Billones de personas hacinadas en ciudades que abarcan de horizonte a horizonte y con nubes de polución cuyas sombras cubren países enteros. Así es como la ciencia ficción catastrofista pintaba hace años el aumento de la población y las ciudades del futuro. Megalópolis sin principio ni final tendidas sobre la naturaleza (y a expensas de esta).
Por fortuna para nosotros y para el resto del planeta, aquí la ciencia ficción se equivocaba de manera estrepitosa. La población sigue en aumento, y pese a ser muchas bocas que alimentar, hemos descubierto métodos para plantar grandes extensiones de cultivos incluso dentro de los edificios. ¿Quieres saber cómo? Sigue leyendo.
El problema al que se enfrenta el suelo fértil
Algo que interiorizamos de pequeños (aunque sea porque hemos cultivado lentejas en un frasco de cristal usando un algodón) es que los cultivos usan suelo fértil para crecer. Y que sin este nos vemos obligados a usar complicados métodos de riego y administración de nutrientes.
Es lo que ocurre con la aeroponía, donde los nutrientes nebulizados llegan a las raíces de la plantas. Es un medio ingenioso de hacer crecer determinados cultivos (la lechuga verde, por ejemplo) en lugares donde resultaría imposible hacerlo. Como puede ser el norte de Alaska o en el espacio. Casos extremos y puntuales.
Pero el grueso de los cultivos humanos dependen del suelo. Y de que este sea fértil y esté sano. Algo que poco a poco estamos haciendo imposible. Principalmente por el uso intensificado de los monocultivos y bajo la mentalidad de rendimiento agrónomo. Es decir, obtener cuanta más materia que consumir mejor.
Además, el modelo agrónomo moderno está orientado a la producción de proteína animal. Es decir, convertir el 50% del grano mundial en carne. Por poner un ejemplo, los 1.500 millones de cabezas de ganado vacuno que existían en 2010 necesitaban comer 61.235 millones de kg de alimento diarios. Datos de la FAO.
Grandes parcelas actuales del mundo (se estima que cerca del 70% de la superficie cultivable) usan técnicas de cultivo intensivo que solo persiguen maximizar la producción para poder producir más grano. Estos sistemas terminan por agotar el suelo, dejándolo inservible y dando lugar a la desertificación.
A medida que vamos convirtiendo el suelo fértil en suelo no fértil, nos vemos obligados a deforestar para buscar suelo fértil. Un proceso insostenible que está destruyendo los bosques y selvas del planeta. Además de provocar desigualdades sociales locales que generan enormes movimientos de personas que huyen del campo tradicional a las ciudades.
Ciudades sin espacio y alimentos que viajan por el mundo
Esta migración acelerada del campo a la ciudad (además de un persistente aumento poblacional) está sobrepoblando nuestras ya abarrotadas ciudades. Esto fuerza a las líneas de abastecimiento de comida a venir cada vez de más lejos para satisfacer una demanda muy localizada.
El límite a las ciudades
Por fortuna, las leyes y decretos escritos a finales del milenio pasado están evitando ahora que las ciudades se extiendan por toda la geografía. Primando primero la no invasión de Espacios Naturales Protegidos, doblando el tamaño de estos, y delimitando finalmente el espacio constructivo perteneciente a un municipio.
En otras palabras: hemos cercado las ciudades con barreras normativas para evitar que estas se conviertan en un fenómeno de tipo favela, muy costoso tanto a nivel medioambiental como en gestión de cualquier tipo. Canalizaciones, gestión de residuos, educación… Todo resulta más complejo y costoso a largo plazo en un urbanismo de este tipo.
La solución al crecimiento recae ahora en la imaginación de los gestores urbanos y arquitectos, que deben primar la construcción hacia arriba frente a la clásica expansión hacia los lados. Los rascacielos, que durante el siglo pasado nos asombraron con su cristal de oficina, serán reconvertidos en los domicilios del futuro.
Cultivo urbano, porque, ¿para qué transportar ríos en camiones?
A nadie se le ocurriría la idea de llevar el agua de un río al completo en camiones a otra parte del mundo. Es más fácil tomar el agua de donde se vive, o vivir cerca de los cauces. El propio nombre Iberia significa la tierra de los habitantes del río, ya que España y Portugal son países de clima más bien árido cuyas ciudades crecieron pegadas a los cauces.
