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El relato de un millón de explosivos

03 de noviembre de 2020

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Esta frase sintetiza la fragilidad de la memoria de la naturaleza humana y cómo, en muchos de los casos, las experiencias pasadas no aseguran aprendizajes futuros. Este no es el caso, espero.

En noviembre de 1993, me encontraba estudiando Ingeniería Civil en la Universidad de Cantabria, en mi ciudad natal, Santander, y por aquel entonces se celebraba el centenario de un trágico evento que marcó profundamente la vida de la ciudad y que año tras año se recuerda, aunque como he dicho, la naturaleza humana tenga una frágil memoria.

El incidente supuso la mayor tragedia civil del siglo XIX en España, con 590 muertos, incluyendo la mayoría los miembros de la corporación municipal. Se declaró un incendio en la bodega del barco “Cabo Machichaco”, que unía España con América con fines comerciales. Ante la ignorancia del contenido de su carga por una negligencia en la declaración de la misma a la autoridad portuaria, la muchedumbre se había agolpado, junto con las autoridades locales, unos por curiosidad y otros para tratar de disponer de medios para sofocar el incendio. El barco explotó segando la vida de la mayoría de los allí presentes. Transportaba, entre otros materiales, 51 toneladas de dinamita.

Seguramente una gran mayoría de lectores desconocía este hecho, que a mí me llamó mucho la atención mientras me formaba como futuro ingeniero.

El tiempo y el desarrollo de mi carrera profesional han querido que, de alguna manera, tenga la posibilidad de restañar esta herida que me causó el conocimiento de tan desagradable suceso.

Ahora, como jefe de obra de la Carretera El Risco Agaete, ejecutada por Ferrovial, Acciona y Lopesan, situada en la preciosa isla de Gran Canaria, tengo que organizar con mi equipo de trabajo los recursos, materiales y medios para la construcción de 8km de carretera nueva por un paisaje escarpadísimo incluyendo la ejecución de 8 túneles en basalto propio del origen volcánico de estas islas.

La excavación de los mencionados túneles tiene que hacerse mediante voladuras con explosivos cumpliendo con las más estrictas medidas de seguridad que el Reglamento de Explosivos español impone.

1 millón de kg de explosivos

En total, tendremos que usar aproximadamente un millón de kg de explosivos, mil toneladas, que habría que transportar desde la península en barco, después por carretera y depositarlos convenientemente en los polvorines de la obra, con su custodia y control correspondientes.

Ese mismo reglamento impone que los polvorines para almacenar explosivos se instalen a una distancia considerable de las vías de comunicación, propiedades y núcleos de población. Ante semejante reto logístico, hemos decidido hacer las cosas de otra manera a cómo se venían haciendo durante siglos.

No vamos a transportar el grueso de los explosivos desde el continente, ni los vamos a almacenar en obra. Lo que vamos a hacer, con el apoyo y el desarrollo técnico de Orica, como fabricante mundial de explosivos, es traer las materias primas que se necesitan para fabricar explosivos y fabricarlos en el frente de trabajo y alejados, por tanto, del público.

De esta forma evitaremos que se transporten la práctica totalidad de explosivos por las líneas marítimas comerciales y por la red de carreteras, reduciendo el riesgo, aunque mínimo, de un accidente.

 

Fabricar explosivos con seguridad

El hecho de fabricar el explosivo mediante el uso de dos componentes que por sí mismos no tienen la consideración de explosivo, en el frente de trabajo nos obligará a destruir el explosivo en tiempo récord, ya que no pasarán más de 3 horas desde que se fabrica el explosivo hasta que se detona y se destruye. El Reglamento de Explosivos en España es uno de los más restrictivos a nivel internacional y esto viene marcado no solo por garantizar la seguridad física de la salud de los trabajadores y público en general manejando este material, sino también por asegurarse de que nadie puede sustraer material explosivo de sus lugares de almacenamiento, transporte o uso.

El camino hasta aquí no ha sido fácil, hemos tenido que avanzar como un barco rompehielos interpretando y clarificando la normativa de explosivos que, si bien contemplaba la posibilidad de fabricar explosivos en obra, no tenía desarrollado un reglamento que contemplara las distintas casuísticas. Todo ello agravado con la epidemia de COVID-19 que ha ralentizado todos los trámites administrativos, en este caso ingentes.

Ha sido más de un año de gestiones administrativas, pero hoy es una realidad con la que escribimos una nueva página de la historia, en este caso de las obras públicas. Y que ayuda, de alguna manera, a pasar página, sin olvidar, del trágico suceso del Cabo Machichaco.

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