Surtidores antiguos de gasolina con plomo
Historia

La historia del excéntrico científico que acabó con la gasolina con plomo

31 de enero de 2022

Clair Patterson dedicó gran parte de su carrera a una tarea que había ocupado a científicos, pensadores y filósofos a lo largo de la historia: calcular con exactitud la edad del planeta Tierra. Sin embargo, sus experimentos pronto le llevaron a descubrir que todas las rocas que analizaba estaban contaminadas con plomo. Y no solo las rocas: sus instrumentos, el suelo de los laboratorios e incluso su ropa estaban cubiertos de este metal pesado.

Patterson no tardó en relacionar esta contaminación con el uso del plomo en los combustibles de los vehículos. Decidido a averiguar hasta qué punto estábamos dañando el planeta, escaló montañas, llegó hasta la Antártida y analizó el suelo de los océanos para recoger diferentes muestras.

Plantó cara a las industrias petroleras que años antes financiaban su trabajo y que no dudaron de tacharlo de excéntrico y obsesivo. Sin embargo, el tiempo y la ciencia terminaron dándole la razón. La gasolina con plomo estaba contaminando la Tierra y dejando tras de sí millones de muertes y enfermedades.

Gasolina, locura y muerte

La historia de la gasolina con plomo empieza en 1921 en Ohio, Estados Unidos. Por aquel entonces, los químicos de General Motors querían mejorar el octanaje de la gasolina para evitar que la combustión incontrolada causase golpes y traqueteos a la hora de conducir los vehículos. La solución fue un compuesto llamado tetraetilo de plomo: al introducirlo en el motor, las fuertes vibraciones se convertían en un ronroneo. El compuesto era barato y no emitía mal olor, por lo que fue un éxito inmediato.

cartel de un compuesto llamado tetraetilo de plomo
Don O’Brien. Flickr.

General Motors y Estandar Oil crearon una nueva compañía para producirlo, la Ethyl Corporation. Sin embargo, omitieron de forma deliberada la palabra plomo, ya que las características tóxicas de este material eran de sobra conocidas desde hacía siglos. Los romanos dejaron por escrito que causaba locura y muerte, y durante el siglo XVII se convirtió en un veneno común entre la nobleza francesa.

Durante la década de 1920, numerosos trabajadores de refinerías experimentales enfermaron y otros llegaron a morir. Entre sus diagnósticos, figuraban problemas como presión arterial alta, insuficiencia renal, ceguera o anemia. Años después se descubriría que el efecto tóxico del tetraetilo de plomo actúa en el cuerpo humano de forma especialmente rápida.

Algunas voces, como las del profesor Yandel Henderson, alertaron del riesgo que suponía agregar plomo a los combustibles. Sin embargo, las propias empresas implicadas realizaron estudios y se dictaminó que mejorar los sistemas de seguridad en las fábricas bastaría para minimizar su impacto en la salud de las personas. No se realizaron investigaciones externas y, tras breves debates y con mucha publicidad a su favor, la gasolina con plomo empezó a popularizarse en todo el planeta.

Un reguero de contaminación

La gasolina con plomo era ya muy habitual en Estados Unidos cuando Patterson comenzó a trabajar como químico, en la década de 1940. Tras pasar algunos años en una instalación de producción nuclear y horrorizado por el resultado de su trabajo – Estados Unidos lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki – se inscribió como estudiante de doctorado en la Universidad de Chicago.

Fue por aquel entonces que el científico Harrison Brown ideó un método para determinar la edad de la Tierra que consistía en contar isótopos de plomo en rocas ígneas. Como cuenta Bill Bryson en ‘Una breve historia de casi todo’, la tarea implicaba analizar muestras de rocas mil veces más pequeñas de las medidas hasta el momento. Le encargó la tarea a Clair Patterson asegurándole que sería “pan comido”. Tardó años en terminarla, pero su labor le valió un título de doctorado y un lugar en la historia de la ciencia: señaló que la Tierra tiene 4500 millones de años.

