Automoviles

La madre de todas las carreteras contra la Gran Depresión: las claves del mito de la Ruta 66

18 de abril de 2018

Verano del 91. Un descapotable, una moto o una furgoneta y 4.000 kilómetros de asfalto por delante. El objetivo, cruzar Estados Unidos y una foto con una mítica señal azul, roja y blanca: Route 66. Un año antes, el Congreso había aprobado una ley reconociendo la madre de todas las carreteras como un símbolo del pasado estadounidense, del viaje constante y del sueño de buscar una vida mejor.

¿Por qué una carretera entre Chicago y Los Ángeles se convierte en un icono de un país y uno de los destinos de road trip más deseados? La historia, ya os adelantamos, tiene mucho que ver con la conquista del oeste, tormentas de arena de proporciones bíblicas, la Gran Depresión, los cambios de un país que todavía añora los tiempos sencillos y el despertar de la industria del automóvil.

Los orígenes de un mito

Cuando los europeos pusieron pie en Norteamérica, las poblaciones nativas llevaban miles de años siguiendo las mismas rutas a través de las planicies de lo que hoy es Oklahoma, Texas y Nuevo México. Españoles, franceses e ingleses recorrieron los mismos caminos, labrados con insistencia por hombres y caballos. A mediados del siglo XIX, un teniente del ejército llamado Edward Beale utilizaba aquellas rutas para construir una de las primeras líneas de ferrocarril, entre Nuevo México y California.

Eran tiempos de fiebres del oro y de la conquista del Oeste; y el tren era su gran aliado. Sin saberlo, Edward Beale estaba dibujando el primer trazado de la carretera 66, como explica Arthur Krim en su libro Route 66: Iconography of the American Highway. A finales de siglo, el tren ya era el método de transporte más popular para cruzar las grandes llanuras de Norteamérica. En torno a las vías, habían surgido multitud de tiendas, pensiones y atracciones varias. Pero el dominio de la máquina de vapor no duró demasiado.

Una de las primeras imágenes de la Ruta 66

Una de las primeras imágenes de la Ruta 66 / Fuente: Archivo de la Universidad de Arizona

Arrancaba el siglo XX y, con él, la producción a gran escala de un nuevo medio de transporte que cambiaría la historia del mundo: el automóvil. Con él llegó la necesidad de construir las primeras carreteras. Aprovechando antiguos caminos, rutas abiertas por vías de tren y uniendo algunas de las primeras carreteras en la costa este, la Route 66 fue tomando forma hasta que en 1926 fue bautizada oficialmente. Hasta el año siguiente no fue señalizada y hasta mediados de la década de los 30 no se asfaltó por completo, como explican en este monográfico de la Universidad de Arizona.

Un país de tractores y camiones

Al contrario que otras rutas de la primera red de carreteras de Estados Unidos, la número 66 seguía un trazado en diagonal, convirtiéndose en la única conexión para las comunidades agrícolas del centro del país. “Esta configuración diagonal fue particularmente importante para la industria del transporte por carretera. Además de ser una ruta corta entre Chicago y la costa del Pacífico, la Ruta 66 cruzaba tierras planas con un clima más templado que el de las carreteras del norte, lo que aumentó aún más su atractivo para los camioneros”, señalan desde el servicio nacional de parques de Estados Unidos (NPS, por sus siglas en inglés).

Solo entre Chicago y St. Louis (Misuri), el tráfico pesado pasó de 1.500 vehículos al día a 7.500 a principios de la década de 1930. Una cuarta parte de este tráfico eran tractores. De la mano de la carretera crecían las exportaciones agrícolas de las grandes llanuras centrales a las ciudades del este y del oeste. La Ruta 66 se hacía fuerte y, como recompensa, se asfaltó en su totalidad.

Imagen de una de las famosas tormentas de polvo en Texas

Tormenta de polvo en Texas, 1935 / Fuente: NOAA

Una vía de escape hacia un mundo mejor

“Era triste ver a las familias emigrando y muy necesitadas. Nosotros vivíamos en un pequeño remolque en Kit Carson (Colorado). Mientras estuvimos allí vimos y hablamos con muchas familias que habían abandonado las áreas de la llamada Dust Bowl, muchas luchaban por encontrar una vida mejor”. El testimonio de la señora Currier, recogido por la Universidad de Arizona, ilustra la cara menos industrial de la Ruta 66. Habla de cuando la madre de todas las carreteras se convirtió en la mejor arma contra la Gran Depresión.

Durante los 30, las Grandes Llanuras se vieron afectadas por severas sequías. Las tormentas de polvo lo barrían todo y erosionaban una tierra que había sido arada y cultivada de forma inadecuada en las décadas anteriores. Los precios caían, el empobrecimiento de las ciudades había desplomado la demanda de alimentos y más de 200.000 personas se vieron forzadas a dejar Oklahoma, Arkansas y Misuri, una zona bautizada para la historia como Dust Bowl (cuenco de polvo). La Ruta 66 fue su vía de escape hacia la promesa de un trabajo y un hogar en California y Arizona.

Imagen de la señalización de un motel en la Ruta 66

Señal de motel de los años 50 en Arizona / Fuente: Archivo de la Universidad de Arizona

El coche, el olvido y el renacer del mito

Tras la Gran Depresión llegó la Segunda Guerra Mundial. La industria armamentística floreció en el oeste norteamericano y la Ruta 66 se convirtió en constante ir y venir de coches y camiones. Después vino el boom del automóvil (entre mediados de los 40 y de los 50 se duplicó el número de matriculaciones en Estados Unidos) y la carretera aparcó el recuerdo de la Dust Bowl para convertirse en un símbolo de libertad.

La Route 66 se convirtió en protagonista de series de TV y de canciones, anticipando un homenaje a una carretera que estaba a punto de ser víctima del progreso. Durante los 70, dejaría su paso a las grandes autovías interestatales. Un 26 de junio de 1979 perdería su nombre original y seis años más tarde era oficialmente desmantelada.

La Mother of Roads es un símbolo y uno de los grandes atractivos turísticos de aquellos que persiguen el sueño del road trip. Y, sin embargo, hoy por hoy, no existe. Quedan tramos asfaltados, señalizados como Old Road 66 y conservados por nostalgia e interés histórico. También se conservan muchos de los establecimientos y algunas de las señales originales. Sigue siendo una forma de viajar al pasado, pero el camino entre Chicago y California ya no es el mismo que salvó a poblaciones enteras de quedar sepultadas bajo el polvo.

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