La visita al estadio Santiago Bernabéu, cuya construcción en su forma original data de 1947, es una de las principales atracciones turísticas de Madrid. En mi vida es mucho más, forma parte de esa memoria sentimental relacionada con momentos inolvidables. Yo nací blanco. En mi casa todos éramos madridistas. Mi tío Pocholo, incluso, lució su camiseta, al igual que el entorchado nacional.
Por tanto, he tenido la oportunidad de ver parte de la evolución del estadio que nació diez años antes que yo. Ahora se reforma el Bernabéu, que no adquirió su nombre hasta 1955. Para mí se trata de un estadio perfecto, repleto de historia y noches imborrables. Una obra de arquitectura en mejora continua.
Llevo décadas agazapado en sus gradas, y aún me emociono en los prolegómenos de los partidos. En especial con esas noches europeas que jalonan la historia del Real Madrid. Me encantan sus gradas que cuelgan sobre el campo, situando a los espectadores tan cerca de los jugadores; lo que facilita no solo la visión sino la comunión con el juego.
El fútbol, de pie
La primera vez que fui al Bernabéu tenía 11 años recién cumplidos. Mi padre ya había fallecido, por lo que mi vecino Aurelio —que era como mi tío—, me llevó a mi primer partido histórico. La legendaria Las Palmas de Tonono, Germán y Guedes jugaba en Madrid para ganar La Liga. El estadio estaba a rebosar. Aurelio encontró un hueco en unas escaleras para que pudiera ver el partido sin que me arrollaran. Lo viví como un sueño. Mi Madrid les endosó un 2-1. y se volvieron al archipiélago alicaídos.
Yo era un buen estudiante y, cuando cumplí 14 años, mi madre me hizo socio del Real Madrid. No pudo hacerme un mejor regalo. Desde entonces me volví asiduo de los domingos con mis amigos del barrio, y en particular con un compañero del colegio, el ahora doctor Segovia. Recuerdo que en aquella época disfrutábamos los partidos de pie.
Los tornos de la puerta
Recuerdo los tornos de la entrada, flanqueados por los porteros, al igual que mi temor a las avalanchas. A veces nos situábamos en el fondo sur, a veces en el legendario “gallinero” del cuarto anfiteatro (arriba, entre las dos torres) construido en 1954. Llegábamos con tiempo para encontrar un buen sitio, pero nada garantizaba que un adulto alto se colocase delante y tuviésemos que hacer funambulismo para ver el partido.
En otras ocasiones íbamos seis o siete chicos y, con dos carnets de socio, nos las apañábamos para pasar todos. Eran otros tiempos y los ahora férreos controles de seguridad, por aquel entonces solo eran manuales. Mi récord fue pasar a ocho amigos. Fui detectado con el octavo. Un vigilante se me acercó, me agarró del brazo, me quitó el carné y me expulsaron del campo. Me pusieron una multa, pero pude recuperar el carné. Eran cosas de chavales.
A vista de pájaro
He tenido la oportunidad de acudir a miles de partidos en el Bernabéu, pero en mi mente se encuentra la vez que “invité” a mi amigo del barrio Millán Salcedo (Martes y Trece). También muy blanco, era la primera vez que iba al fútbol, y se emocionó al ver a Viberti, Guerini y Vilanova, las estrellas del Málaga de entonces.
También vienen a mi memoria aquellos eléctricos Madrid-Atleti vistos desde la azotea del cuarto anfiteatro, con Benito e Iselín Santos Ovejero. Desde arriba, los veíamos como figuritas lejanas cuyos movimientos cortaban la respiración.
En aquellos años, no había marcador electrónico. Un operario cambiaba los carteles del tanteador manualmente. No había gradas cubiertas, ni calefacción. Si llovía, te mojabas. Si hacía frío, te quedabas helado. Pero el fútbol podía con todo.
El Santiago Bernabéu, que nació como Nuevo Chamartín, nunca ha dejado de mejorar su infraestructura. Yo lo conocí ya como Santiago Bernabéu, pero antes había en una parcela cercana otro estadio, el Chamartín. Arriba puede verse la construcción del estadio que yo conocí (con muchas mejoras y otras por venir) mientras parece comerse a su antecesor. Aquella construcción fue todo un reto logístico.
