Cerrar la brecha entre las necesidades de los ciudadanos y la visión del “experto” es clave para abrir paso a la innovación en el gobierno local
13 de febrero de 2019
La planificación y desarrollo de las infraestructuras ha sido tradicionalmente un asunto paternalista, con expertos que definen y ejecutan su visión bajo estrictas instrucciones comerciales de las autoridades gubernamentales. Al considerar el funcionamiento de una futura ‘ciudad inteligente’, este enfoque vertical nos brinda una visión más propia de Bauhaus de sensores inteligentes y arterias de transporte, transmitiendo un flujo constante de datos a un núcleo de control central. En esta distopía tecnológica, nuestros controladores nos guiarán a través de su ecosistema basado en principios de eficiencia y seguridad, sin distribución del conocimiento ni intervención que afecte al sistema desde el exterior. Dado que este enfoque es inflexible frente a las demandas cambiantes de los ciudadanos, la experiencia del usuario se resiente. A menudo definimos un futuro distópico por su falta de intervención ciudadana, pero la realidad es que casi toda nuestra infraestructura es culpable de un enfoque organizativo demasiado centrado en la tecnocracia o de una priorización de las ganancias económicas que resulta corta de miras.
En el extremo opuesto se encuentra la ciudad digitalizada desde una perspectiva ascendente, donde las necesidades de los ciudadanos impulsan la innovación; en este futuro, la tecnología inteligente no se basa en inversiones de miles de millones de dólares por parte de las organizaciones centrales, sino en una red distribuida de personas participantes y elementos tecnológicos que transmiten y reciben información con autonomía propia. Con 1984 de George Orwell como respaldo moral, hemos logrado un progreso notable hacia un estado de intervención distribuida, con aplicaciones y redes sociales que nos permiten navegar, editar e influir en las ciudades en las que vivimos, diciéndoles a las autoridades lo que necesitamos en lugar de esperar a que nos lo cuenten. Hasta hace relativamente poco el desarrollo de nuestras ciudades y la visión de futuro no ha comenzado a centrarse en el ciudadano, y tanto la etapa de planificación de las infraestructuras como el compromiso ciudadano se limitaba tradicionalmente, como mucho, a una evaluación retrospectiva. La rápida maduración de la tecnología digital está acercando a los ciudadanos a su entorno, creando oportunidades y dispersando la intervención en las comunidades. Pese a que la digitalización es ahora una fuerza impulsora clave para el crecimiento urbano, no siempre fue así.
Durante gran parte del siglo XX, existía la expectativa lógica de que las características descentralizadoras de tecnologías como el transporte rápido e Internet provocarían el auge de comunidades suburbanas y ciudades jardín, que vimos durante la última parte del siglo XX. Sin embargo, la vida en la ciudad ha experimentado un renacimiento en el siglo XXI. Si continúa la rápida urbanización de hoy, más del 70 por ciento de la población mundial vivirá en ciudades en 2050 (UN DESA, 2018). La urbanización es más potente en los países en desarrollo, donde el nivel de vida puede aumentar de forma drástica en pueblos y ciudades. Las ciudades ofrecen la plataforma perfecta para que florezca una población acelerada, con niveles de elección y diversidad de consumo que solo son sostenibles en el denso entorno urbano.
La expansión y digitalización de las ciudades ha arrojado nueva luz sobre el enfrentamiento entre la visión tecnológica y experta y los logros propiciados por los ciudadanos. Las ciudades occidentales están llenas de ejemplos de planificación urbana tecnocrática;
Las plazas urbanas diseñadas a finales del siglo XX son más bien el producto de una visión arquitectónica que la respuesta a las necesidades de los ciudadanos destinados a usarla. Los ángulos marcados, el uso del agua y los amplios espacios abiertos pueden ser visualmente impactantes y baratos de mantener, pero ¿qué uso les da un ciudadano? O los edificios en altura, diseñados y construidos con el objetivo de dar cabida al máximo número de residentes por metro cuadrado, sin tener en cuenta la calidad de vida del usuario. La innovación en los servicios de infraestructura y la construcción se ha centrado tradicionalmente en el costo del ciclo vital de los activos, sin embargo, hay “brotes verdes” que sugieren que ahora se tienen en cuenta muchos otros factores.
La High-Line en Manhattan es un ejemplo de la unión de una ciudad y una comunidad no solo para salvar y reutilizar una infraestructura obsoleta, sino para lograr resultados completamente diferentes de los que se pretendían con la infraestructura original. La línea de ferrocarril en desuso de Nueva York, considerada antiestética y un impedimento para un mayor desarrollo residencial, debía ser demolida a principios de la década del 2000. Sin embargo, un grupo comunitario, dirigido enteramente por ciudadanos, luchó por su preservación. Este grupo pudo evidenciar que si el ferrocarril se convirtiera en un parque público, el valor económico, social y cultural generado superaría con creces el coste de su demolición. La comunidad logró garantizar la conservación de la High-Line y terminó ocupándose de su financiación, gestión y mantenimiento. Se realizó un plan de viabilidad para el parque basado en 40.000 visitantes al año, aunque ha terminado atrayendo a 5 millones de visitantes al año, lo que lo convierte en la segunda atracción cultural más visitada de Nueva York con un impacto económico estimado de 2.200 millones de dólares. El aumento de los ingresos fiscales procedentes del barrio de High Line generará casi 1.000 millones de dólares.
El concepto de fuerzas que compiten de “experto” (o en el caso de ciudades inteligentes, tecnólogo) y “ciudadano”, surgió de un taller con nuestro grupo de “Líderes en Excelencia Urbana” en el Reino Unido. A nuestros miembros les apasiona aportar su propia visión en consonancia con la de su comunidad y ven esta falta de concordancia como un impedimento clave para lograr la innovación en la red local. En una era donde la madurez tecnológica va en aumento, la tecnología se impulsa hacia el consumidor (supuesto 2). Un ejemplo es el mercado de la tecnología de lujo donde ya se ha satisfecho casi toda la demanda/necesidad existente.
En la adquisición de infraestructura, esta dinámica se traduce en un entorno donde los clientes se enfrentan a un mercado de productos en lugar de soluciones. La inversión en activos físicos nuevos y tecnológicamente mejorados, sin definición de ejemplos de uso o resultado, dificulta la innovación exitosa porque el valor de la intervención nunca puede entenderse en su totalidad. Cuando se trata de digitalización, debemos identificar la cadena de valor de la intervención, y las necesidades de los ciudadanos deben impulsar nuestra toma de decisiones (supuesto 1). Involucrar al ciudadano y dar máxima importancia a sus necesidades en el proceso de planificación es clave para desbloquear la innovación digital en el gobierno local. Como demuestra la High Line de Nueva York, pensar de manera innovadora en las soluciones no solo nos permitirá obtener mejores resultados, sino que seremos conscientes del potencial de nuestros activos fijos existentes para facilitar una relación más estrecha entre ciudadanos y expertos.
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