Esquiar en una planta de residuos: la vuelta de tuerca de CopenHill para hacer divertidas las infraestructuras
13 de febrero de 2024
Si se organizase una encuesta para preguntar a los daneses cuál es el punto más alto de su país, seguramente surgiría un debate. Algunos señalarían Møllehøj, una pequeña colina que se levanta (solamente) 170 metros por encima del nivel del mar. Pero muchos otros responderían que se trata del Storebælt, un puente que conecta las islas de Sjælland y Fyn y cuyos pilares tienen una altura de 254 metros.
Las infraestructuras ganan a la naturaleza en un país en el que no hay montañas y la altura media sobre el nivel del mar es de solo 31 metros. Un país en el que, por lo tanto, cualquier lugar con vistas es considerado un regalo. Desde hace unos años, su capital, Copenhague, cuenta con un punto que destaca sobre los demás y que ofrece una perspectiva diferente de la ciudad.
Se trata de CopenHill, un edificio de casi 100 metros de altura que confirma la teoría de que las infraestructuras, incluso las dedicadas a las acciones menos atractivas, pueden tener un impacto positivo en la ciudad. CopenHill es una planta de incineración de residuos que convierte la basura de Copenhague en energía. Pero es también un lugar en donde esquiar, escalar, aprender sobre medioambiente o tomar un café (con galletas danesas) mientras se disfruta de unas fantásticas vistas del sur de Copenhague.
La historia de CopenHill
Cuando comenzó el proyecto de construcción de la planta de conversión de residuos de Amager (una de las islas que forman la ciudad de Copenhague), se planteó un objetivo: convertirla en un referente de la gestión responsable de residuos y la producción de energía, así como en un hito arquitectónico.
También se planteó la idea de que la nueva infraestructura combinase belleza y funcionalidad. Se buscó cambiar la imagen que tenemos normalmente de las fábricas y conseguir integrar la planta en la vida de la ciudad.
Una joven recorre uno de los senderos de CopenHill. Imagen de Laurian Ghinitoiu, cedida por BIG – Bjarke Ingels Group.
La propia isla de Amager dio pistas para elegir el diseño y los posibles usos que se podrían dar al edificio. Esta zona de la ciudad, que cuenta con una larga playa, muchos espacios verdes y numerosas instalaciones deportivas, es el centro de reunión de amantes de la naturaleza y deportes como el wakeboard o el windsurf. La idea de añadir nuevas opciones a esta lista terminó definiendo la forma y el objetivo de CopenHill.
La empresa danesa Bjarke Ingels Group propuso un diseño particular: un edificio con un techo inclinado para albergar una pista de esquí artificial y una gran fachada para sostener uno de los rocódromos más altos del mundo. El diseño fue elegido ganador y, finalmente, CopenHill fue inaugurado y abierto al público en 2017.
Un edificio singular
En total, el edificio de CopenHill suma 41 000 metros cuadrados y alcanza casi 100 metros de altura en su punto más elevado. Su fachada continua está compuesta de piezas de aluminio y cuenta con numerosas ventanas acristaladas que permiten que la luz del día llegue al interior de las instalaciones.
Su diseño busca que el interior y el exterior formen una unidad. La vida de CopenHill comienza en la planta de gestión de residuos, que convierte la basura de la ciudad (más de 400 000 toneladas de desechos anuales) en energía limpia para suministrar electricidad y calefacción urbana a unos 150 000 hogares.
Interior de Copenhill. Imagen de Soren Aagaard, cedida por BIG – Bjarke Ingels Group.
Además del espacio destinado a esta planta de generación de energía, el edificio cuenta con diez pisos para trabajos administrativos y un espacio de 600 metros cuadrados destinados a un centro de educación ambiental.
Fuera, la gran protagonista es la pista de esquí creada con material sintético. Como explican desde BIG – Bjarke Ingels Group, la geometría permite tres pendientes para esquiadores con diferentes niveles de experiencia. Junto a la pista de esquí hay una ruta de senderismo llena de espacios verdes y, en la fachada, un ascensor panorámico y uno de los rocódromos más altos del mundo. En la parte superior del edificio se encuentran un bar y un mirador.
Una persona esquiando en la parte superior de CopenHill. Imagen de Rasmus Hjortshoj, cedida por BIG – Bjarke Ingels Group
Para asegurar que el interior y el exterior funcionan como un uno, la fachada tiene ventanas que permiten a los escaladores y los usuarios del ascensor ver el interior de la fábrica. La electricidad que ilumina el edifico proviene de energía verde generada en la propia planta, y el vapor de agua que sale de sus chimeneas se convierte en nieve que cubre la pista de esquí en los días más fríos.
La huella de CopenHill en la ciudad
Los más de seis años de vida de CopenHill demuestran que, con el diseño y los objetivos adecuados, las infraestructuras pueden tener un impacto positivo en las ciudades. En este caso, una planta de generación de residuos ha sido capaz de embellecer el entorno, favorecer el deporte al aire libre y crear un nuevo punto de ocio en la ciudad.
La pista de esquí o snowboard de CopenHill. Imagen de Rasmus Hjortshoj, cedida por BIG – Bjarke Ingels Group.
Esto está ligado al concepto sostenibilidad hedonista, que se tuvo muy en cuenta cuando se creó CopenHill. Este sostiene que una ciudad sostenible no es solo mejor para el medioambiente, sino que también es más agradable para la vida de sus ciudadanos.
La infraestructura cumple también un papel importante en la hoja de ruta de Copenhague para convertirse en la primera capital del mundo neutra en carbono. La fecha marcada en el calendario está muy cerca: la capital de Dinamarca quiere alcanzar este objetivo 2025.
Todavía no hay comentarios