa en contadas aplicaciones de las smart cities para, entre otros grandes proyectos, disminuir nuestra huella ecológica.
Una ciudad, dice el urbanismo celular de Ignacio Arnaiz, es un organismo vivo con flujos de entrada y salida. Muy fácil de ver –siempre se pone el mismo ejemplo– con los miles de vehículos que entran y salen de una ciudad usando las carreteras. Pero hay muchos más ejemplos, como los latidos diarios de viajes que forman los ciudadanos al desplazarse al trabajo o el bombeo incesante de agua y electricidad a través de las redes de suministro.
Si logramos reducir el impacto de esos flujos estaremos minimizando nuestra huella ecológica a nivel de ciudad. Las ciudades son ya de por sí un organismo bastante eficiente a nivel energético (por la agrupación de servicios localizados), pero se sabe que redirigiendo con tino estos flujos estaremos contribuyendo a sistemas más circulares y, por tanto, más respetuosos con el medio ambiente. Pero, como en el caso del ejemplo médico, primero necesitamos medir.
El ejemplo del siglo XIX
¿Te imaginas que un peatón pudiese solicitar vez para cruzar en un semáforo solo pulsando un botón y sin necesidad de aplicaciones o smartphones? En lugar de eso, una interfaz intuitiva que no requiere instalación ni formación de ningún tipo sirve para pedir paso.
Aunque haya sido redactado de un modo actual, la tecnología de «PULSE PEATÓN» y «ESPERE PEATÓN» marcó un antes y un después en la gestión del tráfico en cruces complejos. La señalética del tráfico se adaptaba al flujo de peatones, y este a los permisos que los semáforos concedían (a su vez subrogados a la petición de paso).
Recurrimos a estos ejemplos de transporte por ser más fáciles de visualizar como flujos de información a pulsos (por ejemplo, en horas punta), o de relacionarlos con la optimización que da lugar a un ahorro a nivel de ciudad.
Midiendo y gestionando el transporte público
En un ejemplo igual de mundano, quizá incluso hasta aburrido, es el de alguien que sale de su casa camino del trabajo y entra al metro. Al pasar el abono transporte por el torno, el sistema detecta un +1 a las 7:36:56 08/04/2017. Cuando, treinta y dos minutos después, vuelve a pasar el abono para salir del suburbano, el sistema vuelve a sumar un -1 a las 8:09:08.
+1 a las 7:36:56 08/04/2017
-1 a las 7:37:50 08/04/2017
+1 a las 7:37:58 08/04/2017
+1 a las 7:38:15 08/04/2017
-1 a las 7:39:16 08/04/2017
…
Para el lector medio una agrupación de datos como estos pueden decir más bien poco. Sin embargo, un ordenador ve en millones de datos similares un patrón con el que hacer maravillas. Por ejemplo, gestionar una flota mínima de transporte para dar un servicio de calidad a los ciudadanos de una ciudad o generar informes actualizados minuto a minuto que reporten al ciudadano del estado actualizado del transporte:
Gracias a millones de registros anonimizados como este somos capaces, como ciudadanos, de comprobar cuál es la mejor hora para acercarse no solo a una parada de metro. También a un restaurante, parking o cine conociendo el mejor modo de llegar al destino y sabiendo de antemano la frecuencia de trenes que habrá. Frecuencia que usa estos mismos datos históricos para ofrecer el número de trenes necesarios mínimo.
Resaltamos el concepto de registros anonimizados, que es como se ven los datos en los esquemas de arriba, por su importancia. Para proteger la intimidad de las personas es preciso que la información, aunque accesible, se registre y muestre sin nombres, o que no haya modo de relacionar a determinados ciudadanos con las actividades registradas.
Como hace años este tipo de registros no existía, se lanzaban vagones por los túneles sin tener en cuenta si estos irían muy llenos o no, o si habría mucha gente esperándolos. Como consecuencia, los ciudadanos no solo recibían un transporte público de calidad inferior, además este resultaba mucho más caro para la ciudad.
Ya en el año 2001, la banda noruega Röyksopp planteaba en base a un videoclip la idea clave de la smart city: medir para poder gestionar. En la ciudad del vídeo, diferentes flujos en el interior de una ciudad (persona, agua, alimentos, e incluso transportes y electricidad) daban distintas métricas mientras danzaban por la pantalla:
Educación, cultura y ocio, deporte
Pero las ciudades no son solo flujos de personas y transporte de materias (que es la parte sencilla de las smart cities). La gestión de lo tangible es crucial para disminuir el impacto medioambiental, pero la gestión de lo intangible (educación, cultura, ocio, deporte…) es necesaria para el bienestar de los ciudadanos.
De ahí que exista toda una vertiente IoT de la smart city dedicada a la mejora continua del sector terciario y a que los ciudadanos encuentren la información que buscan. Es lógico, si la ciudadanía genera datos, estos se usen para satisfacer sus necesidades.
Por eso los distintos países y gobiernos están creando sus plataformas de datos abiertos (la nuestra es datos.gob.es) de modo que los ciudadanos tengan acceso a sus datos y estos puedan usarse por parte de las administraciones públicas y las start-ups para aumentar la calidad de vida de las personas.
Frente a los ejemplos médicos y de transporte, en el ámbito cultural podemos encontrar gestiones tan genéricas como «Trámites relacionados con la educación» o tan particulares como «Ciclos Formativos grado medio diurno. Alumnado matriculado por rama de estudios y curso en el que está matriculado por municipios en Aragón».
Como dar acceso a este tipo de datos depende de las administraciones (y de su nivel de conocimientos en bases de datos), todavía queda mucho para que todos los ayuntamientos y servicios vuelquen sus datos. Estos, una vez analizados por todo aquel que lo desee, darán lugar a conocimiento sobre la ciudad y a conocimiento ciudadano.
Sin embargo, sí hay bases de datos muy completas a nivel nacional, como la de todas las Bibliotecas Públicas de España o la de todas las instalaciones deportivas que sirven desde la generación de aplicaciones en los distintos mercados (markets) de software.
Cada vez que un ciudadano coge un transporte público, saca un libro de una biblioteca, accede a un gimnasio usando su tarjeta o se desplaza por las calles de su ciudad está generando enormes cantidades de datos que se registran mediante diferentes sensores que los vuelcan en bases de datos anónimas. Estas, a su vez, se unen a otras bases de datos de servicios de la ciudad para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.
El Internet de las Cosas, que enlazará hacia finales de 2017 cerca de 8.400 millones de dispositivos, superará los 30.000 millones en 2020. En ese momento seremos capaces de maravillas como detectar microfugas de agua en tuberías, abriendo el pavimento solo donde es necesario; de encender la luminaria solo cuando haya vehículos o personas en en las inmediaciones, evitando un consumo eléctrico sin sentido; o, quizá, incluso de prevenir dolencias médicas.
Imágenes |iStock/blackdovfx, iStock/jacoblund, AntionePound, Marcos Martínez, Biblioteca de Stuttgart
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