Nubes sobre la selva
Agua

La autopista más importante de América flota en el aire: así funciona el río de nubes del Amazonas

26 de septiembre de 2023

En lo más profundo del Amazonas, la noche empieza a sentirse mucho antes de que se ponga el sol. El dosel forestal impide que los últimos rayos de luz toquen el suelo y, con los primeros minutos de oscuridad, mucha de la vida que permanecía silenciosa durante el día retoma su actividad.

Insectos, arañas, anfibios, mamíferos y hasta aves como los búhos chillones comienzan una serenata que, en algunos puntos todavía vírgenes, no se ve amortiguada por el ruido de ningún motor. Y, sin embargo, toda esta vida depende de lo que podríamos considerar una gran autopista. Una autopista que no transporta vehículos, sino nubes, agua y humedad.

Esta gran carretera – conocida como el río volador – regula el clima de todo el continente y el del resto del planeta. Al igual que muchas otras vías que sí van por el suelo, es fundamental para llevar agua a los diferentes ecosistemas, ciudades y pueblos que dan forma a América Latina.

Un viaje por el aire

Si la dibujásemos en un mapa, la gran autopista transportadora de agua del Amazonas comenzaría en la costa del océano Atlántico e iría a parar al interior de Sudamérica. Allí, se convertiría en glaciares, nevados y otras fuentes de agua que alimentan los ríos que a su vez se desparraman por el continente. Pero empecemos por el principio: ¿quiénes son los protagonistas de este viaje?

Los árboles del Amazonas, sobre todo los más antiguos, hunden sus raíces en la tierra y absorben la humedad del suelo. La transpiración de sus hojas hace que envíen esta humedad hacia el cielo, en donde se junta con la que se evapora del océano Atlántico. Gracias al funcionamiento de los árboles, toda esta masa de agua comienza su periplo a través de un ciclo de precipitaciones y evaporaciones que la va trasladando hacia el interior.

Árboles y vegetación en la selva
Árboles y vegetación en la selva. Mark S (Unsplash)

La selva tropical del Amazonas, en sus más de 6,7 millones de kilómetros cuadrados, es el hogar de unos 390 000 millones de árboles. Se calcula que cada uno de ellos tiene la capacidad de enviar a la atmósfera unos 1000 litros de agua cada día. Esto, unido a la influencia de los vientos que soplan desde el océano, hace que el río volador (o la autopista más importante de América) pueda llegar a transportar más agua que el propio río Amazonas.

Al chocar contra la cordillera de los Andes, que recorre el oeste de Sudamérica desde Tierra de Fuego hasta Venezuela, esta gran masa de humedad va a parar al suelo y alimenta buena parte de los ríos que recorren Sudamérica. Sin embargo, a pesar de su importancia, esta autopista de nubes corre el riesgo de perder su fuerza: la deforestación, y sobre todo la pérdida de los árboles más grandes y longevos, ponen en serio peligro la capacidad de la selva de seguir sustentando este ciclo.

Una embarcación navega por el río hacia Puerto Nariño, Colombia
Una embarcación navega por el río hacia Puerto Nariño, Colombia. Alev Takil (Unsplash)

El gran aire acondicionado del planeta

Los bosques y, en concreto, la Amazonía, son considerados el pulmón del planeta. Sin embargo, esta comparación no es del todo acertada. Nuestros pulmones nos permiten inspirar oxígeno (O) y liberar dióxido de carbono (CO2), mientras que los árboles hacen justo lo contrario. Por ello, cada vez más personas señalan que deberíamos considerarlos el corazón o incluso el cerebro del planeta. Ecosistemas que, gracias a todos los servicios que prestan, favorecen el equilibrio de la naturaleza y hacen posible la vida.

Dosel de la selva peruana visto desde el cielo
Dosel de la selva peruana visto desde el cielo. David Geere (Unsplash).

Y es que capturar CO2, generar oxígeno y mover grandes cantidades de aire a través del cielo no son las únicas aportaciones climáticas de ecosistemas como el Amazonas. Los bosques tropicales tienen otro papel crucial: enfriar la superficie de la tierra. Como si formasen un gran sistema de aparatos de aire acondicionado, tienen la capacidad de rebajar hasta medio grado la temperatura global, lo que nos protege de los peores efectos del cambio climático.

De acuerdo con un estudio publicado recientemente en Nature, dos tercios de esta capacidad están ligados a su habilidad para absorber CO2 del aire y almacenarlo (y evitar, así, que este gas de efecto invernadero siga calentando la atmósfera y acelerando el cambio climático). El tercio restante deriva de otro poder: el de crear nubes, humedecer el aire y liberar químicos con capacidad para enfriarlo.

Todo esto está ligado a efectos biofísicos de los bosques, que dependen de las condiciones de la madera, las hojas y la densidad de los árboles. Las cualidades físicas de los árboles (las mismas que favorecen el funcionamiento del río de lluvia) les permiten alejar el calor y la humedad de la superficie, enfriando el área localmente e influyendo en la formación de nubes y precipitaciones.

Aves sobrevolando las nubes.
Aves sobrevolando las nubes. Kenrick Mills (Unsplash)

Sin embargo, todo este equilibrio se enfrenta a amenazas como la deforestación. Más allá de cifras y de datos, la pérdida de masa forestal en las selvas tropicales nos habla de la pérdida de la capacidad de la naturaleza para seguir regulando las precipitaciones o manteniendo nuestro mundo a una temperatura adecuada.

Pero a esto también se le puede dar la vuelta. Y pensar que cualquier esfuerzo para frenar la deforestación y proteger las selvas es un paso para frenar el cambio climático y mantener la estabilidad de nuestro planeta.

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