El sistema de riego que se remonta a las huertas precolombinas y que hace de Mendoza una ciudad oasis
15 de octubre de 2024
En la ciudad de Mendoza, situada al oeste de Argentina y a los pies de la inmensa cordillera de los Andes, las lluvias son escasas. Allí las precipitaciones caen menos de 60 días al año, y sobre todo en verano, cuando el calor favorece las tormentas. Sin embargo, esta urbe rodeada de desierto cuenta con una gran cantidad de árboles y espacios verdes que le han dado el sobrenombre de ciudad oasis.
Detrás de toda la vegetación de Mendoza hay políticas urbanas, pero también un sistema de regadío que bebe todavía de las acequias que usaban los huarpes – y probablemente los incas – antes de la llegada de los primeros colonizadores españoles.
La historia de un oasis con forma de ciudad
Este 2024, Mendoza resultó finalista del premio Ciudades Verdes de la FAO, un galardón que se otorga a las urbes que crean y mantienen espacios verdes con los que mejorar su resiliencia ante el cambio climático, su cohesión social y su estabilidad económica. En este caso, la FAO destacó la innovación en la gobernanza de Mendoza, que cuenta con una plataforma digital y con la participación de sus vecinos para implementar proyectos y políticas de gestión forestal urbana.
El innovador sistema de gobernanza con el que Mendoza aborda sus desafíos ambientales y sociales está muy ligado al interés de los propios ciudadanos por preservar unos espacios verdes que son parte fundamental de la historia y la personalidad de la localidad.
Cuando los colonizadores españoles llegaron a esta región de Argentina, aprovecharon los sistemas de riego que el pueblo nativo huarpe había desarrollado para su uso diario y para regar sus cosechas. Este método estaba basado en una compleja red de canales y acequias que repartían el agua por el territorio aprovechando su desnivel.
No existen registros escritos, pero la historia hablada cuenta que los incas ayudaron a los huarpes a perfeccionar este sistema hídrico. De acuerdo con esta teoría, lo incas adaptaron su perfeccionado sistema de agricultura sobre terrazas a la topografía y la orografía de lo que hoy es Mendoza.
Carretera en la provincia de Mendoza, en el terreno árido que se extiende más allá de la ciudad. Gustavo Zambelli (Unsplash)
Los españoles que fundaron Mendoza en la década de 1560 le dieron la forma de tantas otras ciudades coloniales, que tenían como principal objetivo defenderse y favorecer el avance para conquistar nuevos territorios. Organizaron la ciudad a partir de un gran espacio central, la plaza de armas, en donde había espacio suficiente para que el ejército realizase sus maniobras, se levantasen los edificios públicos y se celebrase el mercado.
Plano fundacional de la ciudad que hoy es Mendoza, de 1562. Wikimedia Commons.
Estos habitantes mantuvieron el sistema de acequias para poder disponer de agua en un clima árido y en un enclave rodeado de desierto. Los canales atravesaban las nuevas calles, avanzando en el sentido de la pendiente del terreno, y abastecían del agua necesaria para el consumo humano y para regar los huertos.
Los árboles de Mendoza tras el terremoto
Con el paso de las décadas y de los siglos, los árboles que crecían junto a estos sistemas de riego pasaron a dar forma y personalidad a los espacios públicos de Mendoza. Los cronistas y los viajeros que recorrieron esta ciudad argentina dejaron constancia de cómo la vegetación era protagonista tanto en las calles como en las propiedades privadas, en donde crecían plantas y árboles frutales.
En 1861, un gran terremoto obligó a reestructurar Mendoza. Se apostó por un sistema muy ordenado con forma de cuadrícula y calles anchas en las que se realizaron numerosos proyectos de canalización. A partir de ese momento, en la segunda mitad del siglo XIX, los espacios verdes y las acequias (así como la estética y la salud pública) empezaron a integrarse en la planificación urbana.
El paisaje de Mendoza fue transformándose gracias a los sistemas de riego heredados de los huarpes, y la idea de mantener una ciudad oasis llena de vegetación exótica en un paisaje natural con características semidesérticas fue ganando cada vez más fuerza.
Una acequia destinada a regar los árboles en la actualidad. Pablo BD (Flickr)
El sistema de acequias tuvo la doble función de proveer de agua potable y de riego hasta finales del siglo XIX, cuando la instalación de cañerías modernas independizó ambos usos. Hoy, las acequias (que con el paso de los siglos han sido sometidas a diferentes remodelaciones) presentes en las calles de Mendoza son la base de un modelo hídrico muy particular y de un patrimonio cultural e histórico que la ciudad busca preservar.
El futuro de un sistema centenario
En 2001, el área metropolitana de Mendoza sumaba más de un árbol por cada habitante. La presencia de espacios verdes y el sistema de canales y acequias que los riegan generan numerosos beneficios para la ciudad y sus habitantes: mitigan el efecto isla de calor (el cual hace que las urbes se calienten mucho por las noches, cuando materiales como el asfalto sueltan todo el calor acumulado durante el día), aumentan la hidratación del aire y reducen las temperaturas, lo que conlleva un importante ahorro energía durante los meses más calientes del año.
Canal en Mendoza. ActiveSteve (Wikimedia Commons)
Además, la presencia de espacios verdes contribuye a la estética urbana, aumenta la cohesión social y mejora considerablemente la salud tanto física como mental de los ciudadanos. Hoy, entre los retos de Mendoza está conseguir que todo el sistema que se ha mantenido y perfeccionado durante siglos y que ha convertido la ciudad en un oasis pueda hacer frente a la escasez de los recursos provocada por el cambio climático.
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