La ciudad rompe con las reglas del pasado: los edificios verdes se integran con la naturaleza
12 de marzo de 2016
Según la OMS, para cada habitante son necesarios entre 10 y 15 m2 de área verde, que debe distribuirse «en relación a la densidad de la edificación» y, por lo tanto, en relación a la densidad de personas que habitan un área determinada. Eso significa que cada edificio bajo de cuatro pisos y dos puertas para cada piso debería tener a su alrededor una zona ajardinada de más de 22 metros de largo por cada lado, y que los rascacielos y torres de viviendas tendrían que estar rodeados de bosques.
Por supuesto, esto no significa que debamos tener la zona verde junto a nuestro portal, pero la OMS sí que establece que mejor cuanto más cerca. Este tipo de informes, tanto de la OMS como de otros estudios independientes y de gobiernos, han dado lugar a una cultura de integración entre las zonas verdes, la salud y la arquitectura, que en los últimos años han impulsado el futuro de la edificación: la arquitectura autosostenible.
La arquitectura orgánica
La arquitectura, en especial con la entrada del nuevo milenio, ha traspasado la limitación puramente constructiva y, en círculos progresistas, se entiende como un servicio a la ciudadanía, además de para la integración de esta en la naturaleza. Es así como surge la arquitectura orgánica.
También llamada «organicismo», dio sus primeros pasos en la Norteamérica de 1940 de la mano de F.L.Wright. La idea bajo la cual se extiende esta mentalidad es la de unificar la vida de las personas con un ambiente natural, perdido durante la gran expansión de 1850 de las capitales. Con esta nueva visión sobre lo que debería ser construir, las ciudades empezaron a llenarse de verde y espacios abiertos. Esto no solo incluye las áreas de circulación (calles y plazas), sino también los edificios y sus áreas internas.
Jardines verticales
Un modo muy efectivo de originar más área verde es la creación de parques y zonas ajardinadas. Pero, cuando un gran porcentaje del suelo ha sido edificado y hay gente viviendo en él, ¿de dónde puede sacarse más espacio?
Por suerte para la naturaleza (y para nosotros) gran parte de las plantas de pequeño tamaño, entre las que podemos incluir el musgo, las enredaderas o pequeños arbustos, tienen facilidad por crecer en paredes y grandes pendientes.
Nació así un nuevo concepto, llamado «jardín vertical», que permite combinar áreas asfaltadas –imprescindibles para la movilidad- y las áreas verdes en un mismo espacio. Estos jardines presentan una serie de ventajas que las paredes de ladrillo no consiguen. Para empezar, actúan como filtros de aire, o pulmones verdes, atrapando 130 gramos de polvo por año por cada metro cuadrado, y liberando en esa área el oxígeno que una persona requiere durante todo ese tiempo.
No solo presentan beneficios para la salud, sino también para el bolsillo. Un edificio con jardines verticales en sus fachadas podrá reducir hasta 5 grados la temperatura interior de un edificio, y mantener esa misma cantidad en invierno, con el coste asociado en climatización.
Jardines dentro de los edificios
Los jardines verticales son un ejemplo idóneo para edificios ya construidos en áreas de gran densidad arquitectónica, pero muchos diseñadores están incluyendo la «naturalización» de las estructuras de construcción.
Destinar una serie de plantas y espacios interiores de un nuevo edificio para jardines y zonas arboladas está convirtiéndose en tendencia para muchos arquitectos, quienes diseñan los espacios verdes directamente integrados dentro del edificio. En la fotografía, se puede ver la conversión de una antigua estación (Atocha, Madrid) en un jardín tropical.
Este tipo de ideas no solo son aplicables a enormes edificios y grandes superficies, sino que son adaptables (a escala) a edificios de viviendas. Cada vez es más frecuente ver casas con los llamados « atios interiores», espacios cuyo nombre contradictorio tratan de dar amplitud y un mayor confort a un espacio cerrado.
Edificios que aprovechan la ventilación natural, la arquitectura bioclimática
Todos somos conscientes de la importancia de encontrarnos en una situación de confort térmico: con aire ni demasiado caliente, ni demasiado frío. No obstante, el coste de climatizar un edificio es enorme, y su dificultad, alta. Tanto, que existen una infinidad de empresas especializadas únicamente en hacer más asequible la optimización de las máquinas enfriadoras y calderas para que las personas estén cómodas dentro de un edificio. Cuando se diseña un inmueble desde cero, es posible prever cómo se comportará el aire dentro de la estructura, y se aprovechan estos conocimientos para ahorrar en el futuro de su climatización. Eso, unido al uso de materiales que disminuyan el impacto medioambiental, es la arquitectura bioclimática.
Así, muchos edificios modernos tienen en cuenta las zonas que más se calientan, las que más aire fresco tienen, y desarrollan conductos naturales para el intercambio de estas atmósferas, evitando un gasto desmedido de electricidad.
Estos conceptos no son nuevos. Ya desde la antigüedad se sabe que un patio interior en sombra y con agua en las casas permite que toda la vivienda se refrigere en verano, o que las viviendas juntas y pintadas de blanco ayudan a evacuar el calor de las ciudades. Pero es ahora, cuando las grandes ciudades han empezado a suponer una amenaza a nuestra desvinculación con la naturaleza, cuando estos proyectos se hacen necesarios.
Edificios que generan su propia electricidad
Pero la arquitectura moderna no se queda aquí. No contentos con minimizar el consumo dentro de los edificios, de hacerlos confortables y de tratar de aumentar la calidad de vida y la salud de las personas de alrededor, los diseñadores han empezado a diseñar edificios que generan energía.
A lo largo de este artículo se ha ido viendo la importancia entre la vegetación y los espacios, y este es el concepto que impulsa algunos proyectos de renombre internacional. Un ejemplo de ello son el Beddington Zero Energy Development (desarrollo Beddinfton de energía cero). El edificio «energía cero» es un concepto moderno de arquitectura en el que el edificio genera la suficiente energía como para abastecerse a sí mismo.
Otro lo constituye el edificio de Hamburgo, Alemania, que genera energía no mediante panelado solar (como el Beddingfton), sino con un bioreactor. A través de una serie de depósitos llenos de algas que recubren la fachada, el bioreactor genera energía suficiente como para cubrir el gasto en calefacción.
Tanto la energía de paneles solares como la del bioreactor recolectan la energía limpia de la que nos provee el Sol, una idea que copiamos de las plantas. Pero la arquitectura moderna tiene algunos ases más en la manga, como los edificios que generan energía gracias a la fuerza del viento.
En Estocolmo está la torre Söder, un edificio actualmente catalogable como poco más que «alto». Pero esta ventaja puede ser la que lo haga sostenible gracias a la acción del viento. Una propuesta de 2013 para el edificio sostenía que gran parte de su consumo podría cubrirse con recolectores eólicos similares a hojas de un árbol.
Estamos a comienzos de un milenio maravilloso, en el que sin duda la naturaleza y la edificación acabarán convergiendo en ciudades limpias y sanas, con una polución casi nula y que no supongan un impedimento al medio ambiente.
1 comentario
Marcos Martínez
22 de julio de 2016
Muy buenas, Alma, te he visto comentar en varios de mis relatos, y te lo agradezco mucho. El del puente y la cometa fue muy divertido de abordar, me alegra que te gustase. Pronto podrás leer más artículos con curiosidades por mi parte, ya que estoy trabajando en nuevos artículos para el blog. Seguro que si te suscribes a la newsletter (abajo del todo del blog podrás hacerlo) te llegan al mail ;) Un abrazo