Clair Patterson con su equipo de trabajo
Clair Patterson con su equipo de trabajo. California Institute of Technology Archives and Special Collections, CCP145.5-2.

Sin embargo, en aquel momento Patterson ya tenía la mente centrada en otro asunto. Había descubierto que todas las rocas que analizaba tenían una proporción de plomo muy superior a la esperada. Realizó las tareas en otros laboratorios y lavó sus herramientas para descartar contaminación en las muestras, pero los resultados eran siempre los mismos. Todo lo que analizaba tenía altos porcentajes de este material.

Comenzó a obsesionarse con la limpieza y la desinfección: instaló purificadores de aire, aisló su material de trabajo y prohibió a sus colegas que entrasen en su laboratorio con ropa de la calle. Él mismo comenzó a envolverse en plástico para trabajar y, con el paso de los años, llegó a llevar una máscara antigás por la calle. Sus laboratorios pasaron a ser perfectamente asépticos; algo muy habitual en el día de hoy, pero que parecía un tanto excéntrico por aquel entonces.

Clair Patterson desinfectando su laboratorio
Clair Patterson desinfectando su laboratorio. California Institute of Technology Archives and Special Collections, CCP145.5-7.

“Me vi obligado a tener el laboratorio limpio como consecuencia de estos descubrimientos. ¿Por qué iba a tener si no un laboratorio limpio? Nadie más lo tenía”, señalaría en una entrevista años después. “(…) Incluso el plomo de tu cabello, cuando entras en un laboratorio súper limpio como el mío, lo contaminaría todo. Solo el plomo de tu cabello”.

Una cruzada contra la industria

Patterson comenzó a viajar a lugares remotos para tomar muestras de elementos naturales y analizar su contenido de plomo. Llegó a Groenlandia y a la Antártida y tomó sedimentos del fondo de los océanos y de las cumbres de las montañas. Encontró evidencias de que la contaminación por plomo había aumentado en más del 300 % en comparación con los niveles del siglo XVIII.

“Encontró evidencias de que la contaminación por plomo había aumentado en más del 300 % en comparación con los niveles del siglo XVIII”

“Descubrió que antes de 1923 casi no había plomo en la atmósfera y que los niveles habían aumentado constante y peligrosamente desde entonces. A partir de este momento, convirtió la tarea de conseguir que se retirase el plomo de la gasolina en el objetivo de su vida. Para ello se convirtió en un crítico constante y a menudo elocuente de la industria del plomo y de sus intereses”, señala Bill Bryson.

En 1963, publicó sus conclusiones en la revista Nature, y la reacción de la industria petrolera no se hizo esperar. Sus directivos trataron de desacreditarle, dejaron de financiar sus investigaciones (como habían hecho durante años) e incluso intentaron que la Universidad de California le silenciase.

Sin embargo, Patterson continuó con sus labores de investigación y divulgación. Y, en 1979, un importante estudio corroboró su versión: el pediatra Herbert Needleman probó que el plomo causaba trastornos psicológicos y mermaba las facultades mentales de los niños.

Antiguo surtidor de gasolina con plomo
Antiguo surtidor de gasolina con plomo. Chris Haws (Unsplash).

Finalmente, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) solicitó la prohibición de la gasolina con plomo en 1986. Nueve años después, se retiró toda la restante de las gasolineras de Estados Unidos. “Casi inmediatamente, se redujo en un 80 % el nivel de plomo en la sangre de los estadounidenses” señala Bryson. “Pero, como el plomo es para siempre, los habitantes actuales de este país tienen unas 635 veces más plomo que los que vivieron en el país hace un siglo”.

En 2021, Argelia se convirtió en el último país del mundo en prohibir este combustible. Lo hizo justo un siglo después de que los químicos de General Motors empezasen a incluir tetraetilo de plomo en los combustibles para mejorar sus prestaciones. Y casi 60 años más tarde de que Patterson iniciase una guerra contra esta poderosa industria tras detectar como esta contaminación, aparentemente imperceptible, estaba llegando hasta los puntos más remotos de la Tierra. Parecía que tenía todas las de perder, pero terminó ganándola.

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