El Ajax, eran como los Beatles
Otro de mis mayores recuerdos fue aquella eliminatoria Real Madrid-Ajax. Yo tendría unos 16 años y el Ajax era imbatible. El Madrid había perdido, dejándose la piel por un 2-1 en Ámsterdam. Acudí con dos o tres amigos del barrio con mucho tiempo de antelación. Accedimos al estadio nada más abrieron las puertas para ocupar el mejor sitio junto al túnel de vestuarios.
Cuando llevábamos una hora esperando, empezaron a desfilar los jugadores del Ajax. Apenas a unos metros de nosotros aparecieron Cruyff, Johnny Rep, Keitzer, Rudi Krol y demás. Era como ver a los Beatles y nosotros los teníamos al lado. Empatamos a 1, por lo que nos apearon de la competición.
También el emocionante Real Madrid-Hamburgo, con el legendario Kevin Keagan en sus filas, quien fue frenado en seco por el canterano Ángel Pérez García, quien después apenas jugó unos cuantos partidos. Ganamos 2-0, lo vi desde lo alto del estadio junto a Carlos García y el tristemente desaparecido Miguel Astasio.
El estado se moderniza, una y otra vez
A partir de los veintipocos años empecé a acudir con mi amigo Pedro Delgado. Para entonces el Bernabéu ya contaba con marcador electrónico de 1972 (arriba). Aquello fue toda una revolución, aunque hoy estemos acostumbrados a “ojo de halcón” y a un sistema de cámaras distribuidas por el estadio capaces de hacernos pensar que estamos ahí abajo con los dioses.
El estadio había sufrido la reforma del 1982 con ocasión del Mundial. Esto redujo la capacidad de 125.000 a 90.000 espectadores, pero ganaba muchas plazas con asiento. Disfrutamos de la maravillosa ‘Quinta del Buitre’, y el partido más memorable fue el 6-1 contra el Anderlecht.
En Bruselas habíamos perdido por 3-0. La remontada fue de las que hacen época, con tres goles de Emilio Butragueño. Detrás vinieron muchas noches: Borussia, Inter, etc. Los jugadores del equipo contrario pisaban el estadio y les entraba pánico ante su leyenda.
De padres a hijos
Nacieron mis hijos, les hice socios, y empezaron a venir al fútbol. La reforma y modernización de 1992, impulsada por el gran Ramón Mendoza, había tenido lugar. Pero yo seguía yendo a la grada de pie del fondo sur. Ellos se quedaban en la valla pegada al terreno de juego, donde se situaban los niños, por seguridad, para alejarles de las posibles avalanchas. Años más tarde, por los niños y porque mi situación económica me lo permitía, accedí a los abonos de asiento que he disfrutado hasta hoy.
La siguiente gran reforma tuvo lugar en el 2001, con Florentino Pérez de presidente, y otra más en 2011. El estadio quedó de dulce. Se amplió el número de asientos, se cubrió con voladizos, se construyeron las escaleras mecánicas para las torres de acceso y se instaló la calefacción bajo las gradas. Para mí, el mejor estadio del mundo para el mejor club de la historia. Pero lo mejor del Bernabéu está en el césped, y lo que queda por llegar.
No podría acabar estas palabras sin rendir un homenaje a esos futbolistas que me han hecho tan feliz. Di Stéfano, Puskas y Gento; Amancio, Pirri y Velázquez; Santillana, Stielike y Juanito; Butragueño, Sanchís y Michel; Zidane, Ronaldo y Figo; Casillas, Raúl y mi Guti; Ramos, Cristiano y Modric. Faltan tantos, muchos, demasiados. Pero el fútbol es un sentimiento, una emoción, un pálpito que experimento cada vez que entro al Bernabéu, se encienden las luces y el balón echa a rodar.
Fotografías | © Real Madrid, Archivo Museo Real Madrid
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