Captación de agua atmosférica, así podemos hacer llover en lugares sin ríos
14 de noviembre de 2023
¿Es posible crear manantiales de agua potable en lugares en los que no hay ríos? La respuesta simple es que sí: existe la tecnología captación de agua atmosférica que hace posible extraer agua limpia directamente del aire, usando diferentes técnicas. Y una de ellas la ves con frecuencia.
Haz la prueba: saca una botella de agua del congelador, colócala sobre un papel y espera unos minutos. El agua empezará a caer por su superficie, empapando el papel. No se trata del agua de dentro de la botella, sino del agua de fuera, presente en el aire, que se transforma en rocío por contacto con la superficie fría.
¿Cuánta agua dulce tenemos sobre nuestras cabezas? Miles de billones de litros de agua
Se estima que en el planeta hay aproximadamente 1 400 000 000 km³ de agua, una cifra aún más impresionante si la convertimos a litros: 1,4·1021 litros, es decir, veintiún ceros seguidos. Resulta mentalmente inabarcable.
Únicamente en la atmósfera hay presentes unos 12 900 km³ (12 900 000 000 000 000 litros o 12,9 mil billones de litros), que, aunque solo supone el 0,04 % del agua dulce, sigue siendo una cantidad ingente, especialmente si tenemos en cuenta que está flotando. Estamos hablando de unos 382 millones de piscinas olímpicas.
El aire está repleto de agua (el 0,4 % de la atmósfera es esta molécula en forma de vapor) y una estimación aceptable indica que sobre cada kilómetro cuadrado del planeta hay 2,5 millones de litros. Son cifras descomunales. Cifras que podemos aprovechar para llevar agua a donde esta se necesita.
El pozo aéreo bizantino y el mecanismo de condensación de agua
Extraer agua del aire no es en absoluto un mecanismo nuevo. El pozo aéreo bizantino, también llamado condensador de rocío Zibold por su descubridor el ingeniero ruso Friedrich Zibold hacia 1900, consiste en una pila de piedras de entre 10 centímetros y 40 centímetros de diámetro aproximadamente, formando un cono.
Este cono está repleto de aberturas por las que pasa el aire que, en contacto con la piedra más fría, condensa y precipita en forma de rocío de agua. Bajo la estructura, un plato conectado a diferentes cañerías colecta el agua y la traslada para su distribución o almacenamiento. Se sabe que los incas construyeron sistemas bajo el mismo principio, así como los griegos de Teodosia en el VI a.e.c.
Siguiendo el ejemplo de esta tecnología, cada vez hay más plantas de condensación radiativa como la que se muestra abajo en la India. Los elementos radian energía, enfriándose. Y al enfriarse condensan agua que es recogida para cultivo.
Ordeñar nubes para alimentar a la población
La isla de El Hierro (las Islas Canarias, España) está ubicada al noroeste de África, lo suficientemente retirada como para considerarse un lugar remoto. Especialmente en 1948, cuando la falta de agua tanto potable como para riego causó estragos en la isla.
Una noche, Tadeo Casañas, habitante de la isla, descubrió cómo el techo de su cabaña (hecha de brezo, un subarbusto local) captaba el rocío y condensaba gotas que caían en el suelo. De modo que construyó un acueducto que daba al aljibe, y midió un flujo de agua de unos 14 litros por minuto. Décadas más tarde, la captación de agua atmosférica con mallas en forma de grandes colectores es relativamente frecuente en la isla.
En la actualidad, existen varios proyectos por todo el mundo cuyo objetivo es llevar agua potable allí donde no existen masas de agua, de forma que también esté disponible para el cultivo. Algunas incluso con soluciones de corte industrial que hace uso del viento para generar energía que enfríe una superficie.
Condensar agua para recuperar áreas verdes
La restauración ecológica es una actividad relativamente nueva en términos históricos, pero cada vez más relevante. Parte de esta restauración consiste en la plantación de arbustos y árboles que den lugar a un bosque, aunque algunos métodos aprovechan el agua atmosférica para acelerar el proceso. Es el caso de las Sierras Grandes de Córdoba (Argentina).
Todo surge del descubrimiento accidental de cómo la queñoa (un árbol pequeño) es capaz de condensar las nubes, al darse cuenta varios investigadores en que allí donde había varias queñoas había agua cerca. Con ayuda de varios vecinos, se replantaron queñoas en las cimas, y allí donde se realizaron estas intervenciones cuentan con caudales más estables todo el año.
Este tipo de sistemas de renaturalización o resilvestración es particularmente inteligente porque facilita a la naturaleza hacer trabajo útil. Si una misma cuadrilla de replantadores de árboles empieza a replantar por las cimas, la propia condensación facilita el nacimiento de vegetación por debajo, un proceso que no se da de abajo a arriba. Además, las semillas caen por las laderas, de forma que se usa la fuerza de la gravedad para restaurar ecosistemas con agua.
¿No se queda la atmósfera sin agua allí donde se extrae del aire?
Una pregunta ingenieril muy coherente es “¿No estaremos secando el aire si sacamos mucha agua?”, y para dar una respuesta adecuada conviene responder con algunas cifras. Por ejemplo, que unos 100 litros de agua al día garantizan cierto umbral mínimo para poder beber y asearse.
Como habíamos dicho previamente, hay unos 2,5 millones de litros por cada kilómetro cuadrado del planeta. Pero incluso usando solo una fracción de lo que se acumula a nivel de superficie (donde la concentración de agua es muchísimo mayor) una diezmilésima fracción daría para 250 personas en ese kilómetro cuadrado.
La respuesta general es que no, el uso de sistemas de captación de agua no reduce de forma significativa la humedad del entorno, menos aún si el entorno es la atmósfera. De hecho, el aire acondicionado extrae humedad del interior del hogar siguiendo exactamente el mismo mecanismo, pero ni siquiera a plena potencia y en un entorno cerrado es capaz de reducir la humedad relativa de forma drástica.
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