Hace veinte años, el 19 de octubre de 1997, abría sus puertas al público el Museo Guggenheim de Bilbao con una exposición de 250 obras de arte contemporáneo. No es el único museo con este nombre, que acompaña a los museos de Nueva York (1937), Venecia (1980), y el futuro museo de Abu Dhabi.
Nos encontramos en el Bilbao de la década de los 90. Los ordenadores en las oficinas todavía tenían aquellas pantallas de enorme fondo, la conexión a Internet carraspeaba con un chirrido cada vez que se establecía la conexión con la línea telefónica, y los programas de diseño dejaban mucho que desear.
Y, sin embargo, se levantó un Guggenheim que se convirtió en el faro de la transformación de Bilbao. Un espacio que ha recibido una media superior al millón de visitantes anuales y «puso a Bilbao en el mapa», como se suele decir. Este edificio asombró al mundo en 1997, y sigue haciéndolo hoy día. ¿Sabes cómo se construye un Guggenheim?
El Guggenheim (de Bilbao), en cifras
Las cifras significativas siempre llaman la atención, y el Museo Guggenheim tiene algunas que son capaces de dejarnos de piedra. Empezando por abajo, por la falda que forma la cimentación del edificio, podemos contar más de mil apoyos entre pilotes (665), encepados (444) y micropilotes (181) sosteniendo el conjunto de edificios. Porque aunque este Guggenheim sea un único museo lo cierto es que conforma una maravillosa maraña entretejida de estancias que se intersectan en el mismo espacio.
Pueden parecer muchos apoyos, pero si contamos los 25.760 m3 de hormigón usado, o los 58.820 m3 de encofrado, tienen bastante sentido. Junto a los áridos tenemos una armadura de metal estimada en 3.256.395 kg más varias estructuras metálicas con una masa de 4.854.800 kg.
Son muchas toneladas a las que hay que sumar más de un kilómetro y medio de vigas de hormigón armado, un cierre metálico compuesto por 42.875 escamas de titanio en una superficie de 23.530 m2 , o una cubierta de piedra en exteriores que ocupa 14.505 m2.
Eso sin incluir instalaciones y maquinaria de climatización y movilidad, los acabados, o los 416 km de cables que recorren el edificio (que también pesarán lo suyo), así como los 46.360 m2 de pavimento interior, piedras y adoquines, entre otros. Son números cuya comprensión nos cuesta, al que añadimos uno más: 20, que son los años que cumple el museo.
Así fue la construcción del Museo Guggenheim Bilbao
Hemos de ponernos en situación: somos Frank Gehry (se lee Gueri) y sabemos qué forma ha de tener tanto por dentro como por fuera el futuro museo Guggenheim. La hemos diseñado usando materiales corrientes como madera y yeso, y tiene una serie de formas nada tradicionales que a todo el mundo le recuerdan al caos. ¿Caos, en un museo de arte?
La complejidad de las secciones de la edificación hacen imposible el cálculo manual para dimensionar las estructuras (las mismas que hacen que el edificio se mantenga en pie) y es necesaria una ayuda extra que viene del poder de cálculo de las máquinas.
La modelización 3D de una maqueta
Partiendo de las maquetas construidas a mano por Frank Gehry se transcribieron sus dimensiones a varios paquetes y soluciones del programa CATIA (Computer Aided Three-Dimensional Interactive Application). En aquel momento «un sistema informático […] que hasta entonces solo se había empleado para la industria aeronáutica francesa», como comenta Marta Arzak, Subdirectora de Educación e Interpretación en Museo Guggenheim Bilbao.
Aunque hoy en día este tipo de programas están muy implantados en las ingenierías y estudios de arquitectura (hoy tenemos BIM), supuso toda una revolución tecnológica y es a menudo mencionada como una novedad en la prensa del momento. Hoy día se usan programas como AutoCAD, SolidWorks o ANSYS dependiendo del tipo de proyecto.
Tanta era la novedad que en un inicio Gehry fue reacio a pasar por esta digitalización, pero le convenció la facilidad con la que podía usarse y los resultados obtenidos, y se volvió un enamorado de la tecnología a medida que avanzaba el proyecto.
Este programa usa el cálculo de elementos finitos y fue una de las primeras en popularizarse para edificación. En esencia, lo que hace es calcular punto por punto a qué tensiones se encuentra sometido el material, generando un modelo 3D sobre el que se muestran las diferentes tensiones (tracción, compresión, flexión, cortantes y torsión) y ayudando a calcular muchos de los elementos del museo: la estructura de acero, los revestimientos de titanio, el cartón-yeso o vidrio, entre otras. Así como el corte automatizado de materiales como la piedra.
