Las empresas, los gobiernos y la sociedad en su conjunto avanzamos hacia un objetivo común: reducir nuestro impacto sobre el medioambiente. Poco a poco, hemos aprendido la importancia de adquirir hábitos conscientes y responsables y respetar nuestro planeta.
El primer paso para cumplir con el Acuerdo de París de no superar los 1,5 grados centígrados a finales de siglo es reducir las emisiones de CO2 que se lanzan a la atmósfera. Y, para poder reducirlas, debemos medirlas. Solo si sabemos cuánto emitimos y cómo lo hacemos, podremos plantearnos retos y estrategias más sostenibles.
Emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI)
Cuantificar nuestra huella de carbono o emisiones GEI no es fácil, pero tampoco imposible. Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que las emisiones se miden en toneladas de CO2 equivalentes. ¿Qué significa ésto? Que estas toneladas incluyen también el equivalente a dióxido de carbono (CO2) de otros gases de efecto invernadero que emitimos a la atmósfera, como el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O).
A la hora de medir la huella de carbono, tenemos que seguir dos pasos principalmente: identificar nuestros consumos energéticos y aplicar unos factores de conversión que pasen éstos a toneladas de CO2 equivalentes.
Este proceso, con todos sus retos y dificultades, puede hacerse a nivel empresarial o de forma individual. El siguiente desafío será reducir los consumos energéticos y las emisiones asociadas para reducir la presión que ejercemos sobre el planeta y alinearnos con el objetivo universal de alcanzar la neutralidad al 2050.
Mediciones en el mundo empresarial
A la hora de calcular la huella de carbono de una compañía lo que hay que tener en cuenta es que no todas las emisiones tienen las mismas características. El Protocolo de Gases de Efecto Invernadero (GHG protocol, por sus siglas en inglés), la herramienta internacional más utilizada para el cálculo y reporte del inventario de emisiones, las clasifica en tres grandes grupos: Scope 1, Scope 2 y Scope 3.
- El primero engloba las emisiones directas de la compañía. Es decir, las que proceden del uso de combustibles fósiles por parte de vehículos o fuentes fijas (como las calderas). También se incluyen las emisiones difusas, que son el resultado de procesos anaeróbicos o de fermentación (como la generación de metano en los vertederos).
- El Scope 2, tiene en cuenta las emisiones asociadas a la generación de la electricidad comprada, que se producen en las instalaciones del productor, pero imputables a su actividad. Pueden llegar a ser cero cuando la electricidad procede de fuentes de origen renovable.
- El último es una especie de cajón de sastre en dónde confluyen las emisiones de terceros consecuencia de la actividad de la empresa. Incluye, entre otras, las emisiones asociadas a la cadena de suministro, a las inversiones e incluso al uso de los productos vendidos. Reducir el impacto de las actividades relacionadas con el Scope 3 es muy difícil, pero también muy importante. Al hacerlo, se promueve que otros agentes (como proveedores, inversores o clientes) adopten también medidas más sostenibles y reduzcan sus propias emisiones.
Una vez se tiene la clasificación clara, uno de los primeros retos a los que se enfrentan las empresas a la hora de calcular su huella de carbono es el de identificar la información que le hace falta para realizar el cálculo. Debe identificar, cómo mínimo, qué combustibles se consumen, en qué cantidad, en qué actividades y en qué soportes físicos o digitales reside toda la información para aplicar los factores de conversión y obtener las toneladas de CO2 equivalentes.
También en casa: ¿cómo medir mi propia huella de carbono?
Si deseamos medir nuestra propia huella de carbono, basta con imitar las acciones que toman las empresas, a menor escala. Y hacerlo a nivel personal.
El primer paso es identificar nuestro consumo de energía. El más relevante es el que hacemos para climatizar e iluminar nuestras viviendas y, a continuación, para desplazarnos (tanto en el día a día como por ocio).
El segundo, encontrar nuestros consumos energéticos. La forma más sencilla de hacerlo es recurrir a las facturas. ¿Cuánto estoy gastando en electricidad o combustibles para climatizar e iluminar mi vivienda? ¿Y para desplazarme en mi día a día?
El último punto consiste en aplicar factores de conversión. Puede parecer lo más complicado, pero en realidad es bastante sencillo: basta con consultar la información que ofrecen el GHG u organismos especializados de cada país (como la Oficina Española de Cambio Climático). Otra opción es utilizar calculadoras online, que dan información aproximada de nuestra huella de carbono de forma gratuita.
La vivienda y el transporte equivaldrían al Scope 1 y el Scope 2 que plantea el GHG protocol. En el Scope 3 podemos incluir las emisiones asociadas a todo lo que compramos, como ropa, comida o dispositivos tecnológicos. Calcular estas emisiones es difícil, pero reducirlas resulta sumamente importante. Al igual que sucede en el ámbito empresarial, al consumir de forma responsable fomentamos que otros agentes como productores o transportistas se decanten, también, por la sostenibilidad.
Decisiones con criterio
Las empresas deben tener sus estrategias climáticas integradas en la estrategia de la compañía. No sólo deben establecer retos ambiciosos de reducir sus emisiones sino cumplir con sus compromisos.
Tenemos en nuestras manos alinearnos con los objetivos internacionales y, además, hacer que nuestro entorno también lo haga, impulsando el cambio en nuestros clientes, usuarios y cadena de suministro. Solo cuando empresas, personas individuales e instituciones públicas colaboremos para reducir nuestras emisiones, podremos empezar a confiar en alcanzar los objetivos medioambientales fijados en el Acuerdo de París.
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