Foto de hombre sosteniendo un mapa
Historia

El pueblo fantasma que nació en un papel y otras trampas de los mapas

19 de julio de 2022

A dos horas en coche desde Nueva York por la carretera 17, junto a la aldea de Roscoe y muy cerca del río Beaverkill, se encuentra Agloe. Aunque organizar una excursión para visitar la localidad puede ser un poco decepcionante: Agloe, en realidad, no existe.

Durante décadas, la localidad figuró en los mapas, fue el centro de acusaciones de fraude y terminó apareciendo en una novela y en su posterior adaptación a una película. Y toda su historia comenzó en un despacho, cuando unos dibujantes de mapas decidieron introducir una ciudad falsa para poder identificar a posibles falsificadores. Una práctica que, aunque parezca sorprendente, no es poco habitual.

La fiebre de los mapas

Las empresas dedicadas a crear mapas y planos callejeros se han encontrado con un mismo problema a lo largo de la historia: el plagio. Contrataban a cartógrafos y realizaban todo el trabajo (que iba desde hacer mediciones hasta dibujar los resultados, pasando por comprobar su precisión), para encontrarse después con que otros copiaban sus mapas y los ponían a su nombre.

Para evitarlo, algunos comenzaron a añadir pequeñas trampas con las que detectar a los imitadores. Normalmente, eran errores muy sutiles, que pasaban desapercibidos por parte de los usuarios de los mapas, pero resultaban perfectamente visibles para quienes sabían qué buscar. Un río con una curva más amplia de la real, un pequeño callejón sin salida o una errata en el nombre de una calle.

Planos de ciudades
Planos de ciudades. Annie Sprat (Unsplash)

Sin embargo, en 1937, la compañía estadounidense General Drafting Co. decidió ir más allá y abandonar las sutilezas: inventó un pueblo entero. Agloe es la mezcla de las iniciales de Otto G. Lidberg, el director de la empresa, y Ernest Alpers, su asistente.

Por aquel entonces, existía cierta competición en la creación de mapas para carreteras en Estados Unidos. Tener un coche propio era cada vez más popular y el país se estaba llenando de nuevas carreteras. Grandes petroleras, como Standard Oil de Nueva Jersey (de la que surgieron Esso y Exxon) empezaron a distribuir mapas gratuitos para fomentar los viajes. Incluso regalaban libros de colorear para que los niños estuviesen entretenidos en el coche.

General Drafting Co. encontró un buen negocio al convertirse en el editor de mapas exclusivo de esta petrolera. Fue así como Agloe, el pueblo fantasma, terminó figurando en uno de los mapas que Esso regalaba a sus clientes.

Otra vuelta de tuerca

Dos décadas después de publicar el mapa que incluía Agloe en el estado de Nueva York, sus creadores vieron que el nombre aparecía en los planos de otro editor, Rand McNally. Como era de esperar, Otto G. Lidberg y Ernest Alpers no tardaron en acusarle de plagio. Sin embargo, McNally se defendió: “Agloe existe”. Y resultó que decía la verdad. Eran los años 50, la zona había cambiado y alguien había abierto una tienda aprovechando el nombre que, en teoría, tenía aquel lugar. La invención se había convertido en realidad.

Finalmente, la tienda terminó cerrando y, con el tiempo, Agloe dejó de figurar en los mapas – aunque en 2013 llegó a estar en Google Maps. Sin embargo, ya no se puede decir que Agloe no existe. Lo hace en la historia y en el imaginario colectivo de los habitantes del estado de Nueva York, que a menudo se acercan a este punto que, al contrario que los demás, primero existió en un mapa y luego en la realidad, para terminar, finalmente, desapareciendo.

un poste con indicadores de distancia
La localidad ficticia de Agloe se ubicó en un cruce entre dos carreteras. Miltiadis Fragkidis (Unsplash)

Ciudades de papel

Agloe también tiene su hueco en la literatura y el cine. Aparece en la novela ‘Paper Towns’ de John Green y en su adaptación cinematográfica. En ellas, Margo Roth se va de casa y, en su viaje, va descubriendo varios pueblos que solo existen sobre el papel.

De acuerdo con el autor, Agloe llegó a tener una gasolinera, una tienda y dos casas. “Esta es una metáfora irresistible para un novelista, porque nos gusta creer que las cosas que escribimos en el papel pueden cambiar el mundo en el que vivimos”, señaló en su charla TED ‘Paper towns and why learning is awesome’.

Lo cierto es que Agloe no es la única ciudad de papel que nos ha dejado la historia de los mapas. Esta está llena de ejemplos de trampas y pequeños trucos destinados a cazar a plagiadores. Moat Lane es (en teoría) una calle de Finchey, una localidad al norte de Londres. Sin embargo, los satélites nos muestran que allí no hay más que un parque. También en el mapa de Londres, la empresa Geographers’ (A-Z) Map Company cambió deliberadamente (y haciendo parecer que eran simples errores) los nombres de algunas calles peatonales.

¿Sorprendido? A lo largo de la historia, esta práctica de añadir errores para detectar plagios no se ha limitado a los mapas. Un gran ejemplo de ello es Lillian Virginia Mountweazel, una estadounidense que, de acuerdo con la edición de la New Columbia Encyclopedia de 1975, dedicó su breve pero intensa carrera a la fotografía. Sin embargo (y como ya habrás imaginado) la famosa fotógrafa Lillian Virginia Mountweazel nunca existió en la realidad.

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