A mediados del siglo XIX, Londres era una ciudad vibrante. La más poblada del mundo. Capital de un poderoso imperio. Su puerto movía más mercancías y pasajeros que ningún otro y sus instituciones financieras gobernaban el planeta. El subsuelo de la ciudad se preparaba para la construcción del primer metro y el Big Ben (o torre del reloj, como se conoció oficialmente hasta 2012) empezaba a alzarse a orillas del Támesis.
Y, aun así, la ciudad no pudo impedir que, en solo una semana en agosto de 1854, un 10% de la población del Soho sucumbiese a uno de los peores brotes de cólera de los que se tienen registro en Londres. Cerca de 18.000 personas vivían entonces en esta zona de la Ciudad de Westminster; y la capital británica se acercaba a los tres millones de habitantes. El cólera atacaba de nuevo dejando cerca de 2.000 muertes en siete días. La epidemia se extendió por la ciudad dejando alrededor de 10.000 muertos.
La enfermedad cambiaría el rumbo del Soho, entonces la zona más densamente poblada de Londres, para siempre. Pero el brote sería también seguido de cerca por John Snow. Su mapa sobre cómo se extendió la enfermedad en 1854 acabó por convertirlo en el padre de la epidemiología moderna. Los datos del cólera nos ayudaron a cambiar la forma en que entendemos las epidemias y las enfermedades.
El mal olor de la enfermedad
El cólera es una enfermedad intestinal causada por ingerir alimentos o agua contaminados por una bacteria: Vibrio cholerae. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año la contraen hasta cuatro millones de personas y deja hasta 150.000 muertes. En el siglo XIX, sin embargo, la situación era bastante diferente.
Entre el 1800 y el 1900, la enfermedad “se propagó por el mundo desde su reservorio original en el delta del Ganges, en la India. Seis pandemias en sucesión mataron a millones de personas en todos los continentes”, señalan desde la OMS. Hoy sabemos todo esto y conocemos bien cómo funcionan los brotes de Vibrio cholerae y sus serogrupos causantes de las epidemias. Pero en 1850 se pensaba que las enfermedades las causaba el mal olor.
La teoría de los miasmas, imperante durante los siglos XVII, XVIII y XIX, defendía que eran el conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras las que causaban la enfermedad. La fermentación de diferentes elementos y, en particular, de la sangre, producía gases tóxicos que provocaban brotes de cólera, viruela o sífilis, entre otras enfermedades. Solo así podía explicarse por qué las epidemias eran comunes en los barrios humildes, congestionados, sucios y malolientes.
**Escena en los barrios bajos de St Giles, en Londres, en 1852. | Wikimedia Commons/Thomas Beames
John Snow era un escéptico. Había vivido su primer brote de cólera desde la práctica médica con solo 19 años y no le parecía que la teoría miasmática explicase bien el comportamiento de las enfermedades. Entonces quedaban ya pocos años para Robert Koch y Louis Pasteur sentasen las bases de la teoría germinal de la enfermedad. Los miasmas quedarían olvidados en un cajón y la ciencia se lanzaría a identificar bacterias y, ya avanzado el siglo XX, virus.
Pero volvamos a Londres y al congestionado Soho. En un ensayo publicado en 1849, ‘On the Mode of Communication of Cholera’, John Snow hacía públicas sus dudas sobre los miasmas. No tenía una respuesta, pero creía que la enfermedad debía contraerse de una forma concreta. En 1854, el brote en el Soho le sirvió para probar que sus ideas no estaban desencaminadas. Y para cambiar la forma en que Londres empezó a tratar su salud pública.
El poder de un mapa
Los datos y su visualización gráfica son hoy una herramienta poderosa de comunicación. Logran explicar de forma sencilla conceptos complejos. Representar en una imagen cientos de números, dotando de sentido a cifras incomprensibles. En 1854, la recopilación, el análisis y la visualización de datos no eran nada habituales. Pero John Snow entendió que eran la mejor manera de investigar el brote.
**El mapa de John Snow sobre el brote de cólera en el Soho en 1854. | Wikimedia Commons/John Snow
Recorrió el Soho registrando todas las muertes y hablando con los vecinos. Fue acumulando datos y luego los representó sobre un mapa de la zona, en el que también estaban marcadas las 13 fuentes de las que bebían sus habitantes. Cada muerte en un hogar era una señalada con una barra; y el mayor número de barras se acumulaba claramente alrededor de la fuente de Broad Steet.
Para Snow estaba claro, el problema estaba en el agua. Se recogieron muestras de la fuente para observar en microscopio, pero en aquel entonces no logró demostrarse el riesgo de lo que se veía. Aun así, el patrón de contagio estaba claro. La fuente fue inhabilitada y el brote remitió de forma inmediata en el Soho.
En los años que siguieron se repitió el experimento y se hizo un seguimiento exhaustivo del origen de las aguas de Londres. La depuración de las aguas de las que bebía la población no era algo que formase parte de las políticas de salud pública de ninguna ciudad; y ahí parecía estar el problema. Aunque esa es otra historia de la que ya hemos hablado antes.
John Snow murió en 1858, de un infarto, con 45 años. Dos años después, Louis Pasteur publicaría los resultados del primer experimento que demostró que los microbios no aparecían por generación espontánea, sino que crecían, se reproducían y se extendían como el resto de seres vivos.
La teoría microbiana de las enfermedades estaba en marcha y, junto a los datos del mapa de John Snow, cambió la forma en que entendemos y hacemos frente a las enfermedades.
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