Esta modelización incluye varios elementos que habitualmente no entran como factores en la edificación, pero que en un museo de amplias salas y altas bóvedas tienen una importancia crucial. Entre otros, el viento que es capaz de alcanzar el aire en el interior del edificio, o el modo en que se transmite el sonido para que este sea agradable.
Así es el esqueleto de un museo de arte
Una vez que tenemos calculado cómo ha de ser el meccano, toca montarlo. Los 664 pilotes mencionados previamente, que tienen 14 m de longitud de término medio, sostienen un entramado de estructuras de acero laminado que hacen las veces del esqueleto del museo.
Sobre este armazón se asienta el resto de la estructura, y llama la atención el que no hay dos piezas iguales o simétricas, sino que cada perfil fue cortado a su medida exacta.
A pesar de que la estructura da la impresión de cierta deformidad, lo cierto es que ha sido calculada de un modo exquisito, y no existen en todo el edificio dos nudos iguales. De ahí la importancia del trabajo de diseño y cálculo por ordenador.
Sin una herramienta como lo fue Catia en su día, los cálculos hubiesen llevado años no solo por su complejidad, sino porque han de ser seguros para anclar sobre ellos otras estructuras todavía más complejas por sus formas curvas, ubicación y peso. Totalmente normal que su edificación pasase a formar parte de la historia de la edificación.
Para responder a algunas de nuestras preguntas hemos podido contar con Juan Ramón Pérez, ahora Director de Edificación de Ferrovial y en su momento Responsable de Edificación del País Vasco, y Gerente de las obras del Museo Guggenheim durante la fase de construcción del Museo Guggenheim.
Entrevista a Juan Ramón Pérez, Gerente de la obra del Museo Guggenheim de Bilbao
La prensa dijo en su momento, imagino que leíste algo similar, que las maquetas hechas a mano de Frank Gehry «eran un proyecto bellísimo, pero inconstruible». Y, sin embargo, lo hicisteis. Levantasteis un tercer Guggenheim, y fue un éxito. ¿Qué fue lo más complicado?
El Museo Guggenheim de Bilbao es una obra adelantada 20 años a su tiempo. Incluso hoy, en su vigésimo aniversario, podríamos seguir diciendo que sigue 20 años adelantada.
En este momento el BIM (Building Information Modeling), está implantándose como metodología de trabajo para el futuro de la arquitectura e ingeniería. Consiste en canalizar toda la información de un proyecto en un modelo de información digital creado por todos sus agentes.
El Museo Guggenheim de Bilbao fue el primer proyecto de relevancia mundial diseñado y ejecutado en BIM con lo que en su propia esencia está la respuesta.
Fuimos pioneros e innovadores en nuestro sector, lo cual ya es brillante y complicado al mismo tiempo.
Las planchas rígidas de titanio que Gehry eligió para revestir el edificio a modo de escamas no parecen fáciles de instalar. ¿Cómo se consigue que planchas de metal tengan un aspecto orgánico?
El titanio fue elegido, después de un intenso estudio de materiales en el que se analizaron características de resistencia, físicas, químicas y económicas; resultando ganador por su magnífica resistencia a la corrosión, su duración, su solidez y su increíble rango de tonalidades dependiendo de la intensidad y reflexión de la luz, que hace que del amanecer al crepúsculo su color vaya cambiando con el día.
El espesor de las láminas, 0,38 mm, le da su aspecto acolchado, no plano, y cuando sopla un viento fuerte hace ondear su superficie.
Algo que suele olvidarse de este tipo de obras es el acceso al personal de construcción. ¿Supuso una particular odisea trabajar sobre un armazón aparentemente retorcido?
Fue una odisea y también un coste económico extraordinario.
Se utilizaron durante la obra todo tipo de plataformas elevadoras, telescópicas, grúas y cualquier otro mecanismo de elevación y sustentación, así como escaladores en según qué zonas y para qué trabajos.
En el interior, en determinados puntos del edificio, se utilizó un andamiaje que se tenía que adaptar a las formas de las distintas superficies y a su altura, casi 50 metros en los puntos más altos (Atrio).
Si la primera escultura del Museo es el propio edificio, quizás la segunda fuese la estructura de andamios que hubo que montar. La primera es permanente, la segunda fue perecedera.
