El pasado 14 de marzo se cumplieron 40 años de la trágica muerte de Félix Rodríguez de la Fuente, uno de los días más tristes de mi infancia. El maestro que cada semana reunía a toda la familia frente al televisor para hablarnos de la Naturaleza, al compás de la intrigante sintonía de ‘El hombre y la Tierra’, nos dejaba, de repente y para siempre, en un accidente aéreo en Alaska.
¡Qué lugar tan hermoso para morir!, dicen que aseguró antes de subir a la avioneta. Cumplía 52 años el mismo día en el que no murió el hombre y nació el mito, porque ya lo era: el animal humano, el divulgador que despertó la conciencia medioambiental de varias generaciones, todo un país, a la vez.
Cuatro décadas después, el legado de este burgalés universal ha trascendido a su enorme obra. Cientos de horas de documentales, programas de radio, libros… le convirtieron en el gran pionero del ecologismo y principal referente de la etología en nuestra memoria colectiva.
Además de un muy profuso conocimiento de los cinco reinos de los seres vivos, ¿qué hacía Félix para comunicar de manera tan extraordinariamente efectiva?, ¿cómo trasladaba sus mensajes a distintas generaciones simultáneamente?, ¿qué habilidad desarrolló para hacerse entender tan transversalmente, trascendiendo a su lugar y su época?
De hecho, Félix rompió de cuajo una de las principales reglas de toda la vida, compartidas en la comunicación, el periodismo y el marketing: adaptar el mensaje a la audiencia o al público objetivo. Utilizaba su propio lenguaje, a menudo prolijo en términos técnicos, léxico complejo y usos costumbristas o de la calle. Daba igual. Se hacía entender por cualquiera. Llegaba a todos, independientemente de su edad o condición social.
Entre las fuentes más indicadas para responder a esta cuestión, en este frugal intento para desgranar su fórmula mágica ─el librillo de un auténtico maestro─ destaca Odile, la menor de sus hijas, la benjamina que, elocuentemente, mantiene viva su misma pasión. Recientemente ha publicado Félix. Un hombre en la tierra, una lectura de cabecera.
Con el entusiasmo propio de quien disfruta con su trabajo y el talento de quien hace que lo complejo parezca muy sencillo, Odile resume así los 10 mandamientos que debe tener en cuenta todo buen divulgador.
- Estudia a fondo el tema del que vas a hablar, sin querer opinar de todo. Contrasta y cita tus fuentes, con rigor, porque los que más saben son otros. Y cuando ya conozcas bien el tema, cuéntalo con espontaneidad, con tu propio discurso, tu historia única, hablando siempre desde el corazón.
- La fuerza del relato radica en la experiencia. No vale con ser un ratón de biblioteca. Hay que salir, visitar y patear el campo, conociéndolo de verdad a través de lo vivido, no sólo de lo leído y procesado. En las sensaciones, las percepciones y las emociones se encuentra la autenticidad.
- Intenta disfrutar de la complejidad, sin huir de ella. El discurso fácil es uno de nuestros males. La polarización simplista entre bueno y malo. La realidad y el ser humano son complejos. La riqueza está en los matices. Explica el cambio climático haciéndolo accesible, con cuentos y moralejas digeribles, que inviten a la reflexión.
- Sé tú mismo, sin miedo, dando la bienvenida a la crítica constructiva. Empodera a tu audiencia, rebajándote en el sentido más grandioso del término. Duda de lo que tú mismo dices, sin dogmas, porque eso humaniza tu discurso y tu búsqueda sincera para lograr ser, precisamente, uno mismo.
- Busca el trasfondo común e integrador, sin caer en posiciones radicales. Las contradicciones añaden valor a la complejidad de los temas. Por ejemplo, cómo conseguir que el lobo no se extinga y conviva en armonía con el ser humano en la naturaleza implica gestionar un conflicto con múltiples variables y perspectivas.
- No te ciñas a los síntomas del problema, investiga su origen. ¿Se desgajó el homo sapiens de su entorno para ponerlo a su servicio? ¿Ahí radica nuestra soledad y vacío? Inspira desde el entusiasmo, no la obligación. Invita a entender, a ser parte de la solución. Queremos pertenecer a algo mayor que nosotros mismos.
- Huye de los tecnicismos para no quedarte en la superficie. Intégralos, camuflados, dentro de tu relato, para que así emerja la moraleja. Conviértete en un chamán para tu tribu, dejando espacio para que otros participen y busquen sus propias soluciones. Incitar al pensamiento disruptivo, fuera de la caja, es filosofía verde.
- Poner en foco únicamente en el conflicto retroalimenta las posiciones enfrentadas. Hay que situar la mirada más allá del problema, dándole una vuelta de 180º grados. El cambio climático supone una gran oportunidad, porque vivimos en un clima de cambio. Necesitamos toda nuestra creatividad para afrontar los retos.
- Ante una crítica destructiva o una pregunta hostil, redirige el mensaje hacia donde tú quieres llegar. Quedarte atrapado en el conflicto no sirve a tu objetivo ulterior. Si te sientes agredido, eleva el nivel de la conversación hacia los asuntos verdaderamente trascendentales que tú quieres divulgar.
- Elimina cualquier distancia con tus interlocutores. Es fundamental que quien te oye ─para escucharte─ pueda sentir tu cercanía. Para poder inspirar y empoderar a los demás, además de no dogmatizar, es necesario tratar al otro como un ser inteligente al que lanzar preguntas. Agradecemos lo que no es evidente.
A modo de conclusión, de igual manera que los diez mandamientos que Moisés recibió en el monte Sinaí se resumen únicamente en dos, Odile señala que “para que surja una conexión mágica en el proceso de comunicación, es imprescindible que tú te diluyas con los demás”.
Estos conceptos son aplicables no sólo a la comunicación medioambiental, sino a cualquier otra disciplina profesional, incluidas nuestras relaciones personales, familiares o tribales. De hecho, ¿no es precisamente la creación de un espacio emocional, al que los demás quieran pertenecer, el propósito fundamental que todo buen divulgador busca compartir?
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