Recientemente ha salido la noticia de que Elon Musk ha lanzado su plan para conectar al mundo a Internet por satélites. El plan del visionario es ofrecer Internet de banda ancha y baja latencia a la mayor parte de las zonas habitadas del mundo, gracias a una constelación de satélites. Y no es el único. El dueño de Amazon, Jeff Bezos y Richard Branson, de Virgin también se han unido a esta nueva y apasionante carrera espacial. Otra noticia que nos sorprendió hace poco fue la de un estudiante gaditano de 16 años, Julián Fernández, quien ha fabricado el satélite más pequeño de España. Un satélite de sólo 5 cm de diámetro que permitirá a las zonas rurales de todo el mundo acceder a Internet de forma gratuita.
Estas noticias muestran el avance exponencial de la tecnología y la digitalización y nos hacen ver más de cerca que es cierto que estamos en un cambio de era. Los satélites nos ayudan a recopilar datos para saber si este fin de semana llueve, a prevenir un tsunami o a llegar con el GPS a-esa-calle-que-no-te-suena-de-nada que tu consistorio acaba de renombrar recientemente.
También sirven a los inquietos terrícolas para buscar planetas, teorizar sobre el origen del Universo y argumentar sobre el terraplanismo. Porque desde lo más alto, es desde donde mejor perspectiva se alcanza. Y coger perspectiva en un cambio de era, no es tema menor. Es un tema capital.
Es posible que muchos de nosotros tengamos en mente que un satélite es algo que tiene el tamaño de un camión, que cuesta millones de euros y se lanza desde Cabo Cañaveral. Pues sí, hay muchos de esos, cuestan unos 500 millones de dólares, en orbitas geoestacionarias a 36.000 km de la Tierra y tienen una vida media de 15 años (Satélites tipo GEO). Pero también existen otro tipo de satélites más asequibles en órbitas cercanas a la tierra entre 700 km y 20.000 km de altura (satélites tipo LEO y MEO), que tienen el tamaño de una caja de zapatos, con una vida útil de entre 1 y 5 años y que se desarrollan y colocan en órbita por menos de 150.000 dólares.
Hoy en día, en función de su finalidad, los satélites podrían diferenciarse en 4 tipos: militares-inteligencia, científicos-metereológicos, navegación-comunicaciones y de observación. Estos últimos, son sobre todo los que ocupan a las nuevas startups del denominado Space 4.0 o New Space que dotan a sus satélites de cámaras de alta resolución, espectrómetros, termógrafos, radares (sí, da igual que esté nublado) y sensores láser (LIDAR) que permiten detectar desde emisiones de partículas a la atmósfera hasta las mínimas precipitaciones del terreno.
Toda esta tierra (¡y cielo!) ignotos por explorar, puede ayudar también a empresas como Ferrovial en diferentes ámbitos de aplicación:
- Detección de hundimientos de puentes, terrenos, o edificios
- Mapas de avance de obra y topografías
- Monitoreo de instalaciones y obra civil (cambios en el pavimento y vías férreas)
- Detección de asentamientos e infraestructura urbana
- Análisis de movilidad urbana e interurbana.
- Monitorización de aeropuertos
- Monitorización de la eficiencia energética de infraestructuras y edificios
- Detección de invasión de maleza o grandes objetos en vías férreas o carreteras
- Emisiones de metano en vertederos
- Gestión de desastres como terremotos, inundaciones, etc.
En definitiva, los satélites nos ofrecen datos y más datos para descubrir metodologías más eficientes y nuevos modelos de negocio que nos hacen la vida un poco más fácil.
El primer satélite artificial fue lanzado en 1957 por la Unión Soviética. Su emocionante sonido “beep beep” hizo sentir a todo aquel que sintonizaba su señal con un receptor UHF, que la era espacial había llegado.
Su nombre era Sputnik, que en ruso significa “compañero de viaje”. Que mejor significado para una tecnología con tan “alto” potencial.
Si quieres escuchar el mismo sonido que los radioyentes de 1957, pincha aquí.
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