La innovación es, sin duda, una de las disciplinas que más ha evolucionado a lo largo de los últimos tiempos. Como en una auténtica profecía autocumplida, una mayor cantidad de innovación en el ecosistema ha desencadenado un mundo que se mueve a muchísima más velocidad, donde cualquier producto, servicio o negocio puede cambiar drásticamente de un día para otro, ser superado o perder completamente su sentido. Muchas de las barreras que antes hacían de este problema algo tolerable, como las fronteras o el aislamiento informativo, han desaparecido. La globalización y la competencia global ya no son simplemente frases hechas: son una realidad palpable en nuestro día a día.
Cultura de innovación hoy en día
Construir una cultura de innovación hoy no tiene ya nada que ver con lo que suponía intentar hacerlo hace algunos años. Hace años, muchas compañías simplemente no innovaban: hacían las cosas como las habían hecho siempre, y como mucho, incorporaban elementos incrementales, nuevos desarrollos que les permitían hacer básicamente lo mismo, pero más rápido o con mejor calidad. La innovación entendida como tal era algo, en las empresas en las que se definía, confinado con suerte a un departamento específico, donde algunas personas con experiencia intentaban ver cuáles de esos elementos novedosos podían afectarles, podían permitirles mejorar algún aspecto de su cadena de valor y, en último término, mejorar sus resultados. En otros casos, la innovación era simplemente una cuestión de inspiración, fruto de una intuición o de un descubrimiento del fundador, de la estratégica adquisición de otra compañía, del fichaje de una persona con un expertise determinado, etc.
Cambio de los tiempos
La frase “los tiempos han cambiado” se hace hoy especialmente patente: no es que hayan cambiado, es que casi cambian todos los días. Hoy, los trabajadores se dividen entre los que saben y entienden lo que está pasando, los procesos que pueden afectar al negocio de su compañía, y los que simplemente se enteran de oídas – o peor, ni se enteran. Hoy, como en la carrera de la Reina Roja de “Alicia a través del espejo”, necesitamos correr a gran velocidad todos los días ya no para avanzar, sino para simplemente mantenernos en el mismo sitio. Figuras indudablemente exitosas como Warren Buffett o Bill Gates afirman que necesitan dedicar un mínimo de cinco horas a la semana a aprender, y de hecho, consideran una auténtica irresponsabilidad no hacerlo: aunque no aspirásemos a ser el inversor más exitoso de la historia o una de las personas más ricas del mundo, parece cada día más evidente que la alternativa de permanecer en nuestro puesto de trabajo simplemente “porque hemos estudiado una carrera o un master” o porque “tenemos equis años de experiencia” supone cada día una propuesta menos interesante.
Pocas frases me generaron profesionalmente más desazón que la de un alumno de un curso que impartí hace muchos años a personas que acababan superar una oposición a Registradores de la Propiedad, que al ser interpelado por su escasa preparación de la materia a discutir, contestó sencillamente con un “señor, yo ya he estudiado todo lo que tenía que estudiar en esta vida”. Efectivamente, aquel entonces joven registrador de la propiedad pensaba que con lo que había estudiado para superar sus oposiciones, no iba a necesitar estudiar absolutamente nada más en su vida, y le iba a resultar suficiente para sostener una actividad productiva que le generase unos beneficios y que aportase valor a la sociedad. Sinceramente, tengo mis dudas de que esto sea así, incluso en ocupaciones tan reguladas como el registro de propiedades. Pero si algo tengo claro, es que no quiero coincidir en una compañía con una persona así. Y que si me ocurre, pensaré que no estoy en la compañía adecuada.
Innovación en las compañías
Si estamos de acuerdo en que la propuesta del inmovilismo es escasamente interesante y cada día más irracionalmente arriesgada para las personas que trabajan en una compañía, el riesgo para las compañías es mucho mayor. Las dinámicas de innovación se han convertido en cruciales para las compañías: hoy no solo se compite en ventas, sino también en posicionamiento en términos de innovación. No tener una percepción adecuada como compañía innovadora implica perder oportunidades de ventas, de alianzas o de atracción de talento, y termina por suponer una condena a la irrelevancia. Las compañías adoptan distintas estructuras para asegurar la innovación: algunas la centralizan, otras la distribuyen, otras la convierten en un mercado o holding, pero en todas esas compañías exitosas, parece haber un sustrato común, casi tautológico: las compañías innovadoras están compuestas por personas innovadoras. Si eso no se cumple, la innovación no es sostenible, y la compañía tendrá problemas.
¿Cómo debemos hacer para estimular esos procesos de innovación?
¿Y para enviar ese mensaje de compromiso a todas las personas que trabajan en la compañía? Un simple “si no eres capaz de mantenerte innovador, mejor no trabajes aquí” puede ser una buena frase para poner en una pared, pero no genera ninguna disciplina ni instrucción clara. Para pasar de los mensajes puramente ideológicos a los hechos, debemos asumir compromisos concretos.
Por ejemplo, debemos asegurar que nuestros empleados lean lo que deben leer, se enteren de lo que pasa en el mundo y les afecta, y se enriquezcan además con lecturas adicionales que no formen parte de las que les suministramos. Muchos ojos ven más que dos: revistas departamentales o corporativas con clippings de artículos relevantes, blogs, tableros virtuales, etc. deberían asegurar que cuando una innovación tome cuerpo de realidad y se convierta en una alternativa para la compañía, todos los que trabajan en ella la entiendan, sepan de qué hablamos, y vean lógica la apuesta por ella. Además, para pasar del mero conocimiento superficial a un nivel más profundo, tendremos que establecer procesos de formación, sesiones periódicas de trabajo, o una oferta de temáticas relevantes con objetivos claros para nuestros trabajadores. Trabajar aquí no implica solo hacer tu trabajo: implica, además, estar puesto al día.
Las compañías innovadoras aprenden a aprender, y lo ejercitan constantemente en su día a día. Solo así se mantiene el músculo, solo así se crea disciplina, solo así se sistematiza y asimila una actitud. La naturaleza del trabajo va a cambiar muchísimo en los próximos años, y la vocación por la innovación va a ser uno de sus componentes más definitorios. Las compañías que lo entiendan así y sean capaces de ponerlo en práctica estarán mucho más cerca del éxito sostenible.
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