Las señales de tráfico no entienden de idiomas, ¿o sí?
Un octógono rojo con cuatro letras en blanco que dicen STOP. Puede que no sepamos inglés, pero todo el mundo entiende que, en carretera, significa que tenemos que parar. ¿Todo el mundo? La señal de parada obligatoria es de las más internacionales, pero no sucede lo mismo con otras.
19 de julio de 2019
En Australia, prohibido aparcar se señala con una P negra tachada y rodeada de un círculo rojo. En la mayor parte de América Latina, la señal de STOP dice PARE. Y la numeración de las carreteras en Estados Unidos se indica con un número blanco situado sobre una especie de escudo azul con una franja roja superior. La típica señal de la Ruta 66 tan cotizada por los turistas. ¿De dónde vienen estas diferencias? ¿Qué se ha hecho para reducirlas?
Rojo, amarillo, verde
Los semáforos no son iguales en todo el planeta. Algunos se sitúan en el margen derecho de la calzada. Otros cuelgan en el centro de las intersecciones. Sin embargo, en casi todo el mundo verde significa vía libre, amarillo o ámbar es precaución (y no “pisa el acelerador que se cambia la luz”) y rojo, parada obligatoria. Pero ni siempre ha sido así, ni esos son los significados habituales que otorgamos en algunas culturas al rojo, amarillo y verde.
El primer semáforo para el tráfico rodado del que se tiene constancia fue levantado un 9 de diciembre de 1868 en el cruce de Bridge Street y Great George Street, cerca del Big Ben de Londres. Aquel semáforo solo tenía luces (a gas) por la noche y estas eran roja (paren) o verde (precaución). El porqué de esos colores tiene que ver con trenes y con la longitud de onda.
El rojo es el color visible con mayor longitud de onda. Es decir, de entre los colores que percibe el ojo humano es el que se alcanza a ver desde más lejos. Por eso, las primeras señales luminosas de STOP para trenes, que tenían que ser visibles a larga distancia para permitir la frenada, eran rojas. El verde para precaución enseguida se cambió por el amarillo o ámbar, otro de los colores con mayor longitud de onda. La primera de estas se colocó en Detroit en 1915 y fue ya para regular el tráfico de coches en la ciudad.
Una convención para unirlos a todos
Aunque el primer semáforo se colocó en Londres, un desafortunado incidente mantuvo el invento fuera de las carreteras durante años. Para cuando se volvió a instalar, se hizo copiando al sistema que se había desarrollado en Estados Unidos. El rojo, ámbar y verde se convirtieron en algo habitual en las primeras décadas del siglo XX.
En aquellos años cuajaron también los primeros esfuerzos para regular internacionalmente un tráfico rodado que no dejaba de crecer desde la aparición del vehículo a motor. Un 11 de octubre de 1909, París acogió la firma de la Convención internacional sobre la circulación de vehículos a motor. En ella se abordaron aspectos como la necesidad de que los coches contasen con dos sistemas de freno y un dispositivo (volante) que permitiese cambios de dirección seguros y rápidos. Y se pactaron las primeras señales internacionales (imagen inferior).
Aquel acuerdo lo firmaron y ratificaron, en primer lugar, España, Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria, Francia, Gran Bretaña, Italia y Mónaco. Y al poco tiempo se unió Rusia, Bélgica, los Países Bajos, Rumanía y Portugal. Aquella convención fue la primera de muchas con el objetivo de unificar señales y estándares para regular el tráfico en todo el mundo. Un objetivo que, a día de hoy, todavía no se ha logrado.
Viena como base para 68 estados
Tras la primera reunión, se produjeron nuevos encuentros en París, Washington y Ginebra con el mismo propósito. El 7 y 8 de octubre de 1968, bajo el paraguas de las Naciones Unidas, se celebró en la capital de Austria el encuentro que había de ser definitivo: la Convención de Viena sobre Señales de Carretera y Señales. El objetivo (ambicioso) era la unificación de los códigos de formas, colores, medidas y símbolos de las señales en todo el mundo.
El consenso se logró y se aplicó, sobre todo, en Europa. Aquel 8 de octubre 32 países firmaron el acuerdo, aunque no todos lo ratificaron (España aún no lo ha hecho a pesar de haberla firmado y aplicado en su mayoría). Hoy, 68 estados se han adherido a él total o parcialmente. Además, otros códigos viales siguen normas visuales similares. Es el caso del de Estados Unidos que, con sus diferencias, se usa como estándar en muchos de los estados americanos.
La convención de Viena estableció que el triángulo rojo o el diamante amarillo significan peligro. Que el triángulo invertido es ceda el paso. O que el círculo rojo con una franja diagonal recoge todas las prohibiciones. Y, claro, que el octógono rojo con la palabra STOP nos obliga a parar, incluso aunque parezca que no vienen otros vehículos por la vía a la que nos vamos a incorporar o cruzar.
Hubo una época en la que las señales sí entendían de idiomas. Pero la necesidad de poder conducir más allá de una frontera impuso la lógica estandarización. Hoy, a pesar de sus diferencias, las señales son fáciles de entender en casi todo el mundo. Conforman un código que nos permite conducir seguros y confiar en el resto de los conductores (casi siempre).
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