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Infraestructuras

Las dificultades de las ciudades medievales para adaptarse a las nuevas tecnologías

16 de junio de 2017

No es ningún secreto que muchas ciudades españolas tienen cierta edad. Es más, contar con un patrimonio como el que tenemos es algo de lo que muchos nos sentimos orgullosos. Sin embargo, en ocasiones la historia y la conservación de ese patrimonio entra en conflicto con la implantación de nueva tecnología.

Las ciudades con una larga historia a sus espaldas tienen muy complicada la transición a las nuevas tecnologías. Esto se debe, en parte, a las reformas obligatorias para que su implantación no tenga un impacto visual significativo, o al coste de dicho impacto si es imposible ocultarlas a la vista.

Las ciudades medievales y las TIC

La historia ha demostrado que, cuando uno trata de defenderse de los ejércitos invasores y edifica en base a ello, no está pensando en si sus descendientes en siglos venideros tendrán o no tendrán cobertura en el móvil. En este artículo haremos especial hincapié, por tanto, en ciudades medievales como lo son Toledo, Ávila, CáceresÚbeda. En especial las TIC, o tecnologías dependientes de las TIC.

Aunque conceptos como smart city, ciudades actualizadas o servicios urbanos son relativamente modernos, lo cierto es que antes de las TIC también hubo adecuaciones urbanas para mejorar los servicios a la ciudadanía. Pensemos en el Toledo de mediados de siglo pasado, cuando hubo que adaptar las calles tanto al tráfico rodado como a un aumento importante de la población periférica. No solo apareció en escena el asfalto en sustitución del empedrado tradicional en los márgenes de la ciudad. También se llevó a cabo en su centro una sustitución del pavimento a favor de superficies más cómodas para los toledanos.

Otras dos tecnologías que no tocaremos, y que modificaron en buena medida estas ciudades o que las tuvieron canutas a la hora de implantarse, fueron la luz eléctrica y el gas.

Cuando el cable telefónico serpenteó por los tejados

La llegada del teléfono a las ciudades supuso un antes y un después en las comunicaciones. De tener que ir a buscarte a tu domicilio o a tu lugar de trabajo, se pasó a que cualquiera podía establecer una conferencia contigo a larga distancia. Al principio, en ayuntamientos y edificios públicos; más tarde en bares y comercios; y en un tercer y último paso directamente en los domicilios.

Aunque esta tecnología era relativamente simple y se basaba en dos extremos conectados mediante cables de cobre, era precisamente el cable el que dio problemas.

Pensemos en centros de ciudades como Cuenca o Almansa, empedradas y rodeados sus edificios más antiguos de un casco urbano de interés histórico. Con la maquinaria del siglo pasado no resultaba sencillo realizar calas precisas por donde meter un cable de cobre que, además, solía dar problemas y requería estar accesible.

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Fuente: Marcos Martinez

De modo que se tomó una decisión nacional —no consensuada— de dejar los cables sobre las fachadas. No cabe duda de que el sistema no es visualmente agradable, pero era asequible y fácil de mantener. Además, las nuevas líneas telefónicas solo necesitaban enrollar un cable más a los manojos.

Estos cables saltan de edificio en edificio y pasan por cajas de registro accesibles incluso hoy día —y probablemente sigan ahí durante un tiempo—. Nos hemos acostumbrado a ver cables por las fachadas, y ya nadie repara en ellos aunque en su momento hubo sus críticas.

Cuando el cable de fibra se escondió bajo el empedrado

En el momento en que los cables de cobre se empezaron a tender por los municipios primaban las comunicaciones sobre otros factores, como el impacto visual de la tecnología sobre el patrimonio histórico. Especialmente teniendo en cuenta que para ocultar los cables había que hacer uso de picos o maquinaria pesada.

Cuando nuestra tecnología nos permitió ocultar en cierta medida su despliegue, se empezó a demandar por parte de los ayuntamientos. Hoy día resulta inconcebible que una empresa de instalación de FTTH use taladros neumáticos para abrir zanjas y reconstruya luego la calle.

En lugar de eso se usa maquinaria especializada para realizar microzanjas de unos dos o tres centímetros por las que tender los cables.

En municipios con empedrado antiguo este tipo de microzanjas se intentan hacer próximas a las fachadas, o en el cambio entre el empedrado de la calzada y las losas de las aceras. De manera que la intervención se note lo menos posible.

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Cuando hablamos de esconder una nueva tecnología en una ciudad antigua hay que tener en cuenta dos factores muy importantes. El primero de ellos es que estas ciudades viven en buena parte de un turismo de calidad que busca encontrarse la ciudad lo menos cambiada posible con respecto a como fue en siglos anteriores. El segundo es que este mismo turismo demandará recursos tecnológicos punteros en esa ciudad.

Por otro lado, la misma tecnología que dará servicio a los vecinos no puede andar estropeándoles las vistas a diario.