Cada pieza era única, y en un meccano de piezas únicas es fácil confundir una con otra. ¿Cómo se lleva el control de miles de toneladas de metal para que no haya errores?
El Museo Guggenheim de Bilbao estaba proyectado en CATIA, un programa de diseño tridimensional por ordenador, desarrollado originalmente para la industria aeroespacial. Este programa define cualquier superficie como una ecuación, lo que significa que cualquier punto de la misma es perfectamente conocido.
Para la construcción de todas las piezas, ya sean de acero, de piedra, de titanio o de vidrio, se utilizaron máquinas de control numérico con programas enlace desde la información proporcionada por CATIA, una vez desarrollada la Ingeniería, en la que cada pieza sólo podía utilizarse para el sitio para el que estaba destinada, estando perfectamente definida por sus coordenadas, su espesor y su curvatura en cada caso.
Hablamos muy poco en edificación sobre la importancia de la impermeabilización. ¿Fue complejo aislar las superficies curvas?
La piel exterior consistía en una base de chapa galvanizada forrando la estructura secundaria (básicamente tubular), sobre la que iba la impermeabilización, terminando con los escamas de titanio.
La lámina impermeabilizante consistía en una membrana de polietileno de alta intensidad, flexible y autoadhesiva, de gran resistencia al desgarro, y autocicatrizante. De fácil puesta en obra y con un amplio margen de temperaturas ambiente para poder trabajar.
La dificultad consistía en el acceso, complicado según las zonas, y con la necesidad de utilizar maquinaria de elevación diversa como ya he comentado antes.
¿Alguna anécdota a compartir durante la construcción?
En las fechas posteriores a la finalización del proyecto y su inauguración, 20 años ahora, decíamos:
En el futuro muchas cosas se dirán y se escribirán sobre el Museo Guggenheim de Bilbao, nosotros simplemente diremos que lo construimos.
Es un orgullo para Ferrovial construcción y para todos los que participamos, poder seguir diciéndolo.
Preguntas obligadas por las fechas: ¿Cómo se ve ahora el edificio, dos décadas después? ¿Ha sabido adaptarse a las nuevas tecnologías? ¿Se le ve en buen estado de salud arquitectónica?
Dado que fue un edificio adelantado a su tiempo, y que sigue siéndolo, su salud arquitectónica es fantástica, y está completamente al día de todo aquello que puede ser apropiado para su operación y mantenimiento .
Basta decir que el titanio está garantizado por 100 años contra la contaminación de la ciudad.
El diseño orgánico del exterior, y la transición desde el esqueleto
El esqueleto o estructura primaria que hemos mencionado arriba tiene los componentes rectilíneos de los perfiles con los que fue ensamblada. Sin embargo, tanto las superficies exteriores como interiores son predominantemente curvadas, añadiendo dificultad al proyecto.
La estructura secundaria (a la que se la llama de curvatura horizontal), y una estructura terciaria (o de curvatura vertical, y el súmmum de la dificultad arquitectónica), se encargan de esta transición entre la línea recta oculta y la línea orgánica visible con la que los visitantes estamos familiarizados, tanto por dentro como por fuera del edificio.
Las instalaciones y maquinaria se encuentran detrás de esta complejidad, ya que las canalizaciones y pasos de cable, riego o sistemas de seguridad condicionan el diseño.
Sobre la estructura terciaria se sostiene un forro de chapa galvanizada que hace de soporte tanto a la impermeabilización (crucial en un museo por motivos obvios), el aislamiento térmico y la archiconocida capa de escamas de titanio. Este material visiblemente orgánico que simulan escamas o plumas fue elegido por Frank Gehry por su color, así como por el modo en que refleja la luz.
Dicho esto, no todo el edificio es curvado. Gran parte de las fachadas que se observan tanto desde la ría como desde el casco de la ciudad son rectos, y tienen un acabado en piedra caliza que resalta las formas metálicas que asoman entre ellos.
El Museo Guggenheim de Bilbao se ha convertido en un exponente del arte moderno, tanto como museo capaz de albergarlo como pieza de arte per se. Contribuyó a la transformación de una ciudad predominantemente industrial a un Bilbao reconocido a nivel mundial por su cultura, arte y gastronomía.
Pero, como hemos visto, el llevarlo a cabo no estuvo exento de dificultades, y también a nivel arquitectónico y de edificación marcó un antes y un después en nuestra comprensión sobre la construcción. Hoy, veinte años después de su apertura, el mundo sigue mirando al Guggenheim.
Imágenes | Frank O. Gehry, Wikiarquitectura, Txemi López
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