El otro día recorriendo con el dedo uno de esos mapas en los que vas rascando y marcando los países que has estado, caí en la cuenta de que la manera en la que se ha venido representando nuestro planeta hasta ahora, donde se destacan los ríos, montañas y las fronteras que marcan los territorios de los distintos países, podría tener los días contados en el actual mundo globalizado…
Queda ya muy lejos aquel 3 de agosto de 1492, fecha en la que tres embarcaciones capitaneadas por un tal Cristóbal Colón zarparon desde Palos de la Frontera en búsqueda de una nueva ruta hacia Asia con la que fortalecer y potenciar el comercio.
Solo dos meses después, Colón y su tripulación avistaron de forma inesperada un nuevo mundo que cambiaría el devenir de la historia, y desde entonces, pero en especial durante el último siglo, se ha producido en el mundo una revolución en la forma en que las culturas, los países, las personas y las empresas nos relacionamos.
Para constatar esta afirmación basta con echar un vistazo rápido a la evolución en el número de turistas internacionales desde la década de 1950 hasta nuestros días, valor que se ha multiplicado exponencialmente:
Si prestamos atención en cambio al porcentaje que representan las exportaciones en el PIB mundial, la conclusión es idéntica: desde una perspectiva empresarial, el actual es un mundo muchísimo más interconectado al de hace apenas cien años.
Este último gráfico arroja además otras conclusiones igualmente interesantes. Por ejemplo, que ese notable aumento del porcentaje de las exportaciones en el PIB mundial de casi un 20% en apenas 200 años ha experimentado caídas con motivo de las grandes guerras y de las principales crisis económicas, así como el indiscutible boom que se ha experimentado en las últimas cinco décadas, multiplicando por cinco el ratio registrado inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
Las consecuencias de este auge de los intercambios internacionales son evidentes: posibilita un intercambio cultural y económico que trasciende las fronteras de los países y sus entornos más inmediatos, ampliando los mercados objetivos y favoreciendo el crecimiento económico y el desarrollo social.
Que las relaciones entre territorios y el intercambio de materias, ideas y culturas es una de las claves del avance de la humanidad es algo evidente desde hace miles de años, pero ¿a qué se debe la reciente revolución que estamos viviendo?
Si pensamos en los motivos por los que ese intercambio se ha disparado en los últimos 50 años, podemos destacar sin duda los avances en el desarrollo y construcción de infraestructuras de transporte, que han favorecido una inmediatez en la comunicación a escala mundial sin precedentes, al punto en que ya no importa que estemos a miles de kilómetros de distancia para intercambiar cosas en tiempo real.
Así lo acreditan los siguientes gráficos, que pintan sobre el mapa dos de las redes de infraestructuras que más han contribuido a esa globalización: las carreteras y las líneas de transmisión eléctrica.
En el primero, vemos una tupida red de carreteras que nos permiten recorrer distancias cortas y medias de forma asequible, y que se han erigido en herramientas imprescindibles de nuestra vida cotidiana.
Por lo que respecta al mapa eléctrico, nos orienta sobre dónde se encuentran las grandes ciudades y las zonas de mayor desarrollo industrial. Al conectar los puntos de generación de energía con los principales centros de consumo, sus principales nodos son las áreas con mayores concentraciones de población: es decir, las denominadas megalópolis, que hoy ya representan el 58% de la población mundial, y que, en palabras de expertos mundiales, en las próximas dos décadas alcanzarán el 70% y trascenderán las fronteras tradicionales de los países.
Otro mapa interesante para constatar el avanzadísimo estadio de desarrollo de la globalización es el de las rutas aéreas:
Si nos fijamos en las tres ilustraciones anteriores, todas dibujan un nuevo mapa que trasciende los límites tradicionales de los países y en el que se resalta poderosamente esas megalópolis, especialmente interconectadas por redes de infraestructuras como los aeropuertos o carreteras que favorecen un intercambio constante y veloz de materias, servicios y riqueza pero también de culturas, ideas, y, en definitiva, desarrollo.
Precisamente ese desarrollo queda patente en el siguiente mapa que muestra como la riqueza se concentra una vez más en las grandes urbes o megalópolis, que cuentan con mejores redes de infraestructura.
Por tanto, podemos concluir que las infraestructuras de transporte están permitiendo promover el desarrollo y el crecimiento de los distintos países, y que junto a la gran revolución tecnológica que hemos vivido durante los últimos años, están permitiendo que el mundo evolucione de lo local a lo global y conformando una nueva forma de representar el mundo en el que vivimos.
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