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Cinco cambios que han hecho la ciudad para el peatón

17 de agosto de 2020

Durante décadas, ciudades de todo el mundo fueron quitándole espacio a las calles para dárselo al coche. Las aceras se estrecharon, las plazas de aparcamiento aumentaron y los espacios verdes se cubrieron de asfalto. Hoy, la tendencia general es darle la vuelta a esta realidad. Y contamos con una ventaja: hasta la ciudad menos peatonalizada tiene elementos que permiten recorrerla andando.

Para celebrar el Día Mundial del Peatón, que muchas ciudades recuerdan el 17 de agosto, hacemos un repaso de las innovaciones que han hecho las urbes más amigables y seguras para los caminantes.

El paso de peatones

Aunque resulta complicado señalar cuándo se empezaron a usar y delimitar los pasos de peatones, todo parece indicar que se remontan al momento en que el tráfico rodado pasó a formar parte de la vida en las ciudades.

Uno de los restos más antiguos que se conservan son los de la ciudad romana de Pompeya: se trata de un sistema formado por bloques levantados, que permitía a los viandantes cruzar la calle sin pisar la vía.

Paso de peatones conservado en las ruinas de Pompeya Paso de peatones conservado en las ruinas de Pompeya. Xerti (Wikimedia Commons)

Más adelante, las ciudades modernas empezaron a incorporar señales que indicaban dónde estaban estos pasos. El primero pintado en el suelo con rayas blancas (que popularizó el nombre “paso de cebra”), se creó en Slough, una localidad de Inglaterra, en 1951. De manera que cuando los Beatles sacaron la fotografía de su famoso disco Abbey Road, los pasos de cebra apenas contaban con 18 años de vida.

En las décadas siguientes se pasó a crear pasos elevados, que conectan las aceras. Detrás de estos hay un cambio de mentalidad, ya que pasan a ser una extensión de las aceras y evitan que los peatones tengan que bajar a la altura de la carretera. En los últimos años se han investigado también las posibilidades de los pasos inteligentes, en 3D e incluso interactivos.

Los semáforos

Semáforo en Bologna Semáforo en Bologna, Italia. Luca Tacinelli (Unsplash)

La historia de los semáforos que conocemos hoy comienza en las oficinas del sistema británico de ferrocarril. Allí, el ingeniero John Peake Knight se fijó en las señales que se utilizaban en las estaciones de tren y pensó que podrían resultar útiles para organizar el tráfico de peatones y vehículos en las ciudades.

Corría la década de 1860 y por aquel entonces Londres crecía en habitantes y congestión, por lo que se aprobó una prueba piloto. En 1868 y tras tres años de desarrollo, se instaló el primer semáforo entre Great George Street y Bridge Street. Era un sistema de grandes dimensiones, que casi alcanzaba siete metros de altura y contaba con brazos que indicaban cuándo había que detenerse. De noche, este sistema se complementaba con lámparas rojas y verdes.

El semáforo apenas estuvo unas semanas en funcionamiento. El 2 de enero de 1869, una fuga de gas provocó una explosión que hirió al policía que lo estaba manejando. La iniciativa fue abandonada en Londres, pero en las décadas siguientes se desarrollaron otras similares en Estados Unidos.

Con el paso de los años, los semáforos pasaron a integrar tres luces (verde, ámbar y rojo) y empezaron a valerse de la electricidad. Hoy podemos verlos con cuentas regresivas, con animaciones y hasta inteligentes. Se espera que en los próximos años la conectividad IoT permita a los semáforos recabar datos para optimizar el flujo del tráfico en las ciudades y reducir el número de accidentes.

Del ferrocarril al funicular

Hay algo que tienen en común numerosas ciudades, de Lisboa a Medellín, pasando por Barcelona, Vigo o San Francisco: las cuestas. Desniveles que dificultan el tránsito por la ciudad, animan a usar transporte público o privado en lugar de caminar y pueden aumentar las desigualdades sociales.

Con el desarrollo del ferrocarril, empezaron a instalarse elevadores o funiculares sobre raíles en numerosas ciudades del mundo. Es el caso de Lisboa, por ejemplo, con los elevadores do Lavra, da Glòria y da Bica. El más antiguo, el elevador da Lavra, fue ideado por el ingeniero portugués Raoul Mesnier du Ponsard e inaugurado en abril de 1884.

Elevador do Lavra, en Lisboa
Elevador do Lavra, en Lisboa. Pedro Simões (Wikimedia Commons)

En España, el primer funicular se estrenó siete años después, en octubre de 1901. Servía (y sigue haciéndolo) para conectar la ciudad de Barcelona con el parque del Tibidabo.

Su versión más actual: las escaleras mecánicas

En los últimos años, el papel de estos elevadores ha sido reforzado por el de escaleras mecánicas. Sobre todo, en ciudades con un alto porcentaje de población envejecida o en las que la orografía dificulta el día a día de sus habitantes. Uno de los casos más significativos es el de Medellín (Colombia), en donde la incorporación de estas escaleras formaba parte de un ambicioso plan para acabar con la violencia y la desigualdad de décadas anteriores.

Allí, las escaleras comunican el centro de la ciudad con las zonas situadas en los cerros que la rodean, como la Comuna 13. Una comuna que fue especialmente azotada por la violencia de la guerrilla, los paramilitares, los narcotraficantes y finalmente las propias bandas que nacían en sus calles, y hoy es un símbolo de la transformación de la ciudad. El barrio de las Independencias (a donde van a parar las escaleras mecánicas) es el segundo más turístico de toda la ciudad de Medellín.

los barrios más altos de la ciudad de Medellín Imagen de los barrios más altos de la ciudad de Medellín. Milo Miloezger (Unsplash)

Otra vida para las aceras

A todos estos cambios se suma, finalmente, el de la peatonalización: un proceso gradual que comienza con las aceras y se extiende al resto de los espacios de la ciudad.

Numerosas ciudades de la antigüedad (como, de nuevo, Pompeya) contaban con aceras que se elevaban ligeramente sobre las vías y permitían a los peatones caminar alejados de los carros de caballos. Sin embargo, el desarrollo de las ciudades medievales, con calles más estrechas, fue dejando atrás esta separación.

En la década de 1480, Leonardo da Vinci ideó una ciudad ideal que se dividía en diferentes niveles para separar el comercio y el transporte de la vida de los ciudadanos, aunque nunca llegó a hacerse realidad. Hubo que esperar a las grandes reformas de ciudades como Londres o París, en los siglos XVIII y XIX, para que las aceras volviesen a cobrar importancia en el desarrollo urbanístico.

Una calle de París Una calle de París. Zdenek Klein (Unsplash)

Hoy, muchas ciudades se plantean eliminar las aceras y convertir las calles más céntricas en plataformas únicas, espacios en los que conviven vehículos y peatones (teniendo estos últimos la prioridad). Otros proyectos, más futuristas, hablan incluso de la posibilidad de crear aceras móviles para transportar a los peatones y descongestionar las ciudades del tráfico. Iniciativas, todas ellas, que vuelven a poner a la persona en el centro y a los vehículos en un segundo lugar.

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