Más tranquilas y limpias: las smart cities también mejoran nuestra salud
01 de septiembre de 2020
La salud de cada uno de nosotros depende, en gran medida, de nuestro entorno: dónde vivimos, dónde trabajamos y dónde descansamos. En la actualidad, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades, y se espera que el porcentaje alcance el 60% para 2030.
Las ciudades son lugares a donde acudimos en busca de seguridad. Ofrecen puestos de trabajo, bienes, servicios y una comunidad en la que apoyarse. Sin embargo, son también el origen del 70% de las emisiones de carbono mundiales y focos de desigualdad. Una urbanización rápida está haciendo crecer el número de personas que viven sin acceso a todo lo positivo que puede ofrecer una ciudad y se quedan, únicamente, con lo negativo.
Una de las herramientas que se presenta con más fuerza para hacer frente a esta situación es la tecnología. Las smart cities pueden reducir la contaminación, identificar problemas sociales y de salud y mejorar la eficiencia de las ciudades, para convertirlas en lugares más limpios, igualitarios y sanos.
Menos estrés y contaminación
En las ciudades del futuro (y cada vez más en las del presente), los datos serán los protagonistas. Semáforos, farolas, parkings y hasta los propios coches tendrán sensores conectados a internet para monitorizar su actividad. De esta manera, será posible detectar en tiempo real qué zonas de la ciudad están más congestionadas por el tráfico, a qué horas del día hay más problemas o incluso dónde se ha producido un accidente.
El IoT permite obtener datos de elementos urbanos, como los semáforos. Tim Gouw (Unsplash)
Toda esta información, recabada gracias al Internet de las Cosas, se acumula en forma de datos a gran escala. Estos son analizados a su vez por herramientas de Big Data, que permiten a los gobernantes mejorar la organización y la gestión de la ciudad de forma planificada y a largo plazo.
Para las propias ciudades, estas mejoras pueden significar una bajada de los niveles de contaminación y un aumento de la sostenibilidad y la eficiencia. Para los ciudadanos, un menor tiempo al volante (por ejemplo, en atascos o buscando aparcamiento) y una reducción de su exposición a la contaminación. En otras palabras, una mejora de su calidad de vida y su salud.
Según los datos del TomTom Trafic Index de 2019, realizado con datos de 416 ciudades de 57 países diferentes, el tiempo medio gastado debido al tráfico a nivel mundial fue de 87 minutos. La ciudad más congestionada fue Bengaluru (India). Sus habitantes perdieron 234 horas conduciendo en horas punta. Es decir, 10 días y tres horas, lo equivalente a escuchar 4.673 veces ‘Imagine’, de John Lennon, o ver 215 episodios de ‘Juego de Tronos’.
Smart health
“En el mundo en desarrollo, uno de cada tres residentes urbanos aún vive en barrios marginales con servicios básicos inadecuados. Mientras tanto, en todos los países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la brecha de ingresos entre los más ricos y el 10% de la población más pobre ha aumentado en casi un 30% en los últimos 25 años”, señalan desde Deloitte.
Acabar con esta desigualdad es una de las prioridades de las smart cities. Gracias a los datos en gran escala se puede analizar, por ejemplo, la influencia del acceso a una alimentación saludable, buenas infraestructuras, servicios públicos, espacios verdes y otros muchos elementos que determinan la salud.
El acceso a espacios verdes influye también en la salud de los ciudadanos. Ignacio Brosa (Unsplash)
En los hospitales, las tecnologías de obtención e interpretación de datos juegan también un papel fundamental. El Internet de las Cosas Médicas o Internet of Medical Things (OMT), da la posibilidad de generar, recopilar y analizar datos, que además pueden compartirse con otros hospitales o sanitarios de cualquier lugar del mundo. De esta forma pueden mejorarse los diagnósticos, hacer seguimiento a medio plazo y facilitar la comunicación entre médico y paciente. En términos generales, permiten entender mejor la evolución de las enfermedades, ya sea a nivel global (ante retos como el generado por la pandemia de COVID-19) o en regiones concretas.
La salud de los edificios: biofilia y metabolismo urbano
A nivel mundial, cerca el 60% de los edificios que existirán en 2050 aún no se ha construido. “Esto implica construir una ciudad del tamaño de Estocolmo o Milán (de un millón y medio de personas) por semana hasta 2050, o una ciudad del tamaño de Singapur o Nueva York todos los meses hasta 2050”, señalan desde C40.
El desafío de la urbanización deja la puerta abierta a introducir mejoras en las ciudades. Una tendencia que está cogiendo fuerza es la de la biofilia, que tiene en cuenta la conexión que existe entre el ser humano y la naturaleza a la hora de repensar las ciudades y los nuevos edificios. No es nada nuevo que vivir y trabajar en lugares con mucha luz natural, una ventilación adecuada y elementos verdes tiene efectos beneficios para la salud.
Bosco verticale, en Milán. Ricardo Gomez Angel (Unsplash)
Introducir la naturaleza en la ciudad reduce también el impacto medioambiental, e imitarla da ideas para encarar los retos demográficos. De hecho, otra tendencia interesante es la del metabolismo urbano: convertir las ciudades en elementos vivos o ecosistemas equilibrados, en los que los residuos se convierten en recursos.
Las posibilidades no acaban ahí. En situaciones sociosanitarias como la actual, por ejemplo, dotar de conectividad a los edificios y espacios públicos y privados favorece el control de los aforos y la reducción del riesgo de contagio.
Los beneficios de las smart cities en la salud de la población pueden ser numerosos. Aunque también existen retos: por ejemplo, a la hora de asegurar la privacidad de los datos. O de recabarlos por igual entre la población más rica y la más desfavorecida. De lo contrario, solo se seguirían reforzando las desigualdades que ya existen.
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