Antenas de telecomunicaciones

Con la aparición de los teléfonos móviles, las antenas de telecomunicaciones empezaron a brotar por toda la geografía española. La primera tecnología en implantarse a gran escala fue la GSM, que funcionaba a 900 MHz y tenía un alcance de muchos kilómetros. De ahí que se pudiesen instalar en torres elevadas en las afueras de los pueblos, o mástiles en lo alto de edificios altos —como eran los silos de grano, también existentes en los campos que rodeaban las ciudades—. Estaban lejos del patrimonio histórico, y su impacto visual era bajo.

Los problemas empezaron a llegar con la tecnología DCS a 1800 MHz, una variante del GSM. Aunque transmitía los datos a mucha más velocidad, la antena tenía que estar mucho más cerca de los teléfonos móviles. Eso hizo que las torres de telefonía se desplazasen a los extrarradios de las ciudades pequeñas y que llegasen a entrar en las grandes.

Por motivos obvios, esto no gustó a muchos colectivos, a los que no les resultaba agradable ver las antenas sobre las azoteas del patrimonio histórico de su ciudad. Todavía no ha pasado el tiempo suficiente como para que las antenas sean consideradas algo de interés cultural —como sí ha ocurrido con las campanas, por poner un ejemplo—. De modo que hay que ocultar las antenas.

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El sector de las telecomunicaciones se vio en la necesidad de especializarse en mimetizados urbanos —algunos más trabajados que otros, ciertamente— para esconder las antenas. Surgieron desde mimetizados de tipo chimenea hasta otros que simulaban plantas y la pintura sobre la antena para camuflarla con el muro.

En lugares en los que el impacto resultó particularmente conflictivo, como lugares de culto, esconder las antenas requería algo más de imaginación. Por poner un ejemplo, alguna de las cruces de las iglesias modernas han sustituido el listón vertical de la cruz de su fachada para colocar una antena en su lugar.

Las ciudades con cascos urbanos antiguos lo tuvieron particularmente difícil debido a que las calles estrechas no ayudan a la transmisión de las ondas. Esto implicaba que las antenas debían colocarse en mayor número. Tampoco ayudó que las tecnologías UMTS (a 2100 MHz) o la LTE (a 2600 MHz) siguieran la misma línea que el DCS: aumento de la velocidad a costa de acercar la antena al usuario.

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Red eléctrica hasta las farolas, cables de cobre y parabólicas en Almansa. Fuente: Marcos

Un caso similar se dio con el boom de los canales de pago. Las parábolas y antenas yagi (en la imagen de arriba) empezaron a instalarse en tejados, balcones y ventanas de todos los municipios, e incluso hubo que legislar para que se usasen antenas comunitarias y así disminuir su número y su impacto visual. Algo que no se ha logrado en muchos lugares con el tendido eléctrico.

Placas solares, puntos de carga de vehículo eléctrico y marcadores

El futuro se perfila complicado a la hora de modernizar estas ciudades históricas debido a las tecnologías que vienen.

Por ejemplo, de cara a la generación energética, que tiende a acercar generación y consumo con generadores eólicos y placas solares sobre los edificios. ¿Hasta qué punto una placa solar estropea la vista de una ciudad como Ávila? ¿Una Úbeda verde pierde patrimonio porque sus tejados estén cubiertos de molinillos, o lo gana precisamente debido a ello? ¿Hasta qué punto el torreón de las campanas de una iglesia puede cubrir su superficie con paneles solares sin perjudicar su imagen?

Cuando hoy día vemos una lámpara de aceite grapada a una fachada de piedra pensamos que es parte del patrimonio urbano. Pero no pensamos nada parecido si vemos una lámpara LED con su propia placa solar sobre la lámpara en la misma pared. Es más, podemos incluso llegar a pensar que la nueva lámpara estropea la fachada, quizá por ser algún tipo de asintonía.

Un ejemplo más son las estaciones de carga de los vehículos eléctricos, y no solo hablamos de coches. Bicicletas, segways o patines eléctricos, la movilidad urbana futura no se concibe sin la electrificación. Pero esta tiene un coste urbano en espacio, similar a las cabinas telefónicas públicas de hace décadas, y de adecuación. Para colocar una estación de carga de bicicletas públicas es necesario conectarla con la red eléctrica. Aunque menor, implica obra e impacto visual.

Un tercero son los marcadores que se usarán en el futuro para informar al ciudadano sobre una infinidad de situaciones. Por ejemplo, de cara a ciudadanos invidentes, distintos marcadores formarán un campo sonoro a lo largo de toda la ciudad que evitarán caídas o atropellos. Pero para ello serán necesarios miles de transmisores colocados por la urbe. Los códigos QR para turistas son otro ejemplo de marcador que implica añadir un pedazo de plástico a una escultura o fachada histórica.

Hasta qué punto la modernización de una ciudad se debe a la estética, a su patrimonio histórico y a sus ciudadanos; y cómo se deben realizar las adecuaciones para incluir las últimas tecnologías, son preguntas de respuesta aún más complicada en ciudades históricas que en urbes relativamente nuevas.

Como ha sucedido hasta ahora, habrá un equilibrio que se rompa instantes antes de que una nueva tecnología se instale como una nueva capa en la ciudad. Pasado un tiempo esta transgresión quedará olvidada, y otra ocupará su lugar.

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