Europa da pasos en el camino correcto hacia el ahorro energético, pero lo hace de manera parsimoniosa a tenor de los monumentales retos que conlleva el calentamiento global. ¿Cómo podemos acelerar este proceso? Nos va el Planeta en ello.
La idea de este post −además del creciente interés por un tema tan primordial, como suele ocurrir, a medida que uno se documenta sobre ello− nace tras escuchar el nuevo programa de Juan Luis Cano en Melodía FM y ver este vídeo en el que Odile Rodríguez de la Fuente entrevista a David Pocero, director de la Oficina Técnica de Ferrovial Servicios, sobre la “lucha de las empresas en pro de la eficiencia energética”.
Como bien apunta Odile −hija de Félix, el animal humano, pionero naturista cuyo legado traspasa todas las geografías y varias generaciones− “es perfectamente compatible ser más eficientes medioambientalmente y, a la vez, ahorrar dinero en el consumo de energía”.
En 2015, la conclusión del Acuerdo de París, en pocas palabras, fue que la lucha contra el cambio climático hace tiempo que ha dejado de ser una opción para convertirse en una obligación de primera magnitud. Diez años antes, la Comisión Europea estimaba, en su Libro Verde sobre Eficiencia Energética, un ahorro potencia más del 20% en el consumo energético de toda la Unión haciéndolo, además, de forma rentable.
Si bien Galileo, uno de los padres de la ciencia, decía que la ‘duda es la madre de la invención’, resulta que no es necesario descubrir algo nuevo, en este terreno, que no conozcamos de antemano. Junto a los tan necesarios beneficios medioambientales, las actuaciones en eficiencia energética para aprovechar el potencial de reducción de emisiones resultan económicamente lucrativas para quien las realiza. Al mismo tiempo, el mercado de la eficiencia energética en Europa –que crece a doble dígito cada año– se ha convertido en un yacimiento de empleo local. Entonces, ¿cómo podemos acelerar esta carrera contra las emisiones de gases que provocan el efecto invernadero?
Entre otras múltiples iniciativas, pueden destacarse al menos tres variables que claramente contribuyen a este objetivo compartido. Tres medidas para ahorrar y, al mismo tiempo, iluminar más y mejor, pero con un menor consumo de energía.
Europa acepta al fin que la eficiencia energética es una inversión necesaria
Es significativo que Francia, Italia y Portugal se hayan sumado recientemente a la iniciativa de España para que el Consejo de Energía de la UE adopte una nueva metodología a la hora de contabilizar las inversiones en eficiencia energética. La Unión ha aceptado así la importancia que tiene la inversión, pública y privada, para reducir el despilfarro energético y eliminar obstáculos innecesarios para el cumplimiento de los objetivos de energía y clima de la UE, particularmente las normas contables. Hasta ahora, el sector público estaba obligado a computar como déficit, en las cuentas del Estado, todo el coste de la inversión inicial. Al eliminar el impacto como déficit de la inversión y clarificar la normativa contable, es previsible que las Administraciones Públicas sí puedan ahora impulsar un rendimiento energético a todas luces imprescindible.
Potenciar los nuevos modelos de negocio que incentivan la innovación y la inversión
El paradigma de referencia es el modelo concesional en el que la empresa de servicios energéticos (ESE) invierte en la modernización de las instalaciones del cliente, amortizándolas en base a los ahorros logrados. Está demostrado que, con el esquema de licitación tradicional, se consiguen ciertos ahorros en la fase inicial, pero éstos se diluyen en el tiempo, a menos que existan claros incentivos para la inversión en nuevas tecnologías y el ahorro sostenido a largo plazo.
En el caso de Ferrovial Servicios, este modelo de negocio a medio y largo plazo ha inducido, por ejemplo, al desarrollo de la tecnología HEFESTO a fin de conectar todos los dispositivos de los contratos de servicios energéticos en una misma plataforma para monitorizar y gestionar el consumo en tiempo prácticamente real.
Sin duda alguna, resulta muy recomendable visitar Alcalá de Henares, bella e histórica ciudad, declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad, donde uno puede comprobar la aplicación de este modelo y tecnología en instalaciones tanto públicas como privadas.
En el primer caso, un buen ejemplo son los servicios energéticos de la Universidad de Alcalá, donde se han sustituido con lámparas de tecnología LED más de 50.000 puntos de luz de edificios y viales para conseguir una mayor autonomía y potencia lumínica con un menor consumo. En total, se estima un ahorro de casi 40 millones de kWh a lo largo de toda la vida del contrato. También destaca el Hospital Príncipe de Asturias, cuyo contrato está pensado para lograr una rebaja en la factura energética que siga una línea creciente, al tiempo que, cada año, se reducen en un 26% los gases contaminantes emitidos a la atmósfera.
En el sector privado, resulta significativo el Data Center de Telefónica, uno de los mayores centros de procesamiento de datos en todo el mundo. Esta instalación ha obtenido la máxima certificación en operación sostenible (Operational Sustainability TIER IV Gold de Uptime Institute), convirtiéndose en el primer data center fuera de Norte América que logra este reconocimiento.
Un consumidor protagonista y proactivo exige una mayor transparencia
Tras los acuerdos de la Cumbre del Clima en París, parece evidente que, además de mejorar los índices de eficiencia energética (de un 27% a un 30% en 2030) y del uso de energías renovables (un 27% ese mismo año), los propios consumidores debemos ser protagonistas del nuevo modelo.
A modo de ejemplo tenemos el recibo de la luz. Una de las principales barreras para la eficiencia energética sigue siendo la falta de transparencia respecto a lo que pagamos por el término fijo de potencia. Dado que, en muchos recibos, pagamos más por la potencia contratada que por la consumida, todo esfuerzo en el ahorro apenas tiene alguna relevancia en la factura.
Tampoco es baladí la simplificación del etiquetado de los electrodomésticos para evitar la confusión actual. Los pluses de las categorías más saturadas, como el A+++ de los frigoríficos, van a ser sustituidos por una escala única, desde la más eficiente (A) hasta la que más consume (G). Este etiquetado permitirá al consumidor tomar decisiones mejor fundamentadas sobre el consumo energético de los productos que adquiere.
En definitiva, suele decirse que la energía más limpia es la que no se consume, pero el ‘consumo cero’ bien puede considerarse una mera utopía. Por todo ello, resulta fundamental la contribución de todos los agentes −legisladores, administración pública, empresas privadas y consumidores− para reducir la factura energética más rápida y significativamente a través de la innovación y la producción de productos y servicios más eficientes. Nos va la vida en ello.
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