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Carreteras

Las carreteras más locas que nadie ha imaginado nunca están en los libros. ¿Dónde si no?

Celebramos el Día del Libro descubriéndote libros sobre carreteras locas, curiosas, increíbles. Solos en ellos, existen carreteras que van más allá de ser infraestructuras para la movilidad, son el inicio de realidades imposibles. 

21 de abril de 2017

Érase una vez (así empieza toda buena historia) una red de carreteras imposible. Caminos en mitad de un espacio intergaláctico que no necesitan carreteras, autopistas verticales, carreteras que no llevan a ninguna parte, e incluso calles de una ciudad sin casas (y con el doble de tuberías que habitantes).

Solo en la literatura pueden existir carreteras que, más allá de ayudar a la movilidad, tejen el mundo de una forma que (hoy) consideramos imposible. Estas son algunas –no, no todas– de las carreteras más locas que nadie ha imaginado nunca. Están en los libros porque… ¿dónde si no?

Los libros sobre carreteras que no debes perderte

Carreteras verticales

Como norma, los vehículos tienden a colocarse en horizontal sobre una carretera (también en horizontal) para avanzar. Los vehículos actuales no funcionan bien en carreteras verticales, y los vehículos en vertical… Digamos que ruedan mal sobre el firme. Pero, ¿y si las carreteras fuesen verticales y horizontales según se necesitase?

Ese es el planteamiento que Philip K. Dick mencionaba en su relato corto El informe de la minoría de 1956. Se imaginó, en una temática que hoy llamamos ciberpunk, una ciudad sin límites repleta de rampas para vehículos.

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Algo más tangible fue llevado a la gran pantalla con la película Minority Report, en la que se veían los vehículos autónomos en carriles electromagnéticos que surgían de los edificios.

Ciudades sin casas

Para ser formales, Las ciudades Invisibles (1972) de Italo Calvino no son tan invisibles como imaginarias y metafóricas. Existen ciudades continuas, ciudades sutiles y ciudades escondidas, pero también ciudades abstractas, semánticas y semióticas (de la comunicación).

Calvino dibujó con sus palabras ciudades en las que la urbe era todo carretera donde existían edificios cerrados «como cajas negras, en los que no se sabe qué hay dentro de ellas ni cómo funcionan». En ellas, las carreteras eran mucho más importantes que los lugares a los que llevaban.

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Pero también había en su libro ciudades sin carreteras, caminos, pasos de cebra o semáforos. Sin parques, sin casas y sin ningún sitio donde posarse. Una ciudad toda ella hecha de tuberías. Algunas ciudades crecían de manera concéntrica, mientras que otras solo existían en el plano (con su anverso y su reverso).

La carretera hiperespacial

El hiperespacio es algo muy útil para viajar, al menos para los escritores de ciencia ficción. El hiperespacio es esa carretera rápida (y de momento imaginaria) que conecta dos puntos cualquiera del espacio y por el que una nave espacial puede circular.

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En el libro Guía del Autoestopista Galáctico (1979), Douglas Adams puso al protagonista en un aprieto doble. Por un lado, su casa terrestre debía ser derribada para construir una autopista de circunvalación porque, según el autor, «las autopistas de circunvalación deben construirse». Por otro, el pobre Arthur Dent no tenía ni idea de que la propia Tierra debía ser derribada para construir una autopista hiperespacial galáctica de circunvalación. El hiperespacio será algo muy útil, pero también da sus problemas.

Normal que se inventase en el libro la energía de improbabilidad infinita, un «medio nuevo y fantástico para recorrer grandes distancias interestelares en segundos sin andarse a tontas y a locas por el hiperespacio». Claro, que «nunca sabes a dónde vas a ir a parar. Ni siquiera qué especie serás cuando llegues», por lo que, como recomienda el autor: si usas este medio para viajar, es importante que salgas bien vestido.

Una misma carretera en dos lugares del universo

Mucho más cómodo que viajar por el hiperespacio es cruzar el universo a través de un teleportal, como los que aparecen en las novelas Los Cantos de Hyperión (1989), de Dan Simmons. Algunos de estos teleportales son ventanas abiertas a otros mundos a los que uno puede, literalmente, cruzar de uno a otro.

Así, una carretera que sale de una ciudad podría tener un desvío a alguno de los planetas, digamos, de Trappist-1.

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Aunque en la portada del tercer volumen aparezca uno de estos teleportales en mitad de un río que cruza varios planetas, la misma idea se aplica en las carreteras. Al más puro estilo de la película Stargate, una civilización interplanetaria lo tendría bastante fácil para viajar de un lado a otro en segundos.

El mismo concepto de ventana a otro mundo abierta en el aire fue usado por el autor bajo el nombre de brana (de membrana) en sus libros Ilión (2003) y Olympo (2005), y por Philip Pullman en su multiverso La materia oscura (1995). Y es que es muy complicado llevar a los personajes de un lado a otro si uno tiene una red de mundos infinita por la que conducir el argumento.

Carreteras que no llevan a ninguna parte

Aunque es más conocida la película Nivel 13 que el libro Simulacron-3 (1964), ya en este aparece en el libro de Daniel Francis Galouye una escena en la que uno de los personajes conduce hasta el horizonte para encontrarse…

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Cartel de la película Nivel 13. Fuente: FilmAffinity.

Lo cierto es que no se encuentra nada. La carretera termina de manera inexplicable en el borde de la simulación que rige todo ese mundo. Todo, desde el suelo al cielo pasando por los pájaros, vive dentro de una enorme computadora que no ha tenido la molestia de simular más que unos pocos miles de kilómetros cuadrados.

De ahí que la carretera termine de un modo tan absurdo y sea imposible conducir más allá.

La carretera (interminable)

No podía faltar en un artículo sobre carreteras imposibles The road, una carretera improbable (por el mundo en el que existe). La carretera (2006), del escritor Cormac McCarthy, es quizá el primer libro sobre carreteras en el que uno suele pensar. Claro, que el título no da mucho margen de error.

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En esta novela, un padre y su hijo caminan en el fin del mundo hacia el fin del mundo usando una carretera para tratar de alcanzar el infinito, donde suponen que sigue existiendo el océano. Algo le ha pasado al planeta, que ya no es capaz de sustentar la vida como lo hacía. En mitad del continente americano, esta pequeña familia de dos pasa años caminando en busca de la costa, siempre a un horizonte más de distancia.

Los libros, especialmente aquellos con conceptos inventados, son esos a los que debemos prestar especial atención. La escritura sobre mundos imposibles hoy día, y su análisis, nos ayudan a elegir desde el presente en qué ciudades queremos vivir, y qué posibles futuros queremos evitar.

En contra de lo que se piensa, las carreras técnicas no están desligadas de la escritura. Podemos encontrar arquitectos e ingenieros que también fueron escritores, aunque no hablasen de carreteras imposibles.

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