Sin embargo, transportar ríos en camiones es a lo que parece dedicarse la humanidad desde que empezamos a sobrepoblar las ciudades de interior. Cuando una fruta o verdura cultivada en una ciudad se consume en otra se producen en el transporte tres costes relevantes:
- económico, muy fácil de ver, que encarece el producto;
- de polución, y del que cada vez somos más conscientes;
- de desplazamiento de agua.
Porque la fruta y las verduras son, en esencia, agua. Y lo que estamos haciendo es mover cantidades ingentes de ella usando para ello camiones (quemando combustibles fósiles en el proceso).
De nuevo por fortuna, en cuestión de unos pocos años, los cultivos urbanos han irrumpido en nuestras ciudades. Debido a su moderado tamaño han obtenido la denominación popular de huertos urbanos, y están ayudando a curar la contaminación en las ciudades desde dentro.
Todo cultivo urbano ayuda a reducir los niveles de CO2 de la ciudad, sea comestible o no. Pero si a un factor beneficioso le sumamos otro —como es el evitar el desplazamiento de miles de toneladas diarias de camiones por toda la geografía nacional— empiezan a aparecer sinergias interesantes.
El problema que surge de tratar de plantar en la ciudad es que no en todas las ciudades del mundo —especialmente si siguen aumentando su población— parece haber lugar para este tipo de soluciones. Conclusión a la que llegó Dickson Despommier en 1999, quien calculó que los tejados de Nueva York servirían para alimentar a tan solo el 2% de la población de la ciudad.
Tras esto se preguntó: «¿Por qué no cogemos la idea del cultivo en tejados y la colocamos dentro del edificio [y en todas y cada una de sus plantas]?».
El cultivo vertical en las ciudades
Este es el pensamiento tras el cultivo vertical, o plantar en el interior de edificios dentro de nuestras ciudades. Casi futurista, lo cierto es que la idea original de stockar o apilar cultivos viene la Babilonia antigua. Aunque probablemente tengamos más presentes los casos de las chinampas americanas.
La diferencia es que ahora disponemos de tecnología para poder cultivar determinadas plantas comestibles en el interior de edificios, con algunas ideas que merece la pena resaltar:
Una de ellas es que, a diferencia de los cultivos intensivos que maximizan producción, se busca acercar la producción y el consumo. Si una gran parte de la población vive en ciudades, quizá no sea tan verde cultivar comida ecológica a 400 km, y merezca la pena plantearnos qué tipo de comida podemos cultivar cerca de las personas.
Otra idea clave es la de no producir todo en este tipo de cultivos. Robert Colangelo, CEO de Green Sense Farms tiene claro que «solo parte del futuro de la alimentación pertenecerá a los cultivos verticales», ya que hay alimentos que no tiene sentido cultivar en interior.
Por ejemplo, no tiene sentido cultivar algo en el interior de un edificio si el impacto global es mayor que el impacto de un cultivo tradicional más su desplazamiento y distribución. Y aquí entran valores que van más allá de la huella de CO2 o hídrica. Biodiversidad, alteración del suelo, erosión, deforestación… e incluso la preservación sociocultural de los pueblos, las tradiciones o el conocimiento, son impactos a valorar.
La falta de espacio es una tercera idea que sustenta el cultivo vertical. Es el caso de lugares como Japón, con una densidad de población tan elevada que se ve obligada a una importación masiva de alimentos. Los países desérticos pueden beneficiarse de este tipo de cultivos, ya que evitan la evaporación del agua.
Ni mucho menos es un sistema perfecto. Por ejemplo, tiene que cultivarse en una atmósfera cerrada por varios motivos:
- Da una alta producción usando muy pocos recursos de bajo impacto (como el compost), pero requiere de una temperatura y humedad controladas.
- Frente a la ventaja de no necesitar pesticidas está el hecho de que tampoco tiene defensas naturales contra las plagas, por lo que el cultivo ha de ser cerrado.
- El acercar la producción al interior de las ciudades modernas hace que debamos proteger estos alimentos de la alta polución atmosférica.
Como resumen, hay que tener presente que este tipo de cultivos tiene sus limitaciones. Aunque extremadamente eficientes y de bajo impacto para muy pocos productos, no puede usarse en la mayoría de las verduras y hortalizas si estamos preocupados por el medio ambiente. No son la panacea ni pueden aplicarse como norma.
Pero sí pueden usarse en determinadas aplicaciones dentro de los núcleos urbanos para evitar otro tipo de impactos. Por ejemplo, en el interior de restaurantes km 0, que cultivan parte de su producción de verduras en local; o consumo propio.
Todavía no hay comentarios