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Phoenix: regreso al pasado (verde) para reducir el calor en medio del desierto

03 de octubre de 2024

Cientos de años antes de que se formasen las grandes ciudades de Estados Unidos, el pueblo hokokam vivía en los terrenos que riegan los ríos Gila y Salado, al sur del desierto de Sonora. Sus habitantes desarrollaron complejos sistemas de irrigación y de canales para volver fértiles unos suelos marcados por las altas temperaturas y la falta de precipitaciones.

Sin embargo, el final de su historia está rodeado de misterio: abandonaron la zona, probablemente debido a una sucesión de largas sequías que hicieron imposible la agricultura. De ahí el nombre que se les dio tiempo después: hokokam, “la gente que se fue”.

Hoy, el terreno de los hokokam está marcado el ritmo de grandes ciudades como Phoenix, en las que hacer frente a un clima extremo – las temperaturas máximas medias diarias superan los 38 º C durante cuatro meses al año – determina el día a día. El gobierno de la ciudad cuenta con un plan para llenar sus calles de espacios verdes que contribuyan a reducir las temperaturas y a mejorar la salud de sus habitantes.

El plan de Phoenix

Phoenix es la ciudad más grande del área metropolitana conocida como Valley of the Sun, en Arizona. Se levanta a una altitud de unos 340 metros sobre el nivel del mar al sur del desierto de Sonora, y su forma está marcada por el cauce del río Salado, que permanece prácticamente seco durante gran parte del año.

A principios del siglo XX, los habitantes de Phoenix utilizaban sus escasas reservas de agua (y los conocimientos que había dejado el pueblo hokokam) para mantener árboles y jardines. Sin embargo, la rápida urbanización que se vivió a mediados de siglo llevó a una reducción importante de los espacios verdes.

Reemplazar los campos y las tierras agrícolas por grandes edificios y avenidas tuvo una consecuencia no deseada: el aumento de la temperatura y del efecto de isla de calor urbana. Este efecto se produce cuando los materiales de las ciudades (como por ejemplo el asfalto o los ladrillos) acumulan calor durante el día y lo liberan durante la noche. Esto provoca que se dé una gran diferencia de temperatura entre el centro de una ciudad y su periferia.

Calle de Phoenix en la actualizad

Una calle de Phoenix en la actualidad. James Day (Unsplash)

Una de las soluciones más efectivas para reducir la isla de calor urbana es llenar las ciudades de vegetación y sombra. Algo que está presente en los planes urbanísticos de Phoenix: en 2010, su equipo de gobierno dio a conocer su Tree and Shade Master Plan, que tiene como objetivo aumentar el dosel arbóreo del territorio. En aquel momento, la ciudad contaba con un 12 % de superficie arbolada, y se planteó el objetivo de llegar al 25 % en 2030.

Para ello, la ciudad cuenta con la colaboración de diferentes entidades, tanto públicas como privadas, de organismos no gubernamentales y de la población civil. Esta colaboración ha permitido, entre otras cosas, realizar mapas especializados para detectar en qué zonas son más necesarias las coberturas arbóreas y las sombras.

Actividades para reverdecer la ciudad de Phoenix

Actividades para reverdecer la ciudad. Gobierno de Phoenix.

Los beneficios de un Phoenix más verde

De acuerdo con el informe ‘Forests and sustainable cities- Inspiring stories from around the world’, elaborado por la FAO, aumentar la cobertura arbórea de Phoenix al 25 % puede reducir las temperaturas de la ciudad hasta 2,4 ºC. Además, llenar las calles de espacios verdes genera todo tipo de beneficios: mejora la calidad del aire al reducir el número de contaminantes, embellece los barrios haciéndolos más atractivos y demandados y aumenta la calidad de vida de las personas al ofrecer espacios donde hacer ejercicio y relajarse.

En los últimos años, la idea de que urbanismo, naturaleza y salud están unidos ha ido ganando importancia, gracias en parte a teorías como la de Cecil Konijnendijk. Este urbanista neerlandés defiende que, para disfrutar de una vida saludable, todas las personas deberían ver al menos tres árboles desde su hogar o su puesto de trabajo, vivir en una zona con al menos un 30 % de cobertura vegetal y tener su hogar a menos de 300 metros de un parque o un bosque. Lo llamó la regla 3-30-300.

Avenida principal de Phoenix

Avenida principal de Phoenix. James Day (Unsplash)

Tal y como señalan desde la FAO, si el aumento de los espacios verdes viene acompañado de una correcta planificación urbana, la infraestructura verde puede contribuir a establecer soluciones para otros problemas de la ciudad. “Cuando están integrados en la gestión del entorno urbano, los árboles y los bosques pueden transformar las ciudades en lugares más sostenibles, resilientes y saludables; lugares equitativos y agradables para vivir”, explican en su informe.

“Aunque cada árbol contribuye a la calidad de vida, su integración en redes de espacios verdes maximiza los beneficios. Por ejemplo, una planificación y gestión urbanas adecuadas ayuda a regular los flujos de agua en las ciudades al interceptar y absorber la lluvia; a crear un ambiente favorable para animales y plantas, contribuyendo a la conservación de la biodiversidad; y a proporcionar espacios para el ejercicio físico y la recreación, aumentando así el bienestar, la cohesión social y la salud de las poblaciones”, añaden.

Alcanzar mejoras como estas deja huella en la economía. En 2018, cuando se publicó el estudio de la FAO, los árboles plantados en Phoenix ya generaban beneficios de casi 8 millones de dólares estadounidenses al año. Se espera que, si se alcanzan los objetivos, las ganancias superen los 40 millones de dólares anuales.

Norte de la ciudad de Phoenix

Foto aérea del norte de la ciudad. Chris Tingon (Unsplash)

La ciudad se enfrenta también a varios retos. El principal pasa por garantizar la igualdad entre barrios (según señala el periódico The Guardian, actualmente puede apreciarse una gran diferencia de espacios verdes entre los vecindarios más ricos y los más desfavorecidos). Otro importante es conseguir que los árboles plantados crezcan sanos y saludables y puedan adaptarse a un clima cambiante, para garantizar así que los beneficios de tener una ciudad más verde puedan disfrutarse durante generaciones.

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