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De la vacuna de la polio a una basílica en Italia: así nació la neuroarquitectura

02 de julio de 2021

Existen construcciones capaces de transmitir calma. Espacios ordenados, diáfanos y luminosos que invitan a la relajación y consiguen aumentar nuestro nivel de bienestar. Desde hace siglos, arquitectos y constructores han tenido en cuenta qué proporciones y materiales son los más adecuados para crear edificaciones agradables. Y, en la mitad del siglo pasado, la ambición por entender la conexión entre las emociones y las construcciones fue incluso más allá y se comenzó a estudiar de forma científica. Nacía así la neuroarquitectura.

Esta disciplina ha conseguido interpretar qué sucede en nuestro cuerpo cuando entramos en determinados espacios y trasladar esta información a datos objetivos. La idea de hacerlo surgió precisamente de una situación en la que la arquitectura llevó a hacer un razonamiento único. Una historia en la que se ven envueltos un biólogo, el método científico y una basílica italiana.

En busca de una vacuna

A principios de la década de 1950, la polio era una enfermedad muy temida en gran parte del mundo, y Estados Unidos no era una excepción. Diversos brotes alcanzaron la categoría de epidemia a lo largo de la primera mitad del siglo XX, y en 1952 se registró el peor de la historia del país. La polio dejaba tras de sí miles de muertos y personas con parálisis, por lo que urgía encontrar una solución a esta enfermedad infecciosa. La única vía realmente efectiva era elaborar una vacuna.

Gran parte de las expectativas y la responsabilidad de encontrar esta vacuna caían en una persona: el biólogo Jonas Salk. Desde 1947, Salk trabajaba como director del Virus Research Laboratory de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh y había participado ya en estudios para desarrollar una vacuna contra la gripe. Al contrario que muchos de sus colegas de la época, era un fiel defensor de este método de inmunización. Confiaba en que las vacunas eran fundamentales para frenar la expansión de enfermedades infecciosas y en su capacidad para llegar, incluso, a erradicarlas.

Jonas Salk en su laboratorioJonas Salk en su laboratorio. Sanofi Pasteur (Flickr)

Determinado a encontrar la que pondría fin a la polio, trabajó durante años en un oscuro laboratorio de la Universidad de Pittsburgh. Pero, aunque parecía estar cerca de la solución, no llegaba a alcanzarla. Tras numerosos intentos, se vio obligado a aceptar la realidad: estaba atascado.

Para descansar de su investigación, Salk decidió tomarse unas vacaciones en Italia. Fue allí, mientras disfrutaba de días de retiro en el Monasterio de San Francisco de Asís, cuando la idea definitiva llegó a su mente. Lejos de su oscuro laboratorio, había dado por fin con la solución para crear la vacuna contra la polio.

Espacio y mente

Cuando regresó a Estados Unidos, Salk confirmó lo que ya esperaba: su idea era correcta. Seguro de su eficacia, llegó incluso a inocular a personas no contagiadas, a sus colegas de laboratorio, a él mismo, a su mujer y sus hijos. En 1954, se anunció que la vacuna era segura, y en 1956 estaba totalmente disponible para su uso en Estados Unidos. En solo dos años, los casos de polio se redujeron de 45 000 a 910. Salk decidió no patentar la vacuna, que empezó a inocularse en todo el mundo.

Además de la satisfacción de haber dado por fin con la solución a la polio, Jonas Salk trajo de Italia una importante conclusión: la arquitectura y el ambiente de la basílica habían sido fundamentales para ayudarle a ordenar sus ideas y pensar con claridad. “La espiritualidad de su arquitectura fue tan inspiradora que pude pensar con intuición e ir más allá. Bajo la influencia de ese lugar histórico, diseñé la investigación que, intuía, daría como resultado una vacuna contra la polio. Más adelante, regresé a mi laboratorio en Pittsburgh para validar mis conceptos y descubrí que eran correctos”, explicaría años después.

Convencido de que los edificios podían influir en el pensamiento y favorecer la aparición de otras grandes ideas en el futuro, el biólogo fundó junto al arquitecto Louis Kahn el Instituto Salk. Esta institución científica, ubicada en La Jolla (California) busca alentar la creatividad en un entorno colaborativo. La creación de este espacio, en el que la propia construcción se diseñó para fomentar la productividad, terminó asentando las bases de la neuroarquitectura.

El Instituto Salk, en La Jolla
El Instituto Salk, en La Jolla. Adam Bignell (Unsplash)

¿Qué pasa en nuestro cerebro?

Hoy en día, los avances en neurociencia nos permiten comprender cómo nuestro cerebro analiza el espacio que nos rodea. Existen innovaciones tecnológicas capaces de medir la actividad cerebral de las personas al tocar u observar diferentes materiales y construcciones, y soluciones de big data y machine learning capaces de ordenar grandes cantidades de datos.

Toda esta información puede ser usada por los arquitectos para crear espacios que mejoren el bienestar de las personas o que favorezcan determinados tipos de actividades. La iluminación, los colores, las formas arquitectónicas o incluso la altura de los techos influyen en la forma en que actúa nuestro cerebro.

La luz natural, por ejemplo, facilita la concentración y la relajación. Los colores más presentes en la naturaleza (como el verde, el azul o las tonalidades de la madera) nos relajan, reducen el nivel de estrés y aumentan la sensación de confort. Se considera también que las estancias con los techos más altos son más propicias para desarrollar actividades creativas o abstractas. Las que los tienen más bajos favorecen que prestemos más atención a detalles pequeños. Es por ello que los estudios de los artistas suelen tener los techos más altos, mientras que los quirófanos se ubican en estancias más recogidas.

Las estancias con mucha luz natural y materiales naturales Las estancias con mucha luz natural y materiales naturales favorecen la creatividad. Harprit Bola (Unsplash)

Viviendas, oficinas, hospitales o colegios. Hoy en día, cualquier edificio puede idearse y construirse siguiendo los principios de la neuroarquitectura, para favorecer que sus formas y sus materiales contribuyan a mejorar el bienestar de sus ocupantes y, como deseaba Salk, aumentar su potencial.

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