Llegó el momento. El comité le esperaba en la sala de reuniones y su tema era el último de la sesión. Alex respiró hondo y repasó mentalmente los puntos principales de su presentación. Recitó para sí mismo por enésima vez la introducción que le ayudaba a empezar con buen pie y evitar los nervios si el director de operaciones, principal influyente en la decisión, le escrutaba con aquella mirada que podía descolocarle. Un reto más si quería darle brillo al trabajo realizado y obtener aprobación para la siguiente fase del proyecto.
Lejos quedaba aquella primera conversación hace 6 meses en que la iniciativa parecía un reto inabordable para la mayoría.
Entró en la sala con paso tranquilo y la sonrisa puesta, saludó cordialmente y se aseguró de mantener un breve contacto visual con todos los asistentes de forma lo más natural posible. Nadie diría que dos meses atrás Alex sentía auténtico pánico de exponerse ante una audiencia en temas relevantes.
Empezó con su frase de apertura y avanzó de forma ordenada repasando antecedentes y principales hitos del proyecto que les habían llevado hasta el día de hoy. Tras algunas cifras y datos que aportaban rigor y alimentaban el interés de una audiencia que parecía conectada e interesada, pasó a exponer las principales líneas y no pocos recursos requeridos para abordar la siguiente etapa del proyecto. De repente, el director de operaciones le dedicó su mirada inquisitiva, se levantó de su asiento con parsimonia de forma inesperada y salió de la sala sin mediar palabra.
Alex intentó mantener la calma, en pocos segundos sintió como su ritmo cardíaco se aceleraba, notó el sudor en la frente al ajustarse las gafas y balbuceó algo incomprensible mientras perdía por un momento el hilo de sus argumentos. El resto de asistentes le miraban aparentemente impertérritos. Concentró su mirada en el director de marketing que seguía la exposición en primera fila y siguió con orden para rematar en positivo llamando a la acción. Justo antes del final y en un momento clave, la pantalla que proyectaba la última diapositiva parpadeó levemente un par de veces y se apagó. No podía ser posible. Tras decenas de ensayos era lo último que esperaba que pasara. Alex tiró de ironía para ganar unos segundos mientras maldecía al sr. Murphy pero sintió que aún no estaba preparado para dar el 100%.
Bajó levemente la cabeza y apuntó con el visor de sus gafas de realidad virtual el botón que seleccionaba enviar la práctica a la nube. La frase “procesando su feedback” apareció ante él en un azul luminoso, mientras su asistente virtual en oratoria se disponía a valorar su práctica ilustrando sus recomendaciones con claras métricas: tono, ritmo, pausas, contacto visual con los asistentes, etc.
Tras escuchar atentamente unos minutos, se quitó las gafas y el escenario fue de nuevo el de su casa, mientras su mujer le preguntaba:
¿Qué tal esta vez Alex?
y él respondió:
Casi lo tengo. Unas pocas prácticas más y me atreveré a dar una charla en TED.
Consciente de tener todavía unos días hasta su presentación, Alex tomó buena nota de las recomendaciones mientras recordaba aliviado que la directora de operaciones de su empresa, además de ser su jefa, era la principal sponsor de aquel proyecto estratégico.
Según Edgard Dale, pedagogo estadounidense, el cerebro humano retiene el 10% de lo que lee, el 20% de lo que oye y el 90% de lo que experimenta.
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