De cuando una profesora real batió el récord de velocidad e inventó el retrovisor
14 de abril de 2021
Cuando la reina Alejandra de Dinamarca aprendió a manejar un coche, hacía poco que se sentaba en el trono del Reino Unido como consorte de Eduardo VII. Despuntaba el siglo XX y su profesora de conducción todavía no había batido ningún récord. El nombre de la reina formaba ya parte de los libros de historia. Y el de su desconocida profesora, Dorothy Levitt, pronto lo haría.
Cuando la bisabuela de la actual reina de Inglaterra, Isabel II, aprendió a conducir, no era algo muy habitual. Sobre todo, para una mujer. Su condición real le ayudó a ella (y a sus hijas) a contratar los servicios de Levitt, quien, con poco más de 20 años, ya se había convertido en una experta en coches. No solo al volante, sino también en la mecánica de un invento llamado a cambiar el mundo en las próximas décadas.
La enseñanza le gustaba casi tanto como la carretera y la velocidad. A lo largo de su vida, Levitt batiría récords sobre tierra y agua y se convertiría en un referente del feminismo y la independencia de la mujer. De hecho, durante seis años escribió artículos periodísticos sobre la mujer y los coches que acabarían dando forma a un libro, The Woman and the Car: A Chatty Little Handbook for all Women Who Motor or Who Want to Motor; un libro que pasaría a la historia por ser la primera referencia del uso de un espejo retrovisor.
Hija de joyeros, apadrinada por un piloto
Dorothy Elizabeth Levitt no era noble, pero sí de clase media-alta, algo que le ayudó en un tiempo en que muchas puertas estaban abiertas o cerradas en función del lugar (social) de nacimiento. Nacida en una familia de joyeros de origen sefardí y asentada en Hackney, un municipio del Gran Londres, Levitt pronto empezó a experimentar con la velocidad subida en un caballo.
No se sabe mucho más de sus primeros años, pero en 1901 trabajaba ya como secretaria, un trabajo que en aquellos años se consideraba aceptable para una mujer de su clase. Así fue cómo en 1902 fue contratada por la Napier Car Company, una fábrica de coches de lujo y coches de carreras. Allí se cruzó en el camino de Selwyn Edge, un emprendedor, ciclista y piloto de origen australiano, que reconoció su talento y pronto la apadrinó.
Ese mismo año la envió a Paris, donde Levitt aprendió a conducir, conoció los secretos de la mecánica y acabó de enamorarse del automovilismo. Fue a la vuelta de su estancia en Francia, con 21 años, cuando Levitt empezó a dar clase a las mujeres de la realeza británica. Para entonces ya tenía un único objetivo en mente: convertirse en un gran piloto de carreras. En abril de 1903 se convirtió en la primera mujer inglesa en participar en una competición de coches, pero se quedó lejos de la victoria.
Dorothy Levitt fue la primera mujer inglesa en participar en una competición automovilística. / Wikimedia Commons
Un Gladiator de 16 caballos y un retrovisor
Selwyn Edge era también el embajador en Reino Unido de la marca de coches Gladiator. Así que Levitt, como su pupila, se convirtió en la imagen de la marca. Poco después de haber participado en su primera carrera, se subía a un Gladiator de 16 caballos para completar la Glasgow to London Motor Trial, una competición por puntos en la que había que recorrer los caso 650 kilómetros que separan ambas ciudades sin paradas. Levitt solo perdió seis de un total de 1000 puntos.
A partir de ese momento, su carrera camina de la mano con la rápida evolución de los motores. Tras ganar su primera competición de velocidad, en 1905 participa en los Brighton Speed Trials (una de las carreras más antiguas que todavía siguen celebrándose). Lo hizo a los mandos de un motor de 80 caballos, capaz de alcanzar velocidades impensables para la época. Levitt cruzó la línea de meta a 126 kilómetros por hora, batiendo a todos los demás pilotos.
Al año siguiente, se subió en un Napier de 90 caballos con el que alcanzó los 128 kilómetros por hora, la mayor velocidad alcanzada por una mujer hasta entonces. Para entonces ya era famosa no solo en Reino Unido, sino en toda Europa, donde también sumaba triunfos al volante. En 1906, con un Napier K5-L48 de 100 caballos, volvería a batir su propio récord alcanzando los 146 kilómetros por hora en menos de un kilómetro de distancia.
Durante aquella primera década del siglo XX, Levitt se hizo tan conocida por sus destrezas de piloto como por su defensa del derecho de las mujeres a conducir. Decía que no corría por los premios económicos, sino por el reconocimiento público y para dar ejemplo. A través de una columna semanal en el periódico The Graphic, derribó mitos sobre el interés de las mujeres por la mecánica y sobre las supuestas dificultades de su género para manejar los vehículos a motor.
Levitt se convirtió en una protagonista habitual de la prensa en la primera década del siglo XX. / Sound Architect, YouTube
A raíz de aquellas columnas acabaría publicando el libro con todos sus consejos y en el que desvelaba todos sus secretos. Entre ellos, su costumbre de utilizar un espejo de mano durante las carreras para conocer la situación de la carrera y mantener controlados a sus competidores. Era el año 1910 y, aunque parece ser que el uso del espejo empezaba a ser habitual en las competiciones, todavía pasaría una década hasta que el retrovisor fuese patentado e incorporado oficialmente a la producción automovilística por Elmer Berger.
Levitt todavía seguiría escribiendo y participando en algún acto público, pero a partir de 1912 su rastro desaparece. Su nombre se esfuma de los periódicos hasta 1922, cuando es encontrada muerta en su apartamento de Upper Baker Street, en Londres. Las causas: sobredosis de morfina para paliar el sufrimiento que le provocaba una enfermedad cardiaca y el sarampión.
Dejó una herencia a su hermana valorada en 224 libras (unas 5.000 libras en la actualidad), pero el dinero daba igual. Para entonces su nombre estaba escrito en los libros de historia, los coches eran cada vez más habituales en las calles y ya no era extraño ver una mujer al